Descarrilar voluntariamente y entre risas
El diario Le Figaro, periódico de los llamados "de calidad", con una larga historia y que da voz a los intereses de las élites conservadoras francesas, pidió a sus lectores si les gustaría o no ver los filmes a competición en el Festival de Cannes. Un 83% respondió "No". Para ellos, Cannes es "el festival de lo inútil" y hablan del cine como de "una disciplina moribunda". Al mismo tiempo, en los flamantes Cahiers du Cinéma España, se celebra que el cine, una vez perdida su posición de centralidad dentro del mundo audiovisual contemporáneo, goce ahora de "una extraña posición de resistencia y experimentación" que "le otorga más libertad para reformularse a sí mismo y para provocar un pensamiento fuerte sobre el mundo".
La edición de Cannes 2007 ha sido de gran calidad. Muchos de los títulos que figuraban dentro de la selección oficial son obras innovadoras y potentes, pero la práctica totalidad de ellas hace abstracción de la viabilidad de su explotación comercial. Y quien obvia esa cuestión, obvia también la de su libertad e independencia. Un cine incapaz de autofinanciarse es un cine que necesita de subvenciones. Ésa ya es parte de su realidad, pero es suicida aspirar a que esa parte sea más y más importante. Y que detrás de esas subvenciones aparezca una miríada de comisiones y comisarios, de expertos y experiencias, musas y museos, festivales y festivaleros, que van a ejercer de intermediarios a la hora de elegir qué proyectos deben existir.
El Festival de Cannes ya peca de endogámico. Como cintas de apertura y de clausura se eligieron obras de dos habituales de la Croisette: Wong Kar-wai y Denys Arcand. La selección oficial incluía otros directores que conocen bien la Costa Azul. A través de la Cámara de Oro, premio al mejor primer largometraje, el festival consagra cada año un futuro maestro. En 2007, la japonesa Naomi Kawase, antigua cámara de oro, ha ganado el Gran Premio del Jurado con Mogari no mori. La estructura llamada Cinéfondation, creada en 1998 y que invita a una selección de los mejores cortometrajes salidos de las escuelas de cine de medio mundo, tiene su continuidad con la Résidence et l'Atelier de la Cinéfondation, que subvenciona la escritura de guiones y busca producción para los mismos. El festival tiene así su cantera o vivero de artistas.
Según Gilles Jacob, presidente del festival, el objetivo del mismo es difundir "el cine de autor entre el gran público". Pero el propio Jacob admite que "una cierta idea del cine está en vías de desaparición, la del cine de autor". Si es así, entonces, ¿por qué basarse en los autores a la hora de construir todo el tejido en que se sostiene la selección de Cannes?
Sin duda, estamos en época de cambio. Sin duda, la noción de autor parece hoy obsoleta en la mayoría de casos en que se emplea. Sin duda, el cine ya no es central, pero es insólita la prisa por marginarlo y confirmar una situación equivalente a la del arte contemporáneo, dependiente de unos pocos coleccionistas, críticos y comisarios. Su auge, varias veces repetido, es frágil y engañoso. Personajes como Saatchi han hecho subir -y bajar- la cotización y consideración de ciertos artistas que, a veces, se han visto obligados a recomprar su obra en secreto para mantener su valor de mercado. Celebrar y amplificar la marginación del cine respecto al público equivale a conducir una locomotora y a descarrilar voluntariamente. Entre las risas del maquinista, del revisor y de los viajeros.
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