Argelia y las urnas
La incógnita más relevante de las elecciones parlamentarias de ayer en Argelia no es su resultado, que se da por sabido, sino el índice de abstención que de antemano condena a la nada al "referéndum contra el terrorismo" pretendido por el Gobierno. No ha habido campaña digna de tal nombre, ni confrontación de ideas o programas o algo parecido. Los argelinos tienen buenos motivos para la apatía y el desencanto y para considerar a la mayoría de sus diputados como figurantes al servicio del poder. Nunca que se sepa en la corta historia parlamentaria del país norteafricano el Legislativo ha echado abajo un proyecto de ley del Ejecutivo.
El miedo es una de las muchas razones que explican el desapego con que los argelinos contemplan las elecciones para renovar los 389 escaños de un Parlamento que seguirá en manos de los tres partidos de la alianza gubernamental del presidente Abdelaziz Buteflika y el sempiterno y camaleónico Frente de Liberación Nacional. El brutal atentado suicida de abril en la capital, reivindicado por la rebautizada rama de Al Qaeda en el Magreb, dos meses después de una oleada dinamitera contra las fuerzas de seguridad, ha puesto de manifiesto un rebrote del terrorismo islamista. Acostumbrados a la zozobra relativamente soportable de los últimos tiempos, la matanza de Argel ha llevado al ánimo ciudadano los largos años de plomo que siguieron a la anulación por el Ejército de la victoria electoral islamista de 1992. Sus consecuencias han sido alrededor de 200.000 muertos en la antigua colonia francesa.
Pero los argumentos del desinterés argelino por sus políticos son estructurales y tienen que ver con promesas siempre incumplidas. Quizá la más sangrante paradoja del segundo mayor país africano sea que el desempleo masivo entre sus jóvenes, la inseguridad rampante, la falta de viviendas dignas de tal nombre y de infraestructuras, el desastroso estado de la educación o la sanidad se producen en un Estado que acumula 80.000 millones de dólares en reservas gracias a los precios del gas y el petróleo, de los que Argelia es destacado exportador. Ni los dirigentes anteriores ni tampoco Buteflika, cuya enfermedad y declive acentúan el sentimiento de incertidumbre general en un país que políticamente gira en torno a la presidencia, han estado a la altura de las legítimas expectativas de su pueblo.
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