La red de Solana
El Premio Carlomagno distinguió al jefe de la diplomacia europea por su empeño en que la UE tenga voz propia en el mundo
Embozado en las solapas del gabán que le llega casi hasta los pies, camina solitario como un cartujo, con el ceño fruncido, por el fondo de la sala del aeropuerto militar de Bruselas una fría mañana de febrero. Cavila y traza el plan del día. Escudriña las palabras que dirá por la mañana para aliviar a sus amigos kosovares. Calcula qué tono empleará por la tarde para transmitir confianza a sus también amigos, los líderes serbios. Su regla es escuchar a todas las partes.
En el avión, su oficina ambulante, en la que este año lleva ya recorridos 140.000 kilómetros, empiezan las sesiones de trabajo. Primero con sus asesores cargados de dossiers. Después, puesta al día de las últimas noticias con su mano derecha, Cristina Gallach. Sigue un segundo internamiento, en el que repasa el correo en su miniordenador, cuya pérdida ha enloquecido más de una vez a su escolta. Luego prepara de su puño y letra el contenido de las reuniones en su inseparable cuaderno. Más de 300 libretas cronológicas registran sus reflexiones y propuestas. Todo con una pulcritud y caligrafía envidiables. Es la vida del Solana desconocido, el hermético, que devora informes y guarda sus secretos con extremo celo.
Más tarde habrá un encuentro con los periodistas. Aparece el Solana de la cara amable, el tono distendido y hasta cariñoso para compensar la ausencia de noticias. La estrategia de sus viajes se basa en una intensa preparación del terreno. Numerosos contactos telefónicos previos con sus interlocutores, muchos de los cuales acaban siendo amigos. "Solana es un maestro en vincular relaciones personales y profesionales", señala uno de sus ex colaboradores. Pero es también exigente hasta la crueldad consigo mismo, lo que a veces repercute hasta el dolor con sus colaboradores, aunque algunos le son fieles desde hace 20 años.
Llegados al destino empiezan las entrevistas con sus interlocutores, que siempre acaban con una invariable pregunta: "¿Cómo podríamos seguir en contacto?". Hace poco dejó atónito a Yang Jiechi, el ministro de Asuntos Exteriores chino, quien le respondía: "Pues a través de los contactos oficiales". "No, no", insistía Solana, "quiero su teléfono particular, su correo electrónico privado, tenemos que seguir en contacto". Así, con tenacidad, ha ido construyendo una selecta agenda profesional / personal con los actores más relevantes de la política internacional.
En plena guerra de Líbano, el viaje incluyó reuniones privadas con el presidente del país, Fuad Siniora; con Saad Hariri, hijo del ex primer ministro asesinado, y con Sabish Berri, próximo a la milicia de Hezbolá. En Israel, se vio con el primer ministro, Ehud Olmert; y en los territorios palestinos, con el presidente de la Autoridad Nacional de Palestina, Mahmud Abbas. Siempre ve a todos.
Es la red Solana. Una tupida tela de araña de contactos a los niveles más insospechados. Así se ha convertido en un asiduo asistente de las celebraciones de aniversario de Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de EE UU. Mantiene relación estrecha con Bill y Hillary Clinton y visita con frecuencia al también ex secretario de Estado Henry Kissinger.
Con Washington, no obstante, ha habido sus más y sus menos. Durante el mandato en Defensa de Donald Rumsfeld nunca puso los pies en el Pentágono. Más tarde, con su sustituto, Robert Gates, y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, las relaciones han mejorado. Con la ONU su hombre era el ex secretario general Kofi Annan. En Oriente Próximo, Simón Peres y el desaparecido Yasir Arafat han sido sus guías. En la UE, ha mantenido una química especial con el ex primer ministro sueco Göran Person. La red Solana cubre también Rusia. El ex titular de Exteriores Igor Ivanov figura entre sus amistades próximas y el presidente, Vladímir Putin, ya lo ha llevado a su dacha.
Alemania, que acaba de concederle el premio Carlomagno, la máxima distinción europea, es el país que está valorando más su gestión para convertir a la UE en un actor de primera línea en la política internacional. Ésta es la tercera distinción que le concede este año. En enero recibió la Gran Cruz del Orden del Mérito y en febrero la Medalla Paz a través del Diálogo.
Solana llegó al mundo de la política internacional hace apenas una quincena de años. En julio de 1993, el día que cumplía 51 años, Felipe González, su gran referente político y amigo personal, le nombró ministro de Asuntos Exteriores. Llegaba muy bien equipado: desde 1982, había participado en todos los Gobiernos de González. La experiencia de gobierno acarreó también correcciones de línea. El que había sido autor de 50 razones para decir no a la OTAN tuvo que hacer campaña a favor. Y en 1995 fue aupado a secretario general de la organización.
En la Alianza obtuvo uno de sus mayores logros, el acuerdo con Rusia en 1997, que puso fin a la guerra fría entre los dos bloques. Pero en la OTAN también tuvo que tomar la decisión "más dolorosa". El 24 de marzo de 1999, los aviones de la Alianza bombardearon Serbia, Kosovo y Montenegro. El ataque tenía el apoyo cerrado de varios líderes europeos, como Tony Blair, Jacques Chirac y Gerhard Schröder para poner fin "al genocidio en Kosovo". Tres meses después, era aclamado por las calles de Pristina al grito de "Solaná, Solaná, NATO, NATO".
En el otoño de 1999, los mismos -Blair, Chirac y Schröder- fueron a buscarle para que pusiera en pie la Política Exterior de la UE. Tuvieron que vencer las resistencias de los norteamericanos, que le querían en la OTAN. Su trabajo en la UE cada vez es más reconocido. "Después de Solana, ya no podrá pasar nada en el mundo sin contar con Europa", ha señalado Jean-Claude Juncker, primer ministro luxemburgués. El consenso de Europa, EE UU, Rusia y China para que conduzca las negociaciones con Irán es una prueba de la importancia de la voz de la UE, un salto al que Solana ha contribuido de forma decisiva.
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