Factor de estilo

El conjunto de Burdeos es disciplinado, muestra cohesión. Dentro del panorama de la danza clásica en Francia, es la muy estimada segunda división. Ya la querríamos los españoles para auparla a primera. Charles Jude, además de conservarse como bailarín con un pacto global con todos los demonios del sector de la eterna juventud, tiene sensibilidad, experiencia, buen gusto y cultura balletística. El espectáculo del Generalife fue una delicia, a pesar de fallos sonoros y luminotécnicos, y alguna caída inoportuna. Faltó quizás estrellato en toda regla, salvo el propio Jude, que encarnó magistralmente el papel del hijo pródigo.

El programa se enlaza con la propuesta de Españoles en París, y viene como anillo al dedo.

En la estupenda y eficiente remodelación del teatro abierto de los Jardines del Generalife, las piezas lucieron hasta parte de sus decorados. Las sílfides no los necesitó; los cipreses, la luna en cuarto menguante y Venus por allí fungieron de telón. La versión de Burdeos del clásico fokiniano es algo fría, pero se respeta escrupulosamente el estilo. Y ése es el factor decisivo para que este ballet sea bien representado: el neorromanticismo tiene sus propias claves expresivas, de colocación corporal y de acentuación sobre la música.

Después se vio un Espectro de la rosa un poco de trámite. Roman Mikialev (sus proporciones físicas son las más adecuadas para este papel) que encarnó al mítico hombre-sueño, y Viviana Franciosi hicieron todo lo que pide la coreografía, pero faltaba algo, una esencialidad motora y lírica.

La siesta del fauno mostró ese tableau vivant de gran belleza, lentitud que reboza erotismo sobre la imaginería de lo griego antiguo. El chino Xi Zhang se notaba debutante, vaciló en algunas poses decisivas.

Lo mejor fue Le fils prodigue. Pieza difícil, y también básica del ballet moderno. Jude lo bordó, expresivo a la vez que fuerte; su cuerpo es aún apolíneo, elástico, pero profundizado, replegado a una esencialidad formal en el dibujo muscular que a la vez hace que el baile se vea más, se desgrane en sus mínimos. La Sirena (o Cortesana, o también llamada La Seductora en el sentido de señuelo) Stéphanie Roublot también fue la mejor de la noche entre las mujeres, potente, autoritaria, engranada en la mecánica corporal balanchiniana. Y aquí sí hubo una asunción del estilo en toda regla, lo que de verdad da vida y distingue la buena danza de los falsos estándares, tan vistos hoy por todos lados.