Dos magistrados en busca de un café

Es una calle cercana al Paseo de Extremadura. Son cerca de las doce de la mañana. Cualquiera que se asome a la ventana piensa que está en el Carnaval o que abajo andan rodando una de esas series de televisión de abogados. Por la callecita desfila, efectivamente, un pelotón de letrados, alguno con la toga puesta, muchos hablando por el móvil, todos en busca del mismo bar. Es el receso del juicio. Y éste es uno de sus muchos ritos.
Dos hombres de mediana edad, de traje, uno con un pañuelito azulón en el bolsillo delantero de la chaqueta, encabezan la marcha: son Fernando García Nicolás y Félix Alfonso Guevara, los dos magistrados que, junto al presidente, Javier Gómez Bermúdez, forman el tribunal que decidirá el destino final de todos los procesados por el 11-M. Gómez Bermúdez redactará la sentencia pero se basará en la opinión de los tres. Cualquier discrepancia se dirimirá por votación.
Mientras Gómez Bermúdez prefiere quedarse dentro del edificio durante los 30 minutos de receso -muchas veces atendiendo visitas, ejerciendo de anfitrión-, sus dos compañeros, Guevara y García Nicolás, se desprenden de la toga y se escurren, a veces acompañados del abogado del Estado, hacia el baretillo de la calle cercana al Paseo de Extremadura. Generalmente son los primeros en llegar. Pero no los únicos: al mismo bar acudieron ayer un grupete de abogados defensores, varias víctimas y hasta dos imputados: Carmen Toro, ex mujer de Suárez Trashorras, y Javier González, El Dinamita.
Los dos magistrados piden un café y se ponen a charlar. Guevara recuerda que en el juicio de Lola Flores, que llevó él, los periodistas se colocaban en el suelo dada lo abarrotado de la sala. Después del de Lola Flores se encargó del de la ropa de Pilar Miró. García Nicolás explica que antes no había tantos avances técnicos y comenta que una vez, hace años, utilizaron el televisor y el aparato de vídeo de un acusado por tráfico de armas para ver ciertas cintas que le interesaban a la defensa.
Pasa la media hora. Pagan el café. Se disponen a salir.
En ese momento, Carmen Toro pide algo al camarero y se acoda en la barra, colocándose, sin darse cuenta, al lado de los dos hombres atildados y discretos que dentro de pocos días, cuando el juicio quede visto para sentencia, decidirán su futuro y dictaminarán si es culpable o inocente.
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