La bolsas y las tormentas
Ayer desfilaron por el juicio especialistas en minucias cruciales que parecen sacados de capítulos complicados de la serie de televisión CSI. Un ejemplo: dos peritos de Policía Científica que dictaminaron sobre algo que, a primera vista, parece surrealismo puro: "El comportamiento analítico idéntico de dos bolsas de basura".
Pero las dos bolsas de basura no son dos bolsas de basura cualesquiera: una encerraba los detonadores dejados por los terroristas en la furgoneta Kangoo encontrada en Alcalá de Henares. En este vehículo viajaron los yihadistas hacia los trenes el 11 de marzo.
La segunda bolsa fue encontrada en el piso de Leganés donde los terroristas se suicidaron. Determinar si las bolsas tienen algo en común era determinante para relacionar ambos hechos y a las personas que los ejecutaron. Los peritos, después de analizar meticulosamente las bolsas en el laboratorio, concluyeron que eran un calco. Ambas incorporan una banda amarilla en la abertura de características, medidas (0,5 centímetros) y composición idénticas.
De aquí se infieren dos hechos: los terroristas de la furgoneta de los detonadores se suicidaron en Leganés. Y compraron una remesa grande de bolsas de basura azules en un supermercado Dia.
Todo muy CSI.
Como el final de la jornada de ayer, interrumpida súbitamente porque una de estas tormentas sañudas que sacuden Madrid esta semana dejó sin fluido eléctrico el edificio a las cinco de la tarde y estropeó el sistema de grabación. No quedó más remedio que levantar la sesión hasta el lunes.
Lo dicho: todo muy CSI.
Aunque no tanto. Horas antes, Rafá Zouhier, uno de los encarcelados, había hecho un gesto despectivo a unos policías que acababan de declarar. El juez, Javier Gómez Bermúdez, lo vio y exclamó:
- ¡Rafá, fuera de la sala!
No era la primera ni la segunda vez que el juez le expulsaba. Siempre por desplantes parecidos. Y, sin embargo, en el último momento, ayer le perdonó:
- ¡Quédese, pero mantenga el decoro!
Tal vez le perdonó porque ya se han celebrado 40 sesiones y ya se conocen todos en esa sala, forzados a convivir durante muchas horas al día.
Y tal vez Bermúdez, que llamó al preso por su nombre y no por su apellido, ya ha acabado por conocer (y aceptar) el carácter explosivo del encarcelado. Y éste por conocer (y aceptar) que el juez es el que manda: se apresuró a bajar la cabeza arrepentido y a asentir.
No hay dos personas que se comporten siempre igual y que permanezcan idénticas en el tiempo e inmunes al contacto con los demás. No son como las bolsas.
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