Marionetas en la era de los robots
Mientras que su homólogo barcelonés comienza a dar más importancia a las nuevas tecnologías y a la robótica que a la marioneta, Titirimundi, Festival Internacional de Títeres de Segovia, sigue proponiendo un catálogo de espectáculos donde lo sustantivo es el muñeco articulado artesanalmente y el modo de manipularlo. En esta 21.ª edición, 43 compañías de 17 países actúan en 37 escenarios segovianos, en otros nueve municipios castellanoleoneses y en Madrid.
El desembarco de Titirimundi en la capital era imprescindible: el año pasado, durante el fin de semana, el público madrileño casi colapsó la calle Real cuan larga es y sobresaturó todos los espectáculos. Aunque para saborear el festival en su salsa habrá que seguir yendo a Segovia: los patios donde actúan El circo de las pulgas de Dominique Kerignard y las micromarionetas de András Lénárt tienen, a escala, el encanto de los corrales de comedias áureos.
Entre lo que no hay que perderse figuran El baile de los locos, de Les Chiffonières/Le Cinérama, y La barraca, de Théâtre Dromesko, compañías que llevan su propio teatro a cuestas. El de Igor Dromesko y los suyos es una venta de madera arrancada de las páginas de Taras Bulba. En su interior el público bebe, cena y protagoniza una fiesta musical de la que ya hablamos largo hace un año en estas páginas. El teatro de Les Chiffonières y Le Cinérama es un carromato enorme, practicable por los cuatro costados y el techo: una gran barraca de feria para 120 espectadores. Abierto, parece un navío varado. Sus artífices lo construyeron en pos de una autonomía plena, evocando, a escala micro, el fantástico Théâtre Ambulant de Firmin Gémier, sala transportable remolcada por 38 tractores de vapor. Mucho más modesto, Le Cinérama se inauguró en 1995 con Le plus petit cinéma du monde. Dos años después, albergó La tour, evocación del universo de Julio Verne y de George Méliès, y Á feu et à sang, grandeur et décadence d'un empire, indagación poética sobre Napoleón y el almirante Nelson.
Los titirimundiadictos no olvidamos La peur au ventre (2000), primera colaboración entre Le Cinérama y Les Chiffonières, troupe de marionetistas musicales que trabajan con materiales de deshecho. En su carromato de entonces nos apiñábamos 35 espectadores, los artistas, la escenografía y muñecos de todos los tamaños. El vientre de uno gigantesco se abría en dos: dentro, títeres minúsculos escenificaban una historia inspirada en la de Stepan Kowalchuk, un topo ucranio que se pasó medio siglo XX escondido en su granero.
El baile de los locos (que también se representa en la Fira de Titelles de Lleida y en el festival de Valladolid) reúne tres episodios inspirados en Moby Dick, El cocodrilo y El pecador de Toledo. En la narración de Dostoievski, un funcionario despistado es engullido vivo por un reptil del zoo, y se queda allí filosofando. En la de Chéjov, el inquisidor de Barcelona, seducido por una mujer con la que se topa en la calle, intenta quemarla por bruja.
Ilka Schönbein, directora de Theater Meschugge, hace de sí misma una marioneta. Su piel desnuda, pintada, se confunde con la de sus criaturas de látex y papel maché, moldeadas sobre su propio cuerpo e injertadas en él: son todo uno. Schönbein entra en diálogo plástico con la niña que fue en Carne de mi carne, espectáculo inspirado en la novela autobiográfica ¿Por qué se cuece el niño en la polenta?, de Aglaja Veteranyi, autora y actriz rumana con raíces familiares circenses.
También para adultos, Ángel, del coreógrafo titiritero holandés Duda Paiva, escenifica el encuentro entre un trapero de carne y hueso y un ángel de la guarda marioneta. En La mano, escrito por Javier García Teba y puesto en escena por la compañía francesa Tro-Héol, un órgano trasplantado entra en conflicto con su receptor. Entre lo recomendable figura Titiritraina, de Axioma, y el Pulcinella de Salvatore Gatto, virtuoso y sencillo a la vez.
Titirimundi se celebra del 2 al 19 de mayo (www.titirimundi. com). En Segovia, del 8 al 15. En Madrid, del 9 al 19.
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