_
_
_
_
Entrevista:

Roberto Alagna. El tenor alza la voz

Jesús Ruiz Mantilla
Roberto Alagna
Roberto AlagnaRichard Kalvar

Existe una lógica aplastante en el mundo de Roberto Alagna. Puede que no sea la lógica de usted, ni siquiera la del mundo mundial, pero es incontestable. La filosofía de este tenor con el carácter de un vendaval, que se marchó el pasado mes de noviembre de La Scala en plena segunda representación de Aida y que el día 7 de junio debuta en Madrid con Il trovatore, de Verdi, tiene una coherencia propia que va desde el discurso del insomnio hasta la negación del ego o la justificación del divismo por gracia de Dios. Al fin y al cabo, ésa es precisamente la palabra que precede esa manera de comportarse encima de los escenarios y que sirve para definir a los grandes de la ópera.

Dice Roberto Alagna que siempre ha sido feliz. Con ese pensamiento positivo, él, que cumplirá 44 años el mismo día que pise el escenario del Teatro Real, ha ido sorteando las desgracias de la vida, que en su caso fueron muy tempranas. Se quedó viudo sin haber cumplido los 30, con una niña de año y medio en los brazos que luego ha ayudado a criar su segunda mujer, la soprano rumana Angela Gheorghiu. Con ella ha formado una de las parejas más atractivas y discutidas de la ópera actual por sus éxitos y sus conflictos en algunos teatros; el Real incluido, donde la cantante, que volvió a Madrid el pasado día 20 a dar un recital, dio una sonada espantada el primer día de ensayo de una Traviata que dirigía Pier Luigi Pizzi hace cuatro años.

"La Scala se ha equivocado conmigo. Los hemos denunciado. No puedes cantar y ensayar un mes y que no te paguen"
"Cuando recuerdo mis años en el cabaré, los veo como una película. Me veo como un actor de cine antiguo. No soy yo"

Quizá jugar al rugby durante 10 años le convirtió en una especie de roca que resistía como nadie los golpes. Pero no, no sólo eso. Otras cosas le han ayudado más que saber escabullirse de una melé salvaje. Lo primero, la familia. Se crió en un suburbio de París de esos en los que hoy es fácil ver arder coches. Fue el primero de los 30 descendientes de su bisabuela ?a la que conoció hasta que él cumplió 20 años? en crecer lejos de la Sicilia siempre añorada por sus padres. Habían emigrado hacia el país más rico del Mediterráneo en busca de una vida mejor, pero el poco dinero que ganaba su padre como obrero de la construcción no les evitó conocer a fondo la pobreza a Roberto y a sus tres hermanos, dos de los cuales, más pequeños que él, están también metidos en el negocio del canto.

Roberto se crió en la calle y siempre se sintió desarraigado. Italiano en Francia, francés en Italia. Y español de descendencia: "Alagna es Alaña, con eñe; de los primeros españoles que llegaron a Sicilia", afirma en el patio de un más que lujoso hotel parisiense, donde se ha presentado sonriente, atusándose el flequillo hacia atrás, con una camisa roja bordada y desatada por debajo de su pecho toro, pantalones blancos, zapatos de cuero relucientes y fular también blanco.

Vive en Suiza, pero también tiene una casa en París, donde aprovecha para parir discos superventas, como el reciente dedicado a Luis Mariano ?que ha vendido más de 400.000 copias sólo en Francia? o como el que ha estado estos días grabando, de canciones sicilianas, antes de trasladarse a Madrid para los ensayos de Il trovatore. Le han advertido de que el público madrileño es duro de pelar. También le han contado que a José Cura le abuchearon cuando la cantó. Llega cauto, pero llega, pese a que muchos dudaron de que se le viera en el Real después de ese episodio en La Scala esta misma temporada...

Desde entonces ha cambiado. Es un poco más cauto, pero sólo un poco. Conserva el carácter explosivo y habla claro sobre lo que pasa, ha pasado y lo que pasará. No sabe si volverá al templo sagrado. Actualmente está en pleito con él: "Se equivocaron conmigo", dice. De todas formas, La Scala es un teatro que se le atraganta. Ya había tenido su desencuentro 10 años antes en el mismo sitio, cuando Alagna y Gheorghiu discutieron con el entonces todopoderoso Riccardo Muti y abandonaron el teatro, interrumpiendo una relación casi paterno-filial entre el director y el tenor. La vuelta de Alagna esta temporada a Milán le fue brindada por otro de sus más que influyentes amigos, Stéphane Lissner, actual responsable de La Scala, que fue también el primer director artístico del Real. Pero todo se fue al traste, entre otras cosas, y según Alagna, "por una conspiración política".

Aunque existían otras razones. Su salud, también. Se fue del escenario con mal gesto cuando escuchó los abucheos; pero cuando, según él, quiso volver, no pudo. Allí había salido en su lugar y en vaqueros el sustituto Antonello Palombi sin que la orquesta, que dirigía Riccardo Chailly, amigo de Alagna desde hace años, dejara de sonar. Ahora, Alagna dice que la culpa fue también de esa maldita hipoglucemia que le brotó en Turín. De hecho, es una enfermedad que le ha cambiado y que le ha obligado a cancelar muchos compromisos. Le quita el sueño y le produce una tremenda debilidad, pero, sobre todo, miedo.

Antes de nada, y no solamente por cortesía, ¿cómo está?, ¿cómo se encuentra?

Lo que yo tengo no se puede curar. La hipoglucemia. Así que cuando estoy en el escenario y puedo cantar, es un milagro. No es fácil. Hoy no tengo ya fuerza a diario. El azúcar me puede bajar en cinco minutos, así que tengo esta espada de Damocles todo el tiempo sobre mi cabeza. Siempre tuve mucha energía; ahora no, y me pongo triste. No es bueno cantar con tristeza?

Además le costará concentrarse. Estará usted más pendiente del azúcar que de otra cosa...

Con el azúcar bajo, todo el cuerpo se debilita, también las cuerdas. Pero hay que luchar. El milagro es que todavía esté cantando. Hace un año fue todo muy duro. Por la mañana no tenía fuerza para caminar. Se puede imaginar lo que cuesta hacer Il trovatore así. Criticar es muy fácil, pero cuando sabes lo que es estar en el escenario sin fuerza...

Un infierno.

Como cuando estás en el agua nadando y no hay nada alrededor. Tienes que controlar cada respiración. Pero, bueno, es la vida. Dios me ha dado esto, y no sé por qué, pero debo tener confianza. Vamos a ver.

A muchos cantantes grandes, a cierta edad la salud les ha dado estos sustos. Debe ser difícil de asumir cuando te crees indestructible. Sentirse frágil, humano. ¿Cómo ha cambiado su vida?

Cuando es normal, cosa de la edad, lo aceptas. Pero una cosa así ocurre en un día y no puedes hacer nada. Yo he cantado toda mi vida sin problemas, sin dormir, sin comer y tan contento. Ahora no es lo mismo, ahora estoy triste a menudo. No puedo soportar contrariedades. El estrés me baja el azúcar. Por eso no pude cantar en La Scala cuando me ocurrió todo. Tenía que esperar cinco minutos, al menos. Pero al momento era imposible reaccionar para mí.

Ya. Explíqueme bien lo de La Scala.

La hipoglucemia me ocurrió por primera vez en Turín, haciendo Manon Lescaut. Cuando volví estaba muy débil, había estado ingresado en el hospital y todo el mundo lo sabía en Italia. La semana antes de Aida me hice un análisis con el médico de La Scala y tenía 0,50, estaba muy bajo. La gente quiere ver a los artistas cuando están bien, no les interesan las excusas.

Entonces, ¿por qué cantó?

Porque estaba feliz, contento, alegre y cantaba bien en los ensayos, no me sentía débil. En el ensayo general y en el debut canté maravillosamente, fue todo muy fácil. En la segunda, cuando ocurrió lo que ocurrió, fui abucheado antes de cantar, antes de abrir la boca. Eso fue muy complicado. Me parecen bien las críticas si haces algo mal, pero sin hacer nada...

A lo mejor se dejó llevar por el corazón más que por la cabeza.

Sí, claro. Porque yo no estaba enfadado. Chailly, el director musical, y yo ya lo teníamos planeado porque todo el mundo sabía que iba a pasar algo. Le dije: "Si protestan, me bajo cinco minutos a beber agua con azúcar, y luego subo y le pregunto al público si continuamos". Estoy seguro de que así hubiésemos recibido un aplauso.

¿Por qué no lo hizo así?

Porque sacaron al otro. Yo esperé en el camerino, vestido de Radamés, pero nadie me vino a buscar. En fin, vale. Ya pasó.

¿Se ha peleado después con Chailly y con Lissner?

No, no. Me sorprendió que Chailly no me llamara ni que hiciera lo que habíamos quedado. A través de un amigo mío me llegó el otro día un comentario suyo: "Dile a Roberto lo bien que ha cantado la Aida". Y con Lissner hablé por teléfono y me dijo que éramos amigos y que nada iba a cambiar. Pero yo creo que La Scala se ha equivocado mucho con lo que pasó.

Pero cuando dice La Scala, será Lissner, que es quien manda.

No es Lissner. Él, pobrecito, no puede hacer nada.

Pues, ¿qué es entonces La Scala?

En este caso no tenía que ver el teatro, era una lucha política entre Berlusconi y Prodi. Nada más. Es muy fácil de entender. Antes, Muti estaba apoyado por Berlusconi y le han echado. Ha llegado Lissner con Prodi. Lo que ha pasado es que los de antes han conspirado para estropear una noche y quitarle el éxito a Lissner, y han buscado a Alagna como víctima. Me lo advirtieron: "Vamos a abuchearte". Yo lo sabía. Un artista no debe ser un instrumento de la política. A un cantante, ¿le vas a poner policía en un teatro para entrar? No soy un asesino. ¿Le han preguntado al público qué quiere? ¡Me han cerrado La Scala a mí! ¡Mi templo! Es injusto.

¿Volverá al templo?

No sé, en mucho tiempo. Se han equivocado y tienen miedo. Los hemos denunciado. No puedes cantar y ensayar un mes, que no te paguen y que además cancelen todos los contratos para el futuro. No es justo.

Y usted con quién va, ¿con Berlusconi o con Prodi?

Con ninguno de los dos, no he votado en mi vida.

¿Ni en estas últimas elecciones francesas?

No, no. Si hubiese votado ahora, lo habría hecho por Sarkozy; me gusta, pero no voto. No me interesa la política.

En Madrid, ¿cuántas funciones cantará? Porque unos dicen cinco; otros, dos?

Tres días.

Le diré que hay expectación.

Ya, pero para mí es difícil. Hablé con el teatro y les dije que lo mejor era cancelar, pero me convencieron de hacerlo por el público, y yo he aceptado, aunque es muy difícil. Lo haré lo mejor que pueda.

Además tiene que dejar alto el pabellón de la familia. Porque su mujer, aunque actuó el pasado día 20, ya se fue una vez del Teatro Real.

Sí, otra razón de más. Yo, en mi vida sólo he cancelado una vez por problemas de voz. ¿Es mucho? En un Cyrano de Bergerac que canté un primer acto con bronquitis y me retiré.

Encima va a tener que hacer un 'Trovador', que es una ópera que se las trae. No muchos se atreven.

Muy difícil. La última vez la canté en Japón, ya estaba enfermo. Canté tres funciones apoyado en un muro porque no podía caminar. La canté no sé por qué. Porque estoy loco. Si empiezo a cancelar, mi vida está acabada. He cantado toda mi vida, y ese repertorio es muy peligroso, hasta cuando estás bien. Pero el público se lo merece. Aunque cuando? Bueno, no quiero hablar de eso, se acabó.

No, hombre; hable, hable.

Que no, que no. Es muy difícil criticar a un artista cuando uno no está en el escenario. Lo que hay que hacer es agradecer la valentía de quien va a dar toda la sangre que tiene en el alma.

Sí, pero a veces, aparte de sangre, hay que dar algo de templanza.

Yo he cantado toda mi vida con amor, sin calcular. No soy un negociante de la voz. Yo soy un artista, actúo para dar placer, por amor al público. Nunca he hecho nada pensando que vaya a ser positivo para mi carrera, por dinero. En Madrid no voy a ganar dinero, y en La Scala, tampoco.

Pero con su disco de Luis Mariano, sí.

No mucho.

Ah, no. ¿Cuánto ha vendido?

No lo sé [400.000 copias sólo en Francia]. No calculo, cuando lo hice pensé que no iba a tener éxito. Lo hice para mi abuela. Cuando yo era un niño, a mi abuela le gustaba. Lo escuchaba con los ojos llenos de luz, y cuando no estaba bien me dijo: "Tienes que hacer un disco con canciones de Mariano".

La familia...

La familia. La familia es muy importante para mí.

Le sale la cosa siciliana.

Cuando eres hijo de la emigración, tu familia es tu nido. Cuando yo era niño, mi familia se relacionaba con sicilianos, yo no tenía ningún amigo francés. La gente temía a mi familia, como si fuéramos gitanos, u hoy magrebíes. Porque a los extranjeros nos temen porque no nos conocen. Pero mi familia tenía una pasión: el canto, la música. Cuando no teníamos dinero, al final de la semana, cantábamos. Ésa fue mi escuela; no sólo para la profesión, para la vida. Mi familia es fantástica: mis padres, mis hermanos, mi abuela, mi bisabuela, a la que conocí y traté 20 años, porque todo el mundo se casaba joven. Mi bisabuela y abuela lo hicieron a los 13. Yo hablaba con ella de Caruso. Maravilloso. He vivido toda mi vida en un sueño. Para mí todo se limitaba a querernos; a hacer las cosas por placer, con honor, con pudor, sin maldades ni envidias. He vivido mi vida como en dibujos animados, hasta ahora que me ha fastidiado esta enfermedad. La vida no es fácil.

Hombre, su vida no lo ha sido tampoco siempre. Habrá sido feliz, pero no ha tenido una vida fácil.

Bueno, si eres feliz, las dificultades desaparecen.

Ya, pero fueron ustedes muy pobres.

Sí, pero no hemos padecido por eso. Éramos una familia unida, grande. Los hermanos de mis padres tenían muchos hijos. Yo soy el primer nieto de 32 y el primero nacido en Francia.

¿Y es más francés o italiano?

Nunca lo he sabido.

¿Por el desarraigo?

Sí. Es difícil ser el primer extranjero en otro lugar; pero a la larga, eso me ha hecho muy feliz. Tengo dos culturas y estoy casado con una rumana, así que me consideran el mejor tenor rumano. ¡Es fantástico! Al fin y al cabo he sido feliz, aunque al principio tuviera un destino trágico, con mi primera mujer. Murió con 29 años. Me quedé con mi hija. Estaba destrozado, y eso me enseñó a que cuando estuviera bien procuraría dar paz, amor a todo el mundo.

¿Era más feliz en el cabaré o en la ópera?

Lo mismo. Cuando recuerdo mis años en el cabaré, los veo como una película. Tampoco creo que fuera mejor que ahora. Me veo como un actor de cine antiguo. No soy yo. Pero eso siempre me ha ocurrido. Es un problema de identidad. Está en mi carácter, soy un romántico. Toda mi carrera ha sido una experiencia para conocerme.

¿Lo ha conseguido?

No, no sé por qué. Jamás. Desde niño me veo como con unos ojos encima de mí, y eso me hace muy autocrítico en todo.

¿En qué más?

Todo lo que hago. Como no tengo una identidad clara, hago muchas cosas, todo el tiempo. Pero es como si lo hiciera otro.

¿Y eso es bueno o es malo?

Bueno, te enriquece al final porque haces de todo. Pero, al tiempo, es importante saber quererte.

Ego, alimentar el ego.

Yo no tengo ego, ése es el problema.

Un poco sí que tiene.

No, no.

¿Y cómo sale al escenario?

Es un juego. Pero no tengo ego, nunca lo he tenido. Es, de verdad, un problema. Tengo que ser fuerte, porque no lo tengo. Cuando una cosa no va, no lucho. Me voy, me retiro, adiós. No soy competitivo, no me pego con nadie. No pierdo energía inútilmente. Quien dice eso de mí, no me conoce.

Entonces, sin ego, ¿dónde se queda el divismo?

Para mí, el divismo no es peyorativo; para mí viene directamente de Dios. No son caprichos. Un cantante es un divo, no se puede explicar lo que ocurre en nuestras gargantas. No es normal. Y el tenor, más. Porque es una voz que no existe naturalmente. Cuando nos levantamos, la buscamos, no existe nuestro tono en la naturaleza. Los tenores somos mutantes, como en esa película, sí, en X-men. Es fantástico, es divino, es eso. Luego están los caprichos, las cosas que dice la prensa.

Y el público.

No, el público no. El público entiende. Al público le llega una vibración que puede transformarse en emoción, y esa emoción también es cosa de Dios.

El de Madrid es un poco exigente. ¿Ha hablado con José Cura? Le abuchearon cuando cantó 'El trovador'.

No, no he hablado de eso con él. Cuando estamos juntos no hablamos de eso.

Pues entonces, ¿de qué hablan?

De todo un poco. Mucho de mujeres. Sí, sí. Ya sé que no está bien, pero es así. Vale, el público tiene razón siempre. Cuando canto quiero olvidarme de problemas, evadirme; el público, también, y así se establece una comunión.

¿Algo religioso?

El teatro es un templo. Cuando estoy solo en un teatro me entran ganas de llorar, como si estuviera en una iglesia. Hay una conexión con Dios.

¿Parece usted muy religioso?

Sí, mucho. No podemos explicar lo que tenemos en este mundo. El oxígeno, cuando lo respiramos, es parte de un cosmos que entra en ti. Todo viene de la atmósfera, de algo que gira sin pilas. ¡Es increíble!

¿A qué tiene miedo, entonces?

A la enfermedad, es lo único que me da miedo. Y que le pase algo a mi familia, a mis hijos, a mis amigos. Aparte de eso, si me cruzo con un león, seguramente me asusto; pero, lo que más, la enfermedad y que les pase algo a los míos, eso me va a dar que pensar toda la noche.

A la noche también le tiene miedo, se diría.

Ocho años en el cabaré, de noche, estropearon mis hábitos de dormir. El problema es que como soy romántico y nostálgico, todo el tiempo pienso en el pasado. Me acuerdo de todo. Mi madre me lo dice: "Deja el pasado, ¿por qué no haces más que pensar en el pasado?". Y tiene razón, porque me da tristeza. Cuando veo a gente que he conocido más vieja, me da tristeza. Ése es otro problema que tengo, soy muy altruista, no pienso nunca en mí. Es mi mayor defecto. Todo el mundo me lo dice. Pero es que Roberto no existe, sólo le veo en los ojos de todo el mundo, pero no en los míos. Es así.

Es cierto. Uno es un ente que se ve los brazos, las piernas y se extraña constantemente de sí mismo. Los hombres se ven y no se conocen, se escuchan y no se oyen a sí mismos. ¿La voz también cambia en un cantante cuando la siente dentro y la escucha fuera?

Sí, es horrible. Grabar un disco y oírlo. No me gusta mi voz, nada, porque yo tengo un sonido en mi cabeza que es perfecto, el que me gusta a mí, y no lo puedo crear, y no sé por qué. Y eso me hace pensar que no soy bueno, que no basta lo que hago. El sonido que yo escucho es maravilloso. No lo puedo describir, lo siento. Pero cuando lo tengo cerca y quiero hacerlo con mi voz, sale una mierda.

¡Cago en diez!

Sí, un asco. Es una voz que no está en tu cuerpo, está fuera de ti. Es una idea.

¿El futuro? ¿Piensa mucho en él?

No, no. Pienso mucho en el día; en el futuro, no. Siempre he creído que voy a morir muy joven. No me veo en unos años.

¿Le asusta la vejez?

No me importa. Lo importante para mí es saber que mañana será como hoy. Me da pena que quien yo amo envejezca, eso sí.

¿Y los jóvenes? ¿Sigue pensando que hay que hacer esfuerzos con otros repertorios para acercarles a la ópera?

Creo que es mejor darles pasión de lo que sea, en la música, en la literatura. En mi familia, todo ha funcionado por la pasión. Eso te da todo en la vida. Está muy cerca de la locura; con una pasión puedes olvidarte de todo, incluso si no tienes nada para comer. Te hace resistir, te da la fuerza para cantar cuando no estás bien. Sin pasión hubiese sido imposible vivir con Angela todos estos años. La gente lo decía, que dos cantantes, los viajes, todo eso... Pero seguimos juntos por esa pasión.

¿Y no tiene miedo de que tanta pasión le vuelva loco?

Sí, pero yo ya estoy un poco loco. Ahora me he metido en una ópera con mis hermanos: El último día del condenado. Tienes que estar loco para hacerlo. Mis hermanos son muy jóvenes, 11 y 12 años menos que yo, y yo les he inculcado la pasión por la ópera.

A propósito. Ese problema que hubo entre sus hermanos, usted y Giancarlo del Monaco por el montaje que hizo él de 'La bohème' en Madrid, ¿se aclaró? ¿Han quedado como amigos?

Yo pensé que Giancarlo era un amigo. Me da pena. Pero fue así. Me llamó Lissner [primer director artístico del Real] para hacer La bohème con Angela y mis hermanos. En esa época ?hace 10 años?, mis hermanos eran muy jóvenes, y yo pensé que podríamos hacerlo con Giancarlo. Le llamé, se lo propuse y me dijo que tenía que ver la maqueta. Vino a casa de mi madre, hizo fotos, y mi hermano le advirtió: "Giancarlo, ¿no nos vas a copiar eso, verdad?". Y él contestó: "Yo tengo demasiado talento como para copiar". Echaron a Lissner del Real y Juan Cambreleng me dijo que no cambiaba nada, pero le puse la condición de hacerlo con Del Monaco, a lo que él se opuso en principio. Le dije que si no era con Giancarlo, no la hacíamos, y aceptó. Después de eso, Del Monaco trabaja con mis hermanos y les echa cuando todo está a punto, nos lo copia con algunos cambios y, claro, no seguí en ese proyecto.

Última pregunta desagradable. ¿Qué le pasó con Muti?

¿Quiere saber la verdad?

Claro.

Mi relación con Muti era como la de un padre y un hijo. Tuvimos un problema que no tiene nada que ver con la música, la profesión y nada eso. Fue un problema de mujeres. Ésa es la verdad.

¿En serio?

Sí, solamente eso. Te puedo decir que Muti, después de esto, ha hablado muy bien de mí. Todo el rato pregunta a la gente por mí y les transmite sus saludos. Yo sé que él me quiere, como yo le quiero. Pero tuvimos un problema privado, puedo decir sólo eso.

¿Se llevaba mal con Angela Gheorghiu?

No es sólo eso. Seguramente tuvo que ver con Angela. El problema fue que me preguntó algo que me molestó, que no me pareció justo, y yo, como tengo un carácter muy temperamental, como él me decía... Vale, ya sé que hay que tener cuidado. Pero bueno, se me ha pasado. Le quiero mucho a él y a su familia. Me acuerdo mucho de su mujer; de su hija, Chiara. Recuerdo que, cuando era más joven, Muti me decía: "Qué pecado que estés casado".

¿No me diga que le quería casar con su hija?

Puede, no lo sé. Recuerdo que cuando hicimos La traviata no hacía más que decirme eso: "¿Cómo te casaste tan joven?". Luego me insistía en que me decía todo eso como un padre, y le respondía: "Yo se lo digo a usted como un hijo".

¿Volvería a trabajar con él?

No, creo que no, no sé.

Antes era "no", ahora es "creo que no"; dentro de unos años, ¿qué dirá?

Puede, puede. En la vida nadie dice que no para siempre; como en las familias, te puedes pelear y luego te arreglas.

Hasta cuando hay un problema de mujeres.

Siempre que hay mujeres, ya sabe, a los hombres nos gustan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_