Las tazas asesinas
Tengo miedo. Ya he sufrido el fenómeno en dos restaurantes de Barcelona y la experiencia y el pesimismo me dicen que cuando se sufre el fenómeno en dos restaurantes de Barcelona falta muy poco para que el fenómeno deje de ser una tendencia y se convierta en plaga. Ha ocurrido otras veces. Recuerdo que no hace mucho a algún chef poético se le ocurrió la bella idea de llamar carpaccio a cualquier trozo de comida cortado de manera tacaña. Todos los demás le imitaron dominados por la maravilla. Crearon el carpaccio de piña, el de naranja y el de pera. Y no crearon el carpaccio de jamón en dulce porque no se les ocurrió. Mucho antes, otro chef (hoy caído en desgracia) decidió que las ensaladas iban con un trozo de queso de cabra encima calentado al microondas. Hasta que la práctica empezó a considerarse de baja categoría, no había ensalada sin queso de cabra recalentado encima. Recientemente ha sucedido con las cucharas del postre. Por alguna razón que desconozco, otro chef lleno de creatividad ha decidido que las cucharas de postre no son adecuadas para tomar el postre. Ahora, en los restaurantes modernos, lo que se lleva es tomar el postre con una cuchara sopera. La plaga es mundial y yo diría que el tamaño de la cuchara es inversamente proporcional al del postre. Pero la tendencia a la que me refiero hoy es una gran novedad y afecta a las tazas del café.
He detectado el mismo novedoso diseño de tazas asesinas en dos lugares muy distintos. En el reputado restaurante Àbac, de la calle del Rec, y en el no menos reputado restaurante hindú Sindur, de la calle de Còrsega. Son dos restaurantes de precios muy distintos y para públicos muy distintos, pero, como ya pasó con los platos cuadrados, cuando una plaga se empieza a extender no distingue clases sociales.
Como les digo, las tazas de los dos lugares son iguales y yo diría que han sido adquiridas en Casa Gay, maravillosa tienda de menaje de cocina, donde servidora va a comprar los vasos mezcladores, las cocteleras Boston y los gusanillos necesarios para elaborar dignos combinados. De Casa Gay, por ejemplo, creo que es de donde salen esas cucharas soperas con el mango retorcido que parecen diseñadas por Uri Geller y que se utilizan para servir el "aperitivo obsequio de la casa" en los restaurantes finos. (Aperitivo que suele consistir en berberecho al aroma de salsa Espinaler.) Desde luego, en Casa Gay también se pueden comprar tazas normales. (Tienen de todo y son la amabilidad en persona.)
Una taza de café hasta ahora era un receptáculo con una sola asa, generalmente redondeada. De este modo, zurdos y no zurdos la podían coger con la mano que les apetecía. De hecho, yo he visto alguna vez a parroquianos de cafeterías escrupulosos que cuando toman café cogen la taza con la mano izquierda porque dicen que, al haber menos zurdos, si beben por el lado de los zurdos están tocando menos proporción de microbios con los labios. Pero ahora las tazas han sido rediseñadas. Sus asas ya no son redondeadas, sino planas. Y ya no son rectas, sino en forma de C. Parecen una oreja, vamos. De este modo -supongo yo- que resultan más ergonómicas para la mano derecha. Ahora bien, cogerlas con la mano izquierda es una inmolación. No hay manera. Te echas el café por encima. Yo misma, hasta el día de hoy, había vivido mi vida de zurda alegremente (los zurdos triunfamos mucho entre los progres, que nos asocian a la libertad de no haber dado nuestra mano zurda a torcer...). Pero en esos dos restaurantes, donde comí estupendamente, le tuve que pedir a mi amado que me administrara el café. Antes, cuando la gente no quería diseñar, los diseños no resultaban discriminatorios. Ahora sí.
En general, hoy los zurdos nos buscamos la vida sin problemas. Nos colocamos el ratón del ordenador en el lado izquierdo y compramos libretas con la espiral encima. Si queremos hacer el curso CCC de guitarra, nos cambiamos las cuerdas. Pero a partir de ahora, gracias a la asociación de chefs iluminados, empezaremos a necesitar tazas para zurdos, cuchillos para zurdos y gaitas para zurdos. No quiero ni pensar en que las tazas creativas se propaguen y yo tenga que renunciar al cortado. A ver si en los restaurantes tendré que pedir leche con mendrugos de pan para que me los traigan en un tazón sin asas. Voy a parecer uno de esos protagonistas infantiles de las películas introspectivas sobre la Guerra Civil con mirada inocente de niño, que se pasan todo el filme con el dichoso tazón entre las manos.
moliner.empar@gmail.com
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