Anatomía de la lucidez
A los poemas de Casa de misericordia llegan encrucijadas vitales armadas con operaciones de lucidez y cálculo, un mosaico de rastros de nosotros mismos cuando dejamos de engañarnos o cuando desistimos de seguir haciéndolo, sin más remedio ya que mirar de frente al pasado con transparencia fría y cálida, sin fiebre y sin mentira porque es insalubre y porque además es inútil. Joana (Hiperión) abría en la obra de Joan Margarit un ciclo interior de temas tercos y de rumores morales que se explayan en Cálculo de estructuras (Visor) y en esta Casa de misericordia. Ni gastó desde Los motivos del lobo (Lucena) ni gasta ya piedad alguna consigo mismo ni con lo vivido: "ser vell és que la guerra s'ha acabat. Saber on són els refugis, ara inútils". No lame tampoco nostálgico las heridas del tiempo: las cristaliza en breves y precisas sacudidas de lucidez cogida en un poema de apariencia siempre tibia y casual, casi doméstica, y sin embargo urdido con la diabólica intención de un hombre sin aptitudes para perpetuar todavía las mentiras que fueron útiles o prácticas en tiempos más competitivos, tan lejos ya hoy de aquello, tan plenamente instalado en la certeza de la osadía como materia nutritiva del poeta que no ha perdido, ni siquiera ahora, en la senectud, el don de la humildad.
CASA DE MISERICORDIA
Joan Margarit
Traducción del autor
Visor. Madrid, 2007
149 páginas. 12 euros
Osadía y humildad: parafra
seo unas líneas del texto en prosa que cierra el libro, una suerte de poética razonada en forma de autobiografía lírica, donde Margarit ha formulado por fin y convincentemente las raíces de su desapego a la vanguardia y el irracionalismo y ha explicado por qué su poesía y sus poetas tienen que ver con una estirpe antigua y clásica, donde el poeta habla como hombre adulto y civilmente íntegro, como ese Thomas Hardy que tan bien tradujo con Sam Abrams para la colección La Veleta en 2001: apto para verdades en las que la racionalidad no se pelea con la intuición lírica sino que ambos se nutren mutuamente en poemas que culminan sin estridencia, murmurando una verdad que es precisa y no redime porque no hay nada de qué redimirse: "Amarse fue cruzar por un puente magnífico / al otro lado de este río seco".
La memoria de una familia y una infancia de posguerra y pobreza, el peso del recuerdo de un padre y su intolerancia, la herida de la muerte y desmemoria de una hija muy querida, el placer hedonista, turbio y orgulloso de haber ido entendiendo mejor: no son destellos nuevos del poeta ni ha descubierto horizontes electrizantes pero vuelven a ser iluminaciones cruciales en la penumbra del final de una vida que ni olvida ni calla, quizá porque sin memoria y sin voz no hay poeta grande posible. A él le llegó hace tiempo la edad de decir lo que le parece y de acechar en el poema también aquellos sentimientos o aquellas paradojas que ya no dañan ni curan o de las que a veces se saca sólo el bien de haberlas sabido formular en un poema exacto. La poesía ha sido y es todavía una casa de misericordia como las de la posguerra, cuando el mundo era aún más inhóspito que las inhóspitas casas de misericordia, cuando afuera el frío crujía en la piel y la vida allí era pura intemperie, como en los poemas de este libro o en estos versos: "En los huesos del tiempo o hay ternura. / Los lugares no existen. / Las chicas ya son viejas o están muertas".
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