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Columna
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Vírgenes

Manuel Vicent

Un día en que la iglesia del pueblo estaba desierta, siendo yo monaguillo, me encaramé en el retablo de un altar y le levanté las faldas a una Virgen. Sentía curiosidad por saber qué había debajo de aquella imagen cuyo rostro de porcelana tanto me atraía. Debajo de aquellas telas brocadas en oro había solo unos palitroques. No recuerdo haberme llevado ninguna decepción. Incluso lo encontré muy natural. En cambio, recuerdo muy bien con qué intensidad olían las flores, que por el mes de mayo los niños cantando llevábamos a Maria en la escuela donde el maestro don Ramón había montado un altar en un armario desportillado. No era el armazón montado con cuatro palos, sino aquel aroma tan pagano de las rosas, más fuerte que un eje de diamante, el que mantenía en pie a la Virgen unida a nuestros cinco sentidos corporales. El segundo domingo de mayo se celebra en Valencia la fiesta de la Virgen de los Desamparados. Más allá de la orgía religiosa que desarrollan los fieles en el Traslado o de la lluvia de pétalos que cubre a la imagen durante la procesión, ese día en mi tiempo se celebraba otro rito: aunque hiciera un frío polar, las chicas ese día se quitaban oficialmente el jersey y aparecían sus brazos desnudos hasta los hombros y bajo las telas livianas de colores se insinuaban las puntas de los senos y las curvas de las caderas. Poco importaba qué soporte hubiera debajo de la imagen de cualquier virgen si aquel domingo de mayo un joven recién salido de la adolescencia podía tomar ya la primera caña de cerveza de aperitivo en el bar Los Caracoles con una de aquellas muchachas y quedaba con ella por la tarde con ir a bailar a Chacalay para juntar allí los dos su primer sudor de primavera. Los tornados humanos que se forman alrededor de la Virgen del Rocío o de los Desamparados son fenómenos de la naturaleza muy misteriosos y no sé si vienen ya en el Nacional Geografic. Las vírgenes de mayo son orgiásticas, están unidas a la sensualidad del primer calor, no así las de septiembre, que pese a presidir el mosto de la vendimia, son más serenas y melancólicas. Si hoy llevan a un niño valenciano, el segundo domingo de mayo, al traslado de la Virgen, vestido con la camiseta del futbolista Albelda, y el gentío lo pasa en volandas entre gritos de entusiasmo para que toque a la Madre de los Desamparados, esa sensación le dejará una doble marca en el cerebro límbico, como a mí me dejaron las flores a María en la escuela cuyo perfume no puedo separar del que producían cromos del equipo del Valencia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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