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Crónica:Violencia en Oriente Próximo
Crónica
Texto informativo con interpretación

Palestinos con derecho sólo al odio

A unos 40 kilómetros del lugar en donde me invitaron a un picnic en las rocas hace pocos días -volví a Beirut a tomar las aguas, como dijo Bogey en Casablanca, después de una aventura enfisémica-, ahora mismo se están matando. Da tanto asco que apenas puedo respirar.

Fumar sería mejor y eso hacen los pocos clientes que frecuentan la zona cristiana de Gammayzeh en este doloroso domingo de Trípoli, desde donde nos llegan noticias gracias a los reporteros intrépidos que, a las puertas de la ciudad en donde el Ejército les impide entrar, los intrépidos reporteros, decía, con sus idiotas cascos y chalecos a juego, repiten lo que el Ejército les ha contado.

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Por lo tanto, las cifras de muertos no son de fiar. Ni su filiación (hay civiles inocentes entre las bajas, a saber por mano de quiénes murieron). Por lo que yo me huelo, a estas horas los soldados del Gobierno están perdiendo; lo deduzco porque no se pavonean. Pero vaya usted a saber. Un diplomático europeo (como suele decirse en estos casos) me ha expresado confidencialmente su temor a que, si el horror no termina hoy, se extienda a todos los campos palestinos. Trípoli, en donde se están matando, con la raíz del mal surgiendo del campo palestino de Nahar El Bereda, pero con combates en pisos francos en el corazón de la ciudad, está al norte. Nos llegan imágenes que reproducen el espanto de aquella primera guerra civil, en 1975: jovencitos sin vello aún, con un lanzagranadas al hombro, cruzando las calles; civiles carbonizados en las escaleras de su casa; mujeres que lloran su derrota por las calles barridas de toda bondad. Los cristianos de Ashrafieh se ríen: querellas entre musulmanes, qué bien. En estos momentos, otro campo palestino abarrotado de gente sin futuro, de miseria, de fanatismo y de ira, se encuentra rodeado por los soldados. Es Ain El Helue, en Saida, al sur. Otra amenaza latente. En Beirut estamos rodeados de estos desposeídos que han ido fanatizándose a fuerza de perder, de perderse. Ya muchos beirutíes claman su sentencia predilecta: "La culpa es de los palestinos". De los demás, de nuevo. De los otros. No aprenderán nunca que ellos son su víctima y su propio asesino. Y que los extranjeros les gustan demasiado. De cosmopolitismo, mueren.

Las centurias del valeroso Ejército libanés -hoy armado por los estadounidenses; después de que soportaran o permitieran la masacre perpetrada por Israel hace casi un año- parten de Beirut hacia arriba y hacia abajo. La capital, que siempre acaba pagando todos los platos rotos, se queda sin protección. Salvo las viviendas de los ineptos poderosos, como la de Saad Hariri, el hijo del difunto a cuyos asesinos, en un país en donde un muerto importa menos que una alcachofa egipcia, todo el mundo del poder tiene una especie de sofoco por juzgar, con la complicidad de EE UU. Y la UE. Tengo su mansión detrás de mi casa, con los soldados bostezando mientras se rascan los testículos, subidos a una tanqueta. Ésos no han recibido órdenes de marcharse.

Esta mañana me telefoneó Maya, mi gran amiga de aquí y profesora de árabe. Es de Trípoli. Su tía Nara, que tiene 50 años y seis hijos, vive al lado del edificio Abdu, en la calle Mitén, en donde los delincuentes y más que probables terroristas de Fatah el Islam se refugiaron después de atracar el segundo banco de Trípoli que se han cepillado últimamente. Luego ocuparon otros apartamentos en otro edificio. Sus métodos recuerdan a los guerrilleros de izquierdas de los 70. Hay que andarse con ojo antes de definirles. Pero si esto es un intento de convertir el Líbano en una segunda Gaza, si la pólvora se va a extender por los otros campos de refugiados palestinos -yo les llamaría residentes: la mayoría han nacido aquí y no tienen derecho a nada, salvo al odio, son presa fácil de cualquier obsesión-, esto es lo último que le faltaba a Beirut y sus alrededores.

Nara, a través de la hermana menor de Maya, Fairuz, que habla francés, me ha contado que los disparos empezaron a las tres de la madrugada y que todos tienen mucho miedo. Es lo único que puedo confirmarles.

Por la tarde he pedido a un taxista que me condujera por la Beirut de la memoria y el rencor. De Ain El Rummaneh (donde empezó la guerra que duró de 1957 a 1989, con una masacre de civiles palestinos) a la plaza Sassine (cristiano maronita, zona de la tribu Gemayel a tope), pasando por Haret Hreik (feudo de Hezbolá que los israelíes machacaron) y por el patético Centro Ciudad desde cuyo Parlamento inane nadie gobierna y nadie hace oposición, sino la puñeta, y cuya existencia ha sido fumigada por los antigubernamentales... De ahí hacia el infinito, nada. Todo vacío. Y gente detrás de las ventanas.

El cadáver de un miembro del grupo palestino Fatah el Islam, en Trípoli.
El cadáver de un miembro del grupo palestino Fatah el Islam, en Trípoli.EFE

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