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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Cielo naranja de noche, mala señal

Aquí, hace algunos años, el cielo nocturno era de un negro profundo, y repleto de luces de los astros. Noches llenas de riqueza, donde poder mirar al infinito y descubrir cómo es la Vía Láctea, o vislumbrar otras galaxias. Hasta la curiosidad del niño podía seguir el curso de un planeta por las constelaciones. Eran noches con toda su grandeza y oscuridad. Ver la silueta de un monte recortada contra un cielo nocturno brillante, anaranjado, era entonces algo anormal que llamaba poderosamente la atención, y hacía mirar allí a todos. Asombrados, llenos de inquietud: porque eso sólo podía significar que un incendio forestal estaba devorando la otra ladera.

Hoy, con la contaminación lumínica propagada por doquier, nos hemos cargado la oscuridad del cielo nocturno y hemos perdido de vista las estrellas. Así velado, el cielo ya no estimula la curiosidad de nuestra generación. Los jóvenes no perciben ni rastro de la inmensa Vía Láctea, ni siquiera el destello de una estrella fugaz. Y los niños tienen vedado el ver cómo un planeta va recorriendo las constelaciones. Nuestros ojos no ven nada de eso en noches deslumbradas. Ahora es habitual ver cielos baldíos, con resplandor blancuzco o naranja tras las siluetas de los montes, y nadie mira eso con asombro ni inquietud. No son signos de incendios forestales ciertamente; pero ese resplandor continuo corresponde también a otro incendio tan grave o más: el de los combustibles (carbón, gas natural y petróleo) que arden sin parar en las centrales térmicas para generar la electricidad consumida. ¿En qué? En derroche de alumbrado causante de esa luz inútilmente vertida a la atmósfera. Este fuego es tan grave o más que los esporádicos incendios forestales de antaño, porque es permanente, noche tras noche; implica malgastar recursos energéticos, aumentar sin sentido las emisiones de CO2, desestabilizador del clima; y además pervierte nuestras noches, privándonos de la oscuridad deseable y vedándonos la visión del cielo. Pero lo seguimos mirando como una rutina, sin asombro ni inquietud.

Nos preguntamos dónde está la causa de todo esto. Figura como primer responsable el exceso del alumbrado público de calles y vías de comunicación. Al que se ha sumado la iluminación exterior de otros muchos espacios: centros comerciales, hoteles, empresas, explanadas de polígonos industriales, carteles publicitarios, monumentos, puentes, iglesias...

Los diseñadores del alumbrado público conocen desde hace tiempo la importancia de los sistemas de iluminación eficientes, que eviten la pérdida de luz hacia la atmósfera. De hecho, en muchos lugares se implantan luminarias correctas, es decir, que focalizan la luz exclusivamente sobre el pavimento. Sin embargo, sería necesario adoptar los niveles de iluminación indicados por la Comisión Internacional del Alumbrado, que no son mínimos como creen algunos urbanistas, sino valores a los que ajustarse en cada caso. El incumplimiento de esto está conduciendo a muchas situaciones de sobreiluminación, donde no se logra la eficiencia energética que se debiera, y donde se sigue produciendo derroche y contaminación.

De especial gravedad es el alumbrado de exteriores privado, sector que incurre en demasiados excesos. Por todas nuestras poblaciones vemos fachadas de empresas generosamente iluminadas, proyectores potentes dirigidos hacia lo alto, paneles de publicidad alumbrados como decorados teatrales, incluso focos de gran intensidad inundando de luz la fachada de humildes ermitas, o de casas particulares donde es totalmente prescindible. En pocos años esta clase de alumbrado ornamental se ha extendido hasta la saciedad, ha caído en sobreiluminaciones en la mayor parte de los casos -olvidándose que con lámparas de mucha menor potencia se conseguiría un efecto mejor- y, para colmo, se mantiene encendido durante toda la noche, también en las largas horas intempestivas en que nadie lo ve.

Mientras se siga admitiendo alegremente esta táctica, mientras se siga confundiendo seguridad con exceso de alumbrado, y mientras no se le dé la importancia que tiene al derroche de recursos energéticos en que vivimos embarcados, la contaminación lumínica mantendrá velado el cielo. Y, como si sagazmente reconociera que nuestra vanidad de consumidores no merece otra cosa, nos privará de la esencia y el misterio de las noches.

Juan Antonio Alduncin Garrido es miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y de Cel Fosc (Asociación contra la Contaminación Lumínica).

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