Vendedores de sombras
Había estado leyendo hasta muy tarde y el día siguiente fue largo y duro en la oficina, de manera que, al volver a casa, Juan Urbano se quedó dormido en el sofá después de comer, con el diario apretado de tal forma entre las manos que, cuando Ana entró al salón y lo vio, la escena le hizo pensar en un cazador que sujetase sobre el pecho una oca a la que acababa de retorcer el pescuezo. Sin duda, es que se había levantado un poco rara esa mañana.
Como las siestas las carga el diablo, a Juan Urbano se le mezclaron en el sueño las páginas del periódico que acababa de leer, especialmente un artículo que hablaba de las investigaciones que la industria eléctrica está haciendo para poder lograr lo que llaman un "carbón limpio" por el método de capturar y reciclar el CO2 que emiten, y una noticia según la cual el aspirante del PSOE a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián, ha hecho una oferta a los electores que él mismo define como "revolucionaria" y según la cual se compromete a que él y sus concejales cobrarán menos si no cumplen anualmente con una serie de objetivos "previstos y presupuestados", aunque no especificaba si en el caso de que se quedaran a cero empezarían a poner fondos de su bolsillo... El filósofo Ortega y Gasset, que tenía, entre otros, el talento de deslumbrar a sus espectadores, siempre que lo consideraba necesario, con alguna paradoja brillante, decía que cada vez que en sus conferencias notaba que el público se relajaba o daba síntomas de aburrimiento, "soltaba un faisán".
Los candidatos en campaña sueltan una promesa, que también es un pájaro capaz de recoger la cola y perderse en la espesura cuando ya no le hace falta llamar la atención. Dejémoslo así, aunque no me digan que si Freud le echase un vistazo al sueño de Juan no sacaría alguna conclusión de esa doble pareja rara que se le había formado en la cabeza:
-Vaya, así que carbón limpio y político sincero...
Pero si de verdad los políticos empezaran a estar dispuestos a pagar por no cumplir las promesas, seguro que la vida de los ciudadanos cambiaba mucho y para mucho mejor. Pensó en eso, pero no estuvo muy seguro de que tocarles la nómina a los concejales fuera el mejor método. ¿No sería mejor tocarles el poder, irles restando días de poder si no cumplían? Porque Juan estaba seguro de que en muchos casos, por ejemplo en todos los que se refieren a la especulación inmobiliaria, el dinero es el problema, pero no de que ahorrarlo sea la solución. De hecho, su teoría es que el nivel de nuestra clase dirigente ha bajado por culpa de la Ley de Incompatibilidades, que de alguna manera espanta de la política a todo el que consigue, por su talento, su astucia o su inteligencia, un triunfo de ocho ceros en su profesión. Y también cree que si los cargos públicos estuvieran mejor pagados, quizás algunos tuviesen menos tentaciones de enriquecerse por métodos corruptos. Aunque quién sabe, viendo con qué facilidad pasa cierta gente de querer unos zapatos nuevos a querer un elefante disecado en el comedor.
Como la lógica no existe con los ojos cerrados, a Juan se le vino a la mente una película de ciencia-ficción en la que los científicos de la industria eléctrica no inventaban una máquina para convertir en energía el CO2, sino las promesas electorales de los políticos. El sistema era complejo: las promesas electorales se gasificaban con oxígeno y vapor y sus residuos o escorias, que era todo lo que no habían cumplido en un año, podían utilizarse en la construcción de carreteras. Después, el monóxido de embuste se transformaba con un proceso químico en hidrógeno y tras ser quemado en una turbina, era posible generar con él electricidad. Juan se despertó justo cuando soñaba la historia de un país tan iluminado que en él no existían las sombras y, en lugar de mafia del ladrillo, había una mafia de la penumbra, que vendía oscuridad a precios astronómicos a todos los que querían dormir.
Nada más abrir los ojos vio a su chica capicúa. Ésa sí que era una luz bonita. Aún con la inercia del sueño, le dijo, "¿Y si les dieran a elegir entre 500 euros menos o dos meses menos de concejal? ¿Te imaginas qué respondería cada uno? Pero, sea como sea, qué buena metáfora, la de los vendedores de penumbras. Cuánto te quiero". Pero, naturalmente, Ana sólo entendió la última parte.
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