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Crítica:FERIA DEL LIBRO DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Neville fue a la guerra...

José-Carlos Mainer

No todos los escritores de derechas son solemnes y aburridos. Me atrevo a decir que el humor, como mecanismo de autodefensa y como expresión de desconfianza refleja, tiene mucho de conservador. Por supuesto, bajo el dictado de humor conservador, no cabe considerar ni la rechifla cuartelera ni el señoritismo de mala ley que apreciarán los lectores de Jaime de Campmany y Alfonso Ussía. Hasta para expresar la repugnancia por el prójimo o la añoranza del Orden hay que tener inteligencia crítica y buena crianza... y seguramente también ser bastante cínico: las condiciones que reunía en grado excepcional Edgar Neville (18991967).

El personaje vale, en verdad, la pena y ni de lejos lo agota cuanto he apuntado. Habría que añadir a esto que fue capaz de llevar al cine una novela tan deprimente como Nada, una biografía del marqués de Salamanca (que fue un elogio sentimental del siglo XIX) y una agridulce fábula neorrealista como El último caballo; que tributó a la flamencología su Duende y misterio del flamenco, lo mejor que se filmó antes de la llegada de Carlos Saura; que la comedia de humor y fantasía le debe sus dos mejores hitos, La vida en un hilo y El baile; que escribió novelas divertidísimas y que fue el Pigmalión de Conchita Montes (si es que alguna vez le hizo falta a aquella muchacha guapa e inteligente)... De añadidura, Neville fue rico y aristócrata, hijo único, diplomático (que no ejerció casi nunca), viajero y testigo privilegiado del Hollywood de los años treinta. Pero los hijos pródigos son los que más necesitan del Orden que infringen. Y Edgar y Conchita siempre supieron que había de estar de su lado. Cuando él rodó su última película, Mi calle, tan melancólica y personal, confrontó las vidas de un marquesito un tanto vaina (que bordó Adolfo Marsillach) y del hijo de un artesano, al que las ansias de ascenso social convierten en un resentido (el inolvidable Agustín González). Y cuando el segundo acuna a su vecinito recién nacido, una voz en off nos recuerda que, llegada la Guerra Civil y ambos crecidos, el eterno rencoroso asesinaría al marqués. Neville no olvidaba sus riesgos, ni siquiera en 1960... ¿Y Conchita Montes? ¿Qué pensó de todo esto? Creo que su último papel fue en La escopeta nacional, de Luis Berlanga, donde hacía de esposa de un ex ministro franquista, calcado de Girón de Velasco, quien la recuerda con viril arrobo como "mi enfermera de Brunete". ¿Podía ignorar nuestra actriz que el papel de su marido lo hacía un actor rojo, Andrés Mejuto, y que su amante Neville había escrito un relato, 'Las muchachas de Brunete', sobre dos enfermeras franquistas que sobrevivieron a aquella batalla? ¿No se vengaba en aquel cruel retrato de gentes que había conocido y tratado hacía quince años?

UNA ARROLLADORA SIMPATÍA. Edgar Neville: de Hollywood al Madrid de la posguerra

Juan Antonio Ríos Carratalá

Ariel. Barcelona, 2007

335 páginas. 24 euros

Lo cierto es que entre la sublevación de 1936 y el final de la Guerra Civil, Neville y su amiga se las desearon para superar el expediente de depuración abierto al primero y para hallar algún lugar confortable en los tres años triunfales, a buen recaudo de tanta sotana y tanta guerrera condecorada. Y eso es lo que este libro, Una arrolladora simpatía. Edgar Neville: de Hollywood al Madrid de la posguerra, acierta a devanar, empezando por evocar lo que pudo hablarse en una tertulia de sobremesa, en noviembre de 1964, que César González Ruano (otro punto de la misma cofradía) anotó en su Diario íntimo. La estrategia narrativa de Juan Antonio Ríos Carratalá implica cierto desorden (deliberado, pero a veces un poco enojoso), numerosas digresiones divertidas y quizá algún abuso de las interrogaciones retóricas, que no dejan de ser, por otra parte, un modo estupendo de insinuar las cosas. Se ha partido de un trabajo de investigación impecable, pródigo en fuentes documentales y orales, y sin embargo, el autor ha preferido esconder las referencias puntuales en una larga lista bibliográfica y optar por el camino de la evocación y la conjetura, cuyas formas retóricas predilectas son la enumeración abierta y la matización intencionada. No se trataba de mostrar una verdad -conocida a medias-, cuanto de preguntarse por las causas de algo aparentemente baladí pero central para entender el mundo de Neville: cómo fueron los años heroicos de San Sebastián, capital cultural del naciente Estado franquista; cuáles eran las maneras de sobrevivir en los franquismos que se iban sucediendo y, a la vez, cómo se fraguó la constitución de la high life madrileña de los cincuenta, en la que convivían periodistas y especuladores, actrices y millonarios, ministros y simples caraduras.

Este libro nos llama la aten

ción acerca de cosas de peso. La primera es que la reconstrucción de sumandos biográficos resulta, sin duda, el modo más adecuado de situar y dilucidar algunos problemas literarios; la segunda, y concurrente con ella, subraya que la reconstrucción de un tramo de vida no puede ser un yerto amasijo de fechas y acontecimientos triviales sino una interpretación, y que no es malo -tal es el caso- que busque articularse en una expresión original y literaria. De literatura, a fin de cuentas, hablamos, algo que desafía la proba pesadez que parece inherente al profesor. Y la tercera cosa es que el autor de este libro, catedrático de la Universidad de Alicante, viene dedicándose con provecho al mundo de la historia literaria y la cinematográfica que aquí, como en algún otro de sus libros, se han encontrado fecundamente. En la historia literaria, lo más fértil viene de lo mezclado y no de lo puro, de la lógica borrosa de las encrucijadas más que de la geometría rectilínea. La historia del cine, que es un tipo de trabajo relativamente reciente entre nosotros, tiene como campo natural los entrecruzamientos. Y no es la primera vez, ni será la última, que los trabajos de sus cultivadores iluminan ámbitos y procedimientos que la filología descuida.

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