De isla en isla por el Egeo
Miconos, Patmos, Santorini y Creta, en un intenso crucero de sabor griego
Por el Mediterráneo oriental, navegando de noche y visitando de día tesoros arqueológicos. Con una parada en Creta y su mítico palacio de Knossos, y en Éfeso, ya en la costa turca, cuna de Heráclito.
Éfeso fue la ciudad más importante de la costa jónica, cuna del filósofo Heráclito y sede de un gran templo de Artemisa que figuró en el catálogo de las siete maravillas del mundo antiguo
Las guerras y los saqueos esquilmaron los iconos del monasterio de San Juan Teólogo en Patmos; su museo ofrece restos previos a la caída de Constantinopla y de la escuela italo-cretense
Lo más original del barco era la mesa de pimpón colocada a popa, en la cubierta principal de camarotes. Todo se encontraba a punto para iniciar una partida: la red, las palas, sin duda cualquier miembro del eficiente servicio estaría dispuesto a facilitar las pelotas. ¿Cuántas? Porque si de un lado existía red protectora, aunque no muy alta, del otro sólo se encontraba el vacío, con el mar a poca distancia. A la primera volea hubiera sido necesario reponer material. Por otra parte, en el crucero de tres días por el Egeo no hubo apenas tiempo para el ocio, salvo en el trayecto inicial de seis horas entre Atenas y la isla de Miconos.
La auténtica partida de pimpón se jugaba de puerto a puerto, con las distancias largas recorridas de noche, entre Miconos y Kusadasi, en la costa turca, la primera, y entre Patmos y Creta, la segunda, sin contar el regreso desde Santorini al Pireo. No hubiera venido mal un tiempo de reposo en la navegación entre una y otra escala.
La primera, realizada en Miconos, se hizo bajo el signo de la quietud. Las casas blancas del puerto mediterráneo se asomaban a un mar tranquilo, con unos pocos grupos de turistas desperdigados por las calles. Nada recordaba que la isla ha sido el lugar de reunión de visitantes de lujo y que sigue teniendo una intensa vida nocturna.
En el atardecer, los únicos puntos de atención eran el pelícano Petros, emblema y símbolo de la isla, exhibiéndose con pinta de aburrido a la entrada de una plazuela, y la silueta de la iglesia de la Panagia, pequeña montaña blanca de planta y perfiles irregulares cuyo interior sólo era dado contemplar a través de un ventanuco. El resto era una sucesión de minúsculas iglesias y de tiendas con los géneros propios de una localidad volcada hacia un turismo selecto, dispuesto a llevarse joyas de diseño en vez de souvenirs.
Miconos era el prólogo para uno de los platos fuertes de la gira: las ruinas de Éfeso, para cuya visita se hace necesario desembarcar en el puerto turco de Kusadasi. Al adentrarse en un paisaje de cultivos y suaves colinas, resultaba difícil imaginar que la grandeza de Éfeso durante siglos tuvo como origen el tráfico portuario que acabó siendo cegado por los depósitos del río Caistro, hasta encontrarse hoy las ruinas a seis kilómetros de la costa.
Fue la ciudad más importante de la costa jónica, cuna de Heráclito y sede de un gran templo de Artemisa, que figuró en el catálogo de las siete maravillas del mundo. Del templo queda sólo una columna, pero en el museo del sitio, cuya visita se encuentra excluida de la excursión oficial, figuran dos espléndidas estatuas de la diosa, así como un fresco con la imagen enigmática de Sócrates.
Serpiente de piedra
De todo ello, nada dijo la guía turca, empeñada en seguir la norma oficial de que lo griego no existe, en un permanente ejercicio de condena de la memoria. Pero ante todo su preocupación consistía en hacer la visita a paso de carga con el fin de llevar al grupo a una fábrica de cueros, que al parecer formaba parte obligada de su programa.
El apresuramiento y la tensión, incrementada cuando la buena mujer vio que el supuesto rebaño no la seguía, vinieron a probar algo que debiera ser obvio: en un país bien organizado como Turquía no existe riesgo alguno en sustituir la excursión organizada por la particular, con taxis perfectamente fiables. Así se evita la frustración de que la visita quede reducida a la Biblioteca de Celso y al Gran Teatro.
A pesar de los inconvenientes, fue posible lograr el aislamiento al ir bajando la vía principal de Éfeso. En el descenso, la ciudad se convierte en una serpiente de piedra, cuya blancura destaca sobre el verde primaveral del paisaje. La búsqueda de la belleza culminó con la peligrosa escapada para visitar las suntuosas casas aristocráticas romanas de la ladera izquierda, con sus pinturas murales y espléndidos mosaicos recuperados por el excelente trabajo de los arqueólogos. Peligrosa, porque la guía nos prohibió entrar, amenazando con ordenar la salida del autobús. Si no queríamos sus chaquetas de cuero era obligado regresar de inmediato a Kusadasi. Única solución: al ver un taxi libre a la salida, tomarlo por cuenta propia para así visitar el cercano museo del sitio y regresar a tiempo para el embarque.
Tras una breve navegación, que permite apreciar la proximidad de los dos países en el estrecho que separa la isla de Samos y la costa turca, la llegada a la isla de Patmos marcó uno de los grandes momentos del viaje. Durante siglos, el puertecillo de Skala sirvió para un activo comercio que llevó incluso a la instalación de una colonia de mercaderes de Patmos en la isla de Menorca. Hoy su escaso calado obliga a efectuar el desembarco mediante lanchas, con tiempo para apreciar el perfil montañoso de la isla, coronado por la silueta del monasterio-fortaleza de San Juan Teólogo.
San Juan y el Apocalipsis
El monaquismo en Patmos se inició a fines del siglo XI, con el repliegue de monjes de Anatolia, provocado por la derrota de Manzikert, que en 1071 abre la península a los conquistadores turcos. Y nada mejor que instalarse en Patmos, la isla donde supuestamente el apóstol Juan dictó el libro del Apocalipsis por inspiración divina. El Apocalipsis siempre entra en escena con los tiempos oscuros, y aquí dio lugar a la fundación de un monasterio conmemorativo en torno a la gruta donde al parecer vivió el longevo apóstol, durmiendo sobre una almohada de piedra.
Siguiendo la ascensión, a cuatro kilómetros del puerto se alcanza el pueblo de Hora, la capital histórica de la isla, con su hermoso caserío agrupado en torno al monasterio, que con sus muros debió servir de protección más de una vez a los habitantes. Éstos alcanzaron entre los siglos XVI y XVII un alto nivel de riqueza gracias al comercio en el Mediterráneo oriental, hasta que lo arruinó la larga guerra entre otomanos y venecianos. Quedan las nobles casas blancas en unas calles desiertas.
Las guerras y los saqueos también afectaron al fondo de iconos en el monasterio de San Juan Teólogo. Con todo, la colección que ofrece su museo es sobresaliente, tanto por el valor de los escasos restos previos a la caída de Constantinopla como por la amplia representación de la posterior escuela italo-cretense, con la viveza y sensibilidad venecianas injertadas sobre la rigidez de los códigos de representación bizantinos. Al abandonar el monasterio puede iniciarse el descenso a pie hacia el puerto, contemplando el paisaje de la costa de Patmos y de las islas cercanas. Manchas blancas y verdes sobre fondo azul.
A la armonía de la estancia en Patmos sucede, la mañana siguiente, la vuelta a las prisas para enterarse de que existe Creta. Una escala de cuatro horas escasas en Heraclion apenas da para asomarse al impresionante Museo Arqueológico, en la actualidad cerrado por necesaria reforma, y al famoso palacio minoico de Knossos, reconstruido hacia 1900 por la imaginación del arqueólogo y mecenas sir Arthur Evans, afectada además de una incurable tendencia al anacronismo. Su capacidad para reconstruir el pasado culminó al elaborar sobre fragmentos dispersos las dos conocidas diosas de las serpientes, por obra de un artista escandinavo, asalariado suyo. La dulzura de la mañana y la grandeza de la estructura del palacio o megaron, superviviente en parte a la reconstrucción, hacen olvidar los desaguisados.
Un pasado doloroso
Última escala: Santorini. A diferencia de Patmos, la severidad de los acantilados sobre la caldera inundada lleva a recordar el doloroso pasado de la isla, sometida a una cadena de erupciones y terremotos desde que en 1650 antes de Cristo una descomunal erupción destruyera la mitad de su territorio. Luego se han sucedido otras erupciones, emergiendo dos isletas de la caldera, para cerrar por el momento la serie un terremoto en 1956 que convirtió en ruinas las dos principales localidades, Fira y Oia.
Por eso resulta cuestionable la decisión del ministro de Cultura griego, devolviendo al Museo de Santorini la mayoría de las pinturas anteriores a la gran erupción, hasta los años noventa, agrupadas en una fascinante sala del Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Ni la partición favorece la comprensión de su significado, ni los antecedentes telúricos sirven de garantía.
Sobra decir que el paisaje del mar volcánico es impresionante, tanto desde la capital, Fira, como desde la cercana Oia, ambas asomadas a la caldera. Puestos a elegir, el paseo por las callejuelas blancas de Oia, en torno al pequeño castillo, resulta más atractivo que el bosque de joyerías para turistas adinerados de Fira. A pesar de las limitaciones de tiempo, vale la pena tomar un taxi para recorrer la primera, siguiendo un camino bordeado por vides cultivadas en la lava, al modo de Lanzarote. La puesta de sol llega cuando ya estamos en las lanchas para regresar al barco. Unas horas de navegación, con los inevitables entretenimientos nocturnos, y de madrugada volvemos al Pireo.
- Antonio Elorza (Madrid, 1943) es historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.
GUÍA PRÁCTICA
El crucero- Monarch Classic Cruises (www.mccruises.gr) y Louis Cruise Lines (www.louiscruiselines.com) organizan cruceros por las islas griegas y la costa turca, de tres, cuatro y siete días, a bordo del Ocean Countess. La agencia online Logitravel.com ofrece cruceros de tres noches, con vuelos desde España y cuatro noches en Atenas, desde 729 euros por persona, precio final. La mayorista Grecotour (www.grecotour.com), especializada en Grecia, ofrece varios cruceros a la carta por los archipiélagos del Egeo y el mar Jónico, desde travesías en goletas a vela hasta cruceros en yates de lujo, pasando por otros cruceros más convencionales.
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