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Columna
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'Apatrullando' la ciudad

Comerciantes chinos denuncian que ellos y sus clientes son robados de forma sistemática por los policías presuntamente encargados de su seguridad. El modus operandi es sencillo, eficaz y bastante burdo; según los denunciantes, los agentes de la ley y el orden entran en sus establecimientos, piden la documentación a todos los presentes y sacan las carteras a la calle para ver mejor los papeles, pues se supone que los clásicos farolillos no dan mucha luz, cuando se las devuelven a sus propietarios faltan otros papeles, los billetes de banco. Los funcionarios implicados, niegan las acusaciones y afirman que se trata de una pérfida argucia oriental para obstaculizar sus investigaciones sobre las tríadas, las temibles y tradicionales mafias chinas que explotan y extorsionan a sus compatriotas a lo largo y ancho del mundo, bandas muy organizadas y peligrosas que manejan la droga, la trata y las apuestas ilegales.

Madrid es casi Nueva York porque tiene su misteriosa Chinatown, su Bronx a escala reducida y otros guetos raciales

Podría ser la sinopsis de un episodio cualquiera de cualquiera de esas series norteamericanas, intercambiables entre sí, que suelen suceder en Chinatown, Harlem, el Bronx y otros guetos étnicos de las grandes urbes estadounidenses. Pero esta vez -milagros de la globalización mediática- Chinatown está en Madrid y la acción es real. En un telefilm de serie, a estas alturas del guión, los sospechosos ya habrían entregado placas y pistolas a sus jefes, cariacontecidos o ceñudos, según la variante elegida por los guionistas, para lanzarse a la calle a demostrar su inocencia o a enterrar sus culpas. La previsible intervención de los incomprendidos detectives de Asuntos Internos daría lugar a diálogos, igualmente previsibles sobre la ética profesional y la tenebrosa zona oscura entre el bien y el mal, la injusticia y el desorden, la corrupción policial y la venta ilegal de bonos para el baile anual de la policía a los sospechosos.

Madrid es casi Nueva York porque tiene su misteriosa Chinatown, su Bronx a escala reducida y otros guetos raciales, con sus bandas juveniles, sus polis buenos y sus polis malos. Pero si el espectador de esta tele-realidad urbana prefiere a las intrigas de comisaría las emociones fuertes y las escenas de acción callejera, no tiene más que hacer una visita nocturna a Lavapiés, en la que, con algo de suerte, podrá asistir, en vivo y en directo a una nueva puesta en escena de Policía al asalto en Lavapiés, así titulaba en estas páginas su trepidante crónica de sucesos, F. Javier Barroso. El resumen escueto de los hechos resultaba aún más inquietante: "Agentes municipales desnudan en la calle a un presunto camello e irrumpen con gritos xenófobos en un bar de centro", un argumento mucho más impactante que los de esos claustrofóbicos vídeos domésticos de sus colegas catalanes los mossos de escuadra.

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que apenas se realizaban en España películas o series policiacas. Las comisarías españolas y sus ocupantes ofrecían una imagen seriada demasiado cutre y siniestra, más en la línea del KGB y sus socios de los países del Este que de las modernas comisarías estadounidenses y democráticas, mucho mejor iluminadas y más limpias. Entre las series pioneras del género en la televisión nacional destacó por su valentía y realismo, Brigada Central, con guiones del escritor Juan Madrid, un producto nada maniqueo, origen de numerosas y generalmente exitosas secuelas. Ha cambiado la imagen, y se supone que algo más que la imagen, de la policía en general y de la Policía Municipal en particular, la del guardia de a pie, cachazudo inspector de obras municipales o encauzador del tráfico rodado. Hoy los agentes municipales madrileños son en su mayoría jóvenes fornidos de ambos sexos, centauros en sus dinámicos scooters que patrullan por las calles del centro y apabullan a infractores de botellón, camellos del menudeo y delincuentes menudos. Patrullan o apatrullan que diría Torrente, pues el asalto de Lavapiés pertenece claramente a ese subgénero bufo. Sólo a un brazo tonto de la ley le caben en la boca parlamentos como éste que recogía la crónica:

"A ti qué cojones te importa lo que hago. Ni mi puta madre me pregunta dónde voy y menos un senegalés". Pues eso.

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