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Elecciones 27M
Columna
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Ratificando

No soy capaz de interpretar los resultados de las recientes elecciones. Tratándose, como se trataban, de unas elecciones locales y regionales, su interpretación debiera ser tan simple como la de su sola lectura numérica y la de sus combinaciones posibles, es decir, tan sencilla como llegar a la conclusión de que Odón Elorza ha mejorado sus resultados y que la composición del nuevo consistorio donostiarra le va a permitir alcanzar un pacto estable y beneficioso para su ciudad. Conclusiones similares se podrán extraer, con resultados más o menos afortunados, en todas las demás localidades españolas, y así se hará. Sin embargo, no son esos, pese a que sean los que van a garantizar en gran medida el progreso y la mejora del país, los objetivos en los que no fijamos cuando hablamos de una "lectura" de los datos electorales. Leerlos significa trascender su escueta finalidad para pasar a valorar sus consecuencias en la vida interna de los partidos políticos y la mejor o peor situación en que quedan estos para alcanzar otros objetivos. Leerlos significa, en definitiva, otorgarles un valor instrumental, del que seguramente nunca están desprovistos pero que en esta ocasión ha adquirido una dimensión de escándalo. Este país lleva más de tres años bajo el síndrome de la revancha, a la espera de 2008; es ese síndrome el que ha dominado y ensombrecido todo el proceso electoral y es desde él desde el que se están analizando y leyendo sus resultados. Desde esa perspectiva, que es la que prima, sólo se me ocurre decir que los resultados son bastante decepcionantes tanto para el PP como para el PSOE y que auguran un próximo cuatrienio tan lamentable como el actual.

Siendo como ha sido Euskadi el tema dominante, obsesivo, casi enfermizo, de la pasada campaña, me llamó la atención que la noche electoral Euskadi desapareciera de escena en los recuentos y análisis de los grandes medios de difusión de alcance nacional. Moví el dial con profusión, pero apenas parecían interesarse por lo que había ocurrido en la tierra irredenta, la tierra sin libertad ni democracia por la que todos parecían tan preocupados unos días antes. Tampoco el resultado navarro, tan crucial para el futuro de la patria, recababa demasiada atención ante otras conclusiones al parecer más perentorias. Concluí que se trataba de recoger la cosecha de la cepa Euskadi, cepa que quedaba en la sombra hasta que se calibraran bien los resultados; tiempo habría para revitalizarla si así convenía. En Euskadi, sin embargo, estaban pasando cosas interesantísimas, mucho más novedosas que las que acontecían en el resto del territorio nacional, donde la situación quedaba poco más o menos como estaba.

Naturalmente, un par de días después Euskadi regresa al primer plano del debate y vuelve a hacerlo como la cepa Euskadi, de la que se espera una abundante cosecha a unos meses vista. Vuelven los terroristas a las instituciones y Navarra está a punto de ser entregada, he ahí los dos temas estrella que no dejarán de perseguirnos hasta que llegue el momento de la nueva recolección. Trataremos de soportarlos con estoicismo, pero no permitiremos que desvíen nuestra atención y nos impidan análisis más sosegados que esos a los que son proclives nuestros salvadores. No olvidaremos, por ejemplo, que Euskadi, y también Navarra, han ratificado la política antiterrorista de Zapatero, ni tenderemos a pensar -como a veces da la impresión al escuchar a algunos comentaristas- que los resultados electorales sean una invención a conveniencia de Zapatero para avalar su política, sino que nos enfrentaremos al hecho de que son datos reales. Es un dato real que el voto nacionalista en Navarra constituye ya casi un tercio de los votos emitidos -un 32,86% en Pamplona y en torno a un 29% en todo el territorio foral-, por lo que ya no tiene sentido, si alguna vez lo tuvo, hablar de vascos aliens y de navarros, y tendremos que hablar de navarros nacionalistas y de navarros que no lo son, como lo hacemos con los guipuzcoanos. Es tan cierto como que constituyen sólo un tercio, sin el añadido de todos los votos nacionalistas de la comunidad vecina, por lo que su capacidad de influencia y de decisión será la que le corresponda.

Y es también un dato real el retroceso del PP vasco -el gran sacrificado de todo este despropósito nacional-, como son igualmente datos reales el importante ascenso del PSE o el castigo sufrido por el PNV, castigo que le obligará a dejarse de ambigüedades y a optar por el soberanismo -cuya cosecha retardada no le está siendo muy rentable- o por un autonomismo claro y responsable. Sí, también son un dato real los resultados -legales e ilegales- obtenidos por ANV-Batasuna, datos que completan un cuadro del que podremos ocuparnos con sosiego en días sucesivos.

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