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Reportaje:

Padres temporales

2.500 niños saharauis transforman cada verano a las familias de acogida

Javier Martín-Arroyo

"!Hoooola! Tú eres... Tú eres mío. ¡Mira a tu hermano!".

Antonia Rivas hablaba emocionada con Salek, su nuevo hijo saharaui que adoptará hasta septiembre. Reía nerviosa, miraba a su alrededor, hasta que le interrogó a bocajarro:

- ¿Has visto qué buena familia te has echado?

Salek contestó con monosílabos en castellano que a Antonia le parecieron grandes parrafadas. "Éste me espabila a mi niño José Antonio, que es muy tímido", confiaba ante su familia expectante.

Rivas se había pasado toda la mañana inquieta porque la avisaban en falso para que recogiera a Salek. "Están buscando y no lo encuentran", repetía dando vueltas. Durante la semana, estuvo preparando "las cosas de la casa" para dar la bienvenida al cuarto miembro de su familia, que este verano se pondrá las pilas para que el niño esté en su salsa en Iznalloz, un pueblo al norte de Granada.

"Ellos son los que nos enseñan. Con estos niños ves lo que aquí se ha perdido"
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Salek estaba adormilado porque había salido el día antes desde el aeropuerto de Tinduf, en la Hamada (que significa infierno) de Argelia, junto a otros 2.500 niños que participan en el programa Vacaciones en Paz, iniciado hace ya 15 años para que los niños saharauis disfruten del verano con familias andaluzas, que les arropan y enseñan a desenvolverse. Ambas partes ganan.

"Ellos son los que nos enseñan a nosotros. Con estos niños ves lo que aquí se ha perdido: la amabilidad y las sonrisas continuas. Intentan hacerlo todo por agradarte y te maravilla su interés por aprender". Trinidad Funes, vecina de Granada, contaba que Mohamed "parece que está hecho para nosotros" porque el pasado año se adaptó como un guante a sus nuevos primos. "Es lo mínimo que podemos hacer después de que nos portáramos tan mal cuando los dejamos abandonados en su día", afirma Funes acerca del conflicto que enfrentó a España con Marruecos hace tres décadas.

Cada mes de junio, las familias se ensanchan para darle la bienvenida a un nuevo miembro más inquieto que suele revolucionar el ritmo del hogar, que corre a revoluciones más tranquilas. Sus miembros extreman la paciencia para enseñarle poco a poco el idioma, que aprenda a integrarse y valorar nuevos hábitos, a hacerse más maleable, pero sobre todo a divertirse. La vida en los campamentos del desierto es muy dura y el empeño de estas familias busca que conozcan una realidad más amable y disfruten esos privilegios que no alcanzan durante el resto del año. Desde abrir un grifo y que salga agua, hasta apagar y encender la luz una y mil veces.

Los niños suelen llegar para ciclos de cuatro años y si hay chispa, la relación permanece. En estos tres lustros ha habido familias que cumplieron el ciclo y hay familias que se han hecho abuelos, mientras que otras han adoptado a su tercer niño, como una sorpresa más que trae el verano junto a las vacaciones. Algunos niños continúan después de cumplir los 12 años, y han conseguido el permiso de sus padres en el Sáhara para iniciar los estudios en Andalucía.

El contraste con los campamentos en el desierto es enorme y las anécdotas, incontables. "Nunca había visto llover. Y cuando llegó, se quedó media hora con el paraguas debajo de la lluvia, descalzo", relata Carmen Tortosa.

Tanto su marido como sus hijas, de 20 y 26 años, esperan por segunda vez la llegada de Abdul, de ocho años. "Ahora vendrá con más soltura y libertad. Todo fue rodado y mis niñas no cogieron celillos, aunque esta semana me regañaron con un 'anda que no has llenado el frigorífico de cosas buenas, cómo se nota que ha llega el niño", comentaba entre risas Tortosa. A su lado, María, añadía: "Les has quitado de sufrir 40 grados a la sombra. Salen al pasillo para llamar al timbre y se duchan sin parar, es lo que más les gusta. Por eso sabes que tu tranquilidad se ha acabado: piscina, agua, paseo... piscina, agua, paseo", repite.

La solidaridad se traduce en pequeños gestos que intercambian los niños y las familias. Los padres adoptivos de Imán Ali Alia, An tonio Martínez y Ramona Morcilla, vecinos de Baza (Granada),la llevaron a una óptica porque necesitaba gafas y salió viendo el mundo nítido de súbito. Imán se subía a los brazos de su abuelo adoptivo para gritarle: "Abuelito, qué bonico que eres". Y claro, el abuelo babeaba.

El programa Vacaciones en Paz es un movimiento de solidaridad consolidado que funciona por ambas partes. "Este año por primera vez les vacunamos de hepatitis B gracias al Servicio Andaluz de Salud. Además, las peticiones no paran de crecer e incluso se han quedado 200 familias sin atender por falta de fondos para el transporte", explica Geli Ariza, responsable del programa en Andalucía, comunidad que encabeza esta ola de solidaridad estival por todo el país.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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