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Columna
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Centralidad vasca

Es el término de moda. Lo dijo el lehendakari, en los previos a la campaña electoral: el tripartito representa "la centralidad vasca". La portavoz del Gobierno vasco, tras que verdes las segaran: "el cauce central de la vida política del país" es el tripartito más Aralar (hemos pasado de tripartito a cuatripartito virtual, y sin formalizar acuerdo). Urkullu, en la misma tesitura: el PNV (no el Gobierno) "lidera la centralidad del país". Imaz: "el PNV es el cauce que asegura la gobernabilidad". Las peleas internas en el nacionalismo dan en luchar por el cauce, pero la gradación tripartito, cuatripartito, unipartito sugiere lo evanescente de la centralidad vasca. "Hemos ocupado la centralidad política", proclamaba el PSE el mismo día. Ya no, pero no ha mucho el PP vasco quería "ganar la centralidad" política vasca. EA ha enmudecido tras el batacazo, aunque en la campaña hablaba del "eje que integra la centralidad de nuestra sociedad" y se veía en tal eje. Hasta EB-Aralar se reclama central, pues los resultados, dice, confirman la "posición de gran centralidad" de la coalición en el Ayuntamiento de Bilbao.

El soberanismo frentista del Plan Ibarretxe consistía, precisamente, en eliminar los espacios centrales
¿Ezker Batua creyéndose el centro? Aturde la idea. Máxime cuando ha hecho una campaña diciéndose la izquierda

Tiene su miga la idea de "centralidad" que ha encarnado en la política vasca desde hace unos (pocos) años. ¿Qué quiere decir?, ¿quiere decir algo? Apenas se utiliza hoy en la política española, excepto alguna vez en Cataluña; cuesta encontrarlo en los políticos fuera de aquí. Sí en los análisis de politólogos y sociólogos, no tanto en los protagonistas de la acción política. En el País Vasco las tornas cambian y el término analítico se convierte en ambición expresa del político, en su lema. Tiene interés esta asunción subjetiva de un vocablo con pretensión de objetividad y resonancias científicas. Casa bien con una política vasca que se ve a sí misma como un tablero de ajedrez en el que las piezas no se mueven de forma espontánea, pues no tienen apetencias propias, sino guiadas científicamente para comerse las unas a las otras a la búsqueda del jaque mate.

La "centralidad" encierra a veces sorpresas. Fíjense en la última cita, la de Madrazo, cuando se ve parte de "la centralidad". Es una incongruencia, descartado que sea una chanza. Cabría entender que viese en lo del Ayuntamiento un éxito del progresismo y de su izquierda. ¿Pero Ezker Batua creyéndose el centro? Aturde la idea. Máxime cuando ha hecho una campaña diciéndose la izquierda. ¿Aquí la centralidad cae a desmano? ¿Tal izquierda quiere ser el centro? No hay quien lo entienda. Es como si Fidel Castro -salvando las insalvables distancias: perdonen la comparación- asegurase que representa la centralidad cubana. No se le ocurriría la sandez: sí la izquierda o la revolución, pero no la centralidad, un palabro en los antípodas de su pensamiento (y seguramente del de Madrazo, si lo hubiera). A lo mejor confunde centralidad y mayoría.

En cierto sentido, es una idea nueva en la política vasca. Sonó hasta que llegaron las gozosas olas de Lizarra. Luego se echó sobre ella la capa del olvido. En su acepción actual empezó a utilizarse de forma masiva en 2005. Los años anteriores la usaron levemente el PP y el PSE, pero sin gran confianza. Hasta que, por fin, dio con la expresión Ibarretxe. La empleó en la campaña autonómica y en el sentido de hoy al acabar aquel año, cuando hacía aguas el soberanismo. "El Gobierno vasco representa la centralidad vasca", dijo entonces, y ahí ha quedado, como eslogan, deseo o convicción.

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Antes de 2005 no usó nunca el término -según mis notas, que creo certeras en esto-, excepto en 2003, cuando en dos ocasiones vino a decir que "la centralidad vasca" es la de quienes quieren que "a Euskadi y a los vascos nos reconozcan nuestra identidad". Así, centralidad consiste, en su concepto, ser nacionalista vasco. La centralidad imaginaria del País Vasco tripartito está en una parte, no en el centro ni en medio. Tiene lógica: en el sentido literal, el jueves no es el medio de la semana vasca, sino el martes, astearte.

Hasta entonces el soberanismo no usaba lo de la centralidad. Si ganaba elecciones era una victoria del pueblo vasco. Formaba gobiernos con mayorías absolutas y todo consistía en pasar por la piedra al vecino. No presumía de centralidad. Es más: el propio concepto de centralidad resultaba aberrante dentro de sus esquemas políticos. El soberanismo frentista del Plan consistía, precisamente, en eliminar los espacios centrales, escindir a la sociedad vasca, que una parte ganara y arrumbar a la otra. Todo lo contrario de centralidad, que tiene que ver con búsqueda de lugares de encuentro, acuerdos y huida de extremismos. Se construía como una política centrífuga.

Seguía el radicalismo nacionalista cuando en 2005 empezó a emplearse el término "centralidad", quizás para legitimarse en vacas flacas, pues ya no bastaba la idea de mayorías inquebrantables de un pueblo vasco monolítico presto a hacer de su capa un sayo. Nos instalamos en la paradoja: un Gobierno de parte, incluso más radical que los partidos que lo soportan y agresivo identitariamente con media sociedad vasca, se proclamó "la centralidad": el término no se lo adjudicaron los analistas, sino ellos a ellos mismos. Seguimos hoy en la paradoja. Lo curioso es que hasta la fecha -ahora cambiará: resultados electorales mandan-, el soberanismo nacionalista que se proclama centralidad no ha hecho nunca ningún intento de acercarse a algún centro, a algún espacio teórico situado entre unos y otros. La centralidad tripartita es por eso una peregrina apropiación del término. A fuerza de repetirlo calará, pero conceptualmente resulta imposible que la centralidad sea un extremo. Si el centro de gravedad de un barco se sitúa en la quilla, y por la proa, inevitablemente se hundirá. Si el del hombre (o de la mujer) estuviese en el extremo inferior de la parte posterior de su corpulencia, caminaría con dificultad. Aunque fuese vasco (o vasca).

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