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Columna
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Tiempos y ritmos

Josep Ramoneda

Unos tanta prisa y otros tan poca. Horas después de ser reelegido, Alberto Ruiz-Gallardón ya emprendía la escalada de La Moncloa. El partido socialista, en cambio, no tiene otra respuesta para su crisis en Madrid que la de siempre: dejar pasar el tiempo sin hacer nada. Ahora, con la coartada de la proximidad de las elecciones generales. Alberto Ruiz-Gallardón me recuerda a Michel Rocard. Son personajes con gran éxito de público y escasa estima de partido. Y esta falta de cariño les hace cometer graves errores de precipitación. Ruiz-Gallardón acelera cuando en la calle Génova están todavía con el champagne por una victoria pírrica que, en tiempo de vacas flacas, se vive como un triunfo extraordinario. ¿Por qué corre tanto Gallardón? Porque quiere eliminar un montón de obstáculos con un solo salto. Quiere coger ventaja en la disputa por el delfinato con Esperanza Aguirre. Y quiere estar en el sitio adecuado en el momento en que Mariano Rajoy se la pegue. En el particular cuento de la lechera del alcalde de Madrid, si consigue la segunda posición en la lista de la capital a las elecciones legislativas, quedará automáticamente ungido como heredero y, cuando llegue la hora de la sucesión, el partido -su enemigo- sólo podrá asentir.

Naturalmente, para legitimar su salto, Ruiz-Gallardón se presenta ante los suyos con el entusiasmo del converso. Declaración de amor a Rajoy -"he confesado en reiteradas ocasiones mi ilusión de poderle acompañar en las próximas generales"- y bofetón a Zapatero -"será un paréntesis en la historia de España y del socialismo"- en estricta aplicación de la consigna del PP: "Zapatero, el breve". A la hora de la sucesión de Aznar, Rodrigo Rato planteó un programa alternativo y perdió. Aznar no estaba para dejar su herencia en manos de una persona con ideas propias. Ruiz-Gallardón no quiere correr el riesgo de proponer porque sabe que tiene el árbitro -el partido- en contra y porque quizás su proyecto real desdibujaría su potente imagen. Por eso, intenta colarse en el escalafón a la carrera. Y hacer valer el número dos de Madrid si lo consigue. Esperanza Aguirre y Francisco Camps esperan impasibles a ver como su acelerado rival se estrella en la primera curva. Las prisas, en política, provocan derrapajes y avalanchas de recelos.

El resultado del PSOE en Madrid es terrible en sí y en sus consecuencias. En sí, porque un partido que quiere tener la hegemonía en España no puede ser doblado por su adversario en la capital y porque demuestra la incapacidad de la dirección del partido para resolver un problema tan grave como crónico. La consecuencia inmediata del descalabro es que le ha dado al PP la escenografía necesaria -el balcón de los triunfadores- para propagar la imagen de una gran victoria en las elecciones municipales. Y lo peor es que, ante ello, el PSOE transmite la sensación de que no tiene plan alguno para afrontar esta crisis.

¿Por qué Zapatero, con aparente autoridad absoluta sobre el partido, no es capaz de practicar la cirugía necesaria en la federación socialista de Madrid? Todo tiene su historia. Y ésta empieza en el Congreso que eligió como secretario general del PSOE al hoy presidente del Gobierno. Aquel día, 23 de julio de 2000, Zapatero ganó por ocho votos. En su victoria, fue decisivo el voto guerrista. El guerrismo siempre ha tenido mucho peso en la federación madrileña. Zapatero no se ha atrevido a tocarlo. En vez de desmontar el tinglado burocrático allí instalado, ha intentado resolver el problema de la peor manera: parachutando candidatos sin experiencia y sin pedigrí, condenados a convivir con un partido hostil. Y de derrota en derrota hasta el desastre actual. Ni siquiera el tamayazo sirvió como aviso al presidente. En vez de aprovechar para hacer limpieza en la casa socialista madrileña prefirió consolarse con la teoría de la conspiración. Después de tanto despropósito la crisis de Madrid le afecta directamente. Fue Zapatero quien eligió los candidatos a la alcaldía, fue él quien decidió colocar a personalidades externas de su confianza sin tocar nada en la estructura del partido. Tiene ahora la oportunidad de hacer un gesto de autoridad que reforzaría su imagen de cara a las generales. ¿De verdad cree que es mejor no hacer nada durante diez meses? ¿O es que realmente no sabe qué hacer?

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