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Columna
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Raros

Recientemente me ha llamado la atención una foto en la prensa en la que se ve a una pareja desnuda sentada ante el televisor. En un primer golpe de miope pensé si serían Ségo y Sarko haciendo de metáforas de sí mismos. Mais non, en cuanto enfoqué con un forzoso travelling de mirada, me di cuenta de que allí faltaba chic, de que aquella pareja en porretas no era franchute, pues en nada se asemejaban a la Juno desnuda y al Júpiter desnudo que sin duda hubieran representado Ségo y Sarko en igual circunstancia. No, definitivamente, aquella pareja que hacía calceta ante el televisor era inmune al escándalo o a cualquier tribunal de decencia, tan lejanísimos como estaban de parecerse a la couple olimpique y a lo mucho más alejados que podían hallarse de cualquier semejanza con la mujer-objeto o con el hombre-objeto. Tememos tanto a la belleza, que la objetualizamos para expulsarla del mundo, mientras que la vulgaridad no provoca ningún escándalo. Todo era vulgar, y hasta denteroso, en aquella escena doméstica, cómico acaso. Nada que mereciera excesiva atención.

Desengañado de mi inicial alucinación francófila, aquella foto tampoco hubiera retenido la mía si no hubiera descubierto que además hablaba. La oronda señora, la tricoteuse, hablaba con su marido, un san Jerónimo penitente que en vez de un león al lado llevaba un ovillo de lana en las pudendas. ¿Serían éstas las que tejía la señora hasta dejar al santo en tan patético estado?, me pregunté, ¿qué reacciones hubiera suscitado la situación inversa, si fuera él quien tejiera y ella la portadora consumida del ovillo, mostrando una relación de dominio que no nos hubiera parecido tan de perlas como la que reflejaba la foto? La osadía aparente de la imagen me revelaba su absoluta inanidad -su conjura de cualquier atrevimiento- cuanto más me fijaba en ella, pero era su texto, la conversación que mantenían aquellos destructores de la gracia, la que había pasado a requerir mi atención. Con una mirada entre compungida y perdida, carente de toda energía, fijos los ojos en el televisor, el hombre comentaba: "Los del 3º A no tienen Euskaltel en casa...". Y sin dejar la labor, fijos los ojos en la tarea, la mujer sancionaba: "¡Qué gente más rara!...".

Absténgome de semiologías y otras disciplinas similares, aunque quizá caiga en ellas para señalar el carácter engañoso del anuncio y su talante reaccionario. La rareza tiene un valor cuantitativo y otro cualitativo, y en este último caso su contenido puede ser doble, positivo -un objeto artístico- o negativo -un sujeto humano-. No cabía duda de que las palabras de la señora poseían un valor cualitativo y negativo, un valor que toda la concepción del anuncio trataba de camuflar dándole un sesgo cuantitativo, aunque sin negar en ningún caso, y ésta es la moraleja del asunto, la reprobación contenida en las palabras de madame. Veamos la operación. De las palabras del señor -"los del 3º A no tienen..."- podemos colegir que se trata de un bloque de viviendas y que todos los demás vecinos lo tienen, es decir, se señala la excepción, todavía sin valorarla, utilizando un criterio cuantitativo. De ahí podríamos deducir que el valor de las palabras de la señora es también cuantitativo y que el sentido general del anuncio, lo que nos quiere decir, es que los del 32º A son raros porque, teniéndolo todos los demás vecinos, ellos no tienen Euskaltel. Hay, sin embargo, otra interpretación, que en ningún caso es negada por el anuncio, sino que es su misma puesta en escena la que la deja en evidencia, y que creo que es la que establecen de manera definitiva las palabras de la señora: los del 3º A no tienen Euskaltel porque son muy raros.

Se me alegará que, siendo tan raros los señores desnudos de la foto, en ningún caso se podría concluir que reprobaran a nadie por algo que les caracteriza a ellos, pero esa supuesta rareza es otro de los elementos de camuflaje, de engaño, que utiliza el anuncio. Pues, ¿son de verdad tan raros esos señores?, ¿no son un ejemplo más de la generalización de lo vulgar como norma, de la estandarización del mal gusto con la rareza como coartada y con valor universal? En esa normativización de la rareza, los verdaderos raros no entran, y en Euskaltel tampoco. Y son merecedores de una descalificación por ello. Así es en Euskaltel, al parecer, y así en Euskadi.

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