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Columna
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Las navajas

Dice Arzalluz -lo decía la semana pasada en el transcurso de una intervención radiofónica- que ahora que han concluido las elecciones "todas las navajas están levantadas" en el PNV. Todos estamos habituados al léxico del histórico dirigente jeltzale, que sigue siendo histórico y jeltzale, pero no dirigente. Hay que ponerle un ex, pero lo que está claro es que Xabier Arzalluz todavía no se ha convertido en ex Xabier Arzalluz. Sigue siendo quien era, genio y figura y léxico (un poco como el Cela de la fauna política vasca). Arzalluz ve navajas, que no espadas, en alto. Las espadas en alto hablan de duelos y de caballeros. Las navajas, en cambio, hablan de navajazos y de navajeros, reyertas marrulleras y peleas sucias. Las navajas en alto duran muy poco tiempo, apenas un instante antes de dirigirse al bajo vientre ajeno. Arzalluz las ha visto, las vislumbra, las anuncia o denuncia (no se sabe muy bien). Se supone que debe conocerlas, que las ha usado o que las ha sufrido.

¿Se ha convertido acaso el PNV en un partido lleno de navajas, como algunas discotecas del país? ¿O sucede tal vez que en la política (independientemente de cuál sea el partido) la navaja es un arma casi reglamentaria? No me digan que sí. Quiero creer que no. Hemos visto, durante la campaña electoral madrileña, tirar de su navaja (una navaja de papel cuché) al señor Sebastián y fallar la estocada (fallar el navajazo) estrepitosamente sobre el cuerpo de Ruiz Gallardón, que salió más votado y más gallardo (mucho más Gallardón) gracias a la estrategia de su torpe oponente. La navaja, por tanto, no resulta siempre útil en política. Digamos que la esgrima dialéctica tampoco garantiza éxitos fulgurantes, pero también digamos que el navajeo no es cosa de políticos, sino de navajeros que además son políticos. Arzalluz hace un flaco favor a su partido (y a la propia política) sacando a relucir las navajas ajenas.

¿Son las navajas de Xabier Arzalluz (las que ve levantadas dentro de su partido) las mismas que inquietaban a Miguel de Unamuno y a Emiliano de Arriaga en el Bilbao de finales del siglo XIX? Aquellas facas, navajas cachicuernas que portaban algunos inmigrantes, fueron las responsables en cierta medida del repliegue xenófobo del mundo tradicional vizcaíno y del advenimiento del nacionalismo identitario. La "invasión de la navaja" es uno de los temas principales en la literatura costumbrista bilbaína. Un tema que ha llegado a nuestros días de la mano del alcalde Azkuna (que parece salido de alguna revolada de Arriaga) cuando declara la guerra al navajero. Las navajas ajenas (las de los navajeros de verdad que ejercen en Bilbao) también habrán influido o coadyuvado, por su parte, en el éxito electoral del regidor bilbaíno. Azkuna declaró públicamente la guerra al navajero y Arzalluz ve navajas levantadas en el PNV, pero no les declara la guerra; las anuncia tan sólo y sostiene que Imaz fue elegido presidente del EBB en 2003 no por sus méritos, sino "porque al que querían eliminar era a Egibar". De manera que Egibar fue herido de navaja.

Sin embargo, uno conoce a miembros de PNV (no sólo militantes) que jamás han tirado de navaja ni estarían dispuestos a hacerlo. Gente que antes preferiría ser herida que herir. Uno ha tenido siempre una buena opinión personal de ese jeltzale medio o arquetípico y, sin embargo, cierto y real como la vida misma. Claro que, con los años, uno ya sólo tiene tres o cuatro opiniones puntuales y ninguna idea general. Pero uno se barrunta que Arzalluz ve navajas donde probablemente solo hay molinos, es decir, cubertería de acero inoxidable o de alpaca en algún restaurante. Sospecho que la única navaja que han tenido en sus manos o en sus mentes los navajeros que dice ver Arzalluz es la navaja de Ockham, ya saben, la de aquel franciscano inglés del siglo XIV que describió el principio de economía de pensamiento, según el cual, en igualdad de condiciones, la solución más sencilla siempre es la más correcta. "No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias", afirmaba Guillermo de Ockham. Las manzanas se caen de los árboles por su peso y por la fuerza de la gravedad, no por una conjura de los duendes del bosque. Las elecciones y las asambleas se ganan con votos y, por lo general, con sentido común y afeitándose, cada mañana, con la navaja de Ockham.

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