Descenso controlado
La violenta convulsión del mercado que hundió la cotización de las sociedades inmobiliarias el martes pasado parece haberse disuelto en el tiempo, aunque será interpretada en el futuro como un aviso ominoso de la debilidad de la especulación inmobiliaria. A pesar de la magnitud de las caídas -Astroc perdió el 65% de su valor bursátil en seis días, Colonial se desplomó casi el 13% en la jornada del martes, Urbas perdió otro 12% y Metrovacesa casi el 5%-, difícilmente puede concluirse que la economía española esté viviendo un apocalipsis del ladrillo, como se apresuraron a opinar no pocos expertos económicos, acuciados quizá por la sensación de que el mercado de la vivienda lleva demasiado tiempo sostenido por precios demasiado altos. Hay una explicación más sencilla para ese martes negro inmobiliario: la caída de Astroc, provocada probablemente porque su cuenta de resultados no gusta demasiado, se propagó entre los pequeños accionistas de las inmobiliarias.
La situación dista mucho de parecerse al final del ciclo inmobiliario. Pero presenta riesgos reales. Los precios de la vivienda siguen desacelerándose, igual que el número de hipotecas concedidas, desciende el número de casas vendidas, y es un hecho que el plazo medio para vender una vivienda se ha duplicado en el plazo de un año. Este cuadro muestra que el mercado de la construcción está perdiendo fuelle; pero éste era el objetivo marcado por la política económica del Gobierno. Se trataba de inducir un aterrizaje suave para enfriar los precios, aumentar la construcción de viviendas protegidas y procurar la lenta sustitución del ladrillo como motor de crecimiento económico por otros menos especulativos. Una subida de precios del 7% todavía revaloriza los patrimonios de los inversores que han decidido apostar sus ahorros en un piso y, al mismo tiempo, permite suponer que los compradores con rentas más bajas verán algún día crecer el precio del metro cuadrado al menos al mismo ritmo que sus salarios.
Es fundamental, por tanto, evitar las llamadas compulsivas a la desinversión. La moderación de las burbujas especulativas resulta una tarea delicada, porque existe el riesgo de movimientos de pánico. Es inevitable que se produzca un trasvase de inversiones desde constructoras e inmobiliarias hacia otros activos financieros, pero los indicadores fundamentales del mercado real de la vivienda no avalan hoy por hoy el temor a un final brusco del auge del ladrillo.
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