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Reportaje:

De cantautora maldita a diva 'cool'

Con músicos de lujo, Cat Power convence a un público heterogéneo en su visita a Madrid

Miércoles noche. Faltan cinco minutos para que comience el concierto de Cat Power y hay sudores fríos en la puerta de la sala madrileña Joy Slava. Y no por el calor de la noche. "No se ha presentado", decían desde la organización, "no ha venido a la prueba de sonido".

Comprensible preocupación si hablamos de la estadounidense Chan Marshall, diva underground del folk de la que se conocen decenas de gloriosos fracasos en directo, sonadas incomparecencias y huidas improvisadas, una de las cuales se produjo en Madrid hace ahora alrededor de tres años. Pues no. Contra todo pronóstico el concierto empezó con 20 minutos de retraso, lo que en Madrid equivale a exquisita puntualidad. Y la única excentricidad que se permitió fue pasar largos ratos en un rincón del escenario a oscuras.

La presencia de Cat Power había colgado el letrero de No hay entradas. En parte porque la antigua chica de camisas amplias y cortes de pelo a lo chico es, desde hace año y medio, epítome del glamour, a raíz de un encuentro con el diseñador Karl Lagerfeld, que la ha convertido en su musa y en la cara de la línea de joyería de Chanel. De ahí lo variado del público. De Almodovar, que evitó los apretones desde su palco VIP, a sinceros creyentes en la religión indie.

Marshall se hizo acompañar de cuatro músicos (teclas, batería, bajo y guitarra) de exquisita presencia rockera, entre los que destacaba Judah Bauer, de The Jon Spencer Blues Explosion, pulsando las seis cuerdas con una delicadeza y un vigor que ponían los pelos de punta. Su misión resultaba tan fácil de explicar como difícil de ejecutar: poner colchón a las composiciones que Chan Marshall ha grabado en los últimos 12 años, pero al estilo de The

Greatest, su último disco y el que la ha catapultado al Olimpo en medio mundo.

Así, sus viejos temas indie folk de los noventa se convirtieron en enormes canciones de sensibilidad soul, realzadas por unos teclados que sonaban a Hammond de la vieja escuela. Marshall, bellísima con su largo pelo liso recogido en una coleta y vestida con un chaleco y unos vaqueros ajustados negros que remarcaban su envidiable figura, sólo tuvo que cantar con esa voz rasposa, de poso masculino, pero intrínsecamente femenina. Y lo hizo con enorme seguridad, con esa personalidad que la ha convertido en un referente para las solistas femeninas de la última generación.

De los viejos tiempos en que salía al escenario completamente borracha sólo queda el tono dulcemente aguardentoso. Esta Chan Marshall es otra. Da igual que canté sus temas o intensas versiones de Satisfaction, el Crazy de Gnarls Barkley o el I've been loving you too long que popularizó Otis Redding, todo le pertenece. Cuando a la hora y media de concierto se despidió con Lived in bars -esa canción de su último disco que habla de alcohol y carretera- diciendo "éste ha sido mi concierto favorito" con lágrimas en los ojos, los aplausos del público sonaron altos y sinceros. Ni con eso lograron que Cat Power y su banda salieran a tocar un bis. Todo estaba medido y calculado. Precioso y preciso, quizás demasiado profesional. Que ironía, la reina del caos siendo demasiado profesional.

AP

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