Una ardiente desesperanza
Aunque al menos uno de sus libros (La secreta vida de las imágenes) y algunos poemas sueltos se tradujeron al español en vida del portugués Al Berto (19481997), en España sólo se ha hablado de este poeta al filo de su muerte, relacionada con el sida, y poco más. No me parece exagerado decir -pues lo anterior pasó casi inadvertido- que el poeta, que optó claramente por la vía de la marginalidad (pese a reconocimientos institucionales últimos en su país), aquí es casi un desconocido. Autoexilado del Portugal salazarista desde 1967, Al Berto empezó dedicándose a la pintura y escribiendo en francés, pero todo ese periplo intelectual quedó preterido cuando no roto al regresar a Lisboa (y luego a su casa familiar de Sines, en el Alentejo) en noviembre de 1974. Poco después se abre su caudalosa obra en portugués que recogería por vez primera en 1987 con el título general de O medo (El miedo) y con un caravaggiesco retrato del autor en la portada, casi como varón de dolores, obra de su amigo el fotógrafo Paulo Nozolino.
EL MIEDO. Poemas escogidos, 1976-1997
Al Berto
Traducción de Cidália Alves dos Santos y Javier García
Pre-Textos. Valencia, 2007
275 páginas. 22 euros
Autor de muchos libros que se agregan antes o después al título común, las variaciones estilísticas en la obra de Al Berto no son excesivas. Su poesía está casi siempre a caballo de un neosurrealismo templado, en un suave caudal de imágenes irracionalistas, que se aúnan al fondo real de una vida en los márgenes (chaperos, drogas, angustia existencial, pulsión de muerte, sensación de la imperfección del mundo) que emparenta fácilmente su escritura con no pocos aspectos de la "generación beat". Su poesía -al menos la que está en esta selección- me parece menos tremendista o sórdida que la escritura de modelos como Genet o Burroughs, que me parecen más lejanos en resultados que en voluntad vital. En su último libro publicado en vida, Huerto de incendio (1996) se ve mejor la angustia y la aceptación de la muerte propia, tan compañera a menudo. Intensa, rica y a la par fácil -Al Berto es un poeta de dejarse llevar por el río semisubconsciente de la propia escritura- su obra lírica quiere situarse siempre fuera de una sociedad y de unos valores establecidos que, de ahí la pertinencia del título general, llanamente le dan miedo. Pero o bien los antólogos han evitado los poemas más duros (que en cualquier caso abundan más en la primera mitad de su producción) o en esta antología vemos más al poeta existencial y agónico que al de la "mala vida" homoerótica o drogada, que aparece, sin excesos, en poemas -y de los más notables- como Truco de mi amigo de la calle o El domador de lunas, donde alude directamente a "la embriaguez de los amores imperfectos".
Tengo la sensación (y soy
prudente pues no conozco la totalidad de su obra) que el mito malditista de Al Berto tiene más que ver con su actitud vital, claramente a favor de la marginación, que con su propia obra, atractiva más que sulfurosa. Existencial, algo narciso, salvándose en el torrente de la escritura y profundamente menesteroso de afecto y por tanto desvalido, Al Berto es un poeta que aspiró al desarreglo de los sentidos (uno de sus últimos poemas se titula Muerte de Rimbaud) en una poesía de un moderado irracionalismo de lo inmediato. Tan cálida como sencilla. Dos versos pueden resumirlo: "el enigma de escribir para mantenerme vivo" y "siempre he dudado de que alguna vez me visite la felicidad". Su prematura y visible muerte cooperó al ciclo.
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