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Columna
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Las cámaras no dicen la verdad

Un ojo es una red, y por eso hay que vigilar quién y para qué te mira. Juan Urbano acaba de escribir esa frase en uno de sus cuadernos de filósofo, el que dedica al tema de la libertad, mientras su amor capicúa prepara un café para el desayuno y justo después de haber leído en el periódico que una asociación de vecinos de la calle de la Montera quiere a poner cámaras en los balcones de sus casas para emitir, a través de Internet y en tiempo real, lo que ocurre allí de día y de noche.

Aparte de ironizar sobre esa extraña idea del tiempo real, que últimamente se repite con frecuencia, que le hace pensar en un tiempo visible, que se pueda fotografiar, vender en latas o, por ejemplo, ser alquilado, Juan acaba de preguntarse qué vería alguien que pudiese estar observando la escena que forman su chica y él en la cocina.

En su opinión, lo que ellos son lo adivinó e hizo público, hace tres siglos, el poeta romántico Percy B. Shelley, y no hay más que verlos para darse cuenta: "El amor es un espíritu repartido en dos formas". Pero ¿es eso lo que vería cualquier persona que pudiera observarlos, en este mismo instante, en una pantalla? Hay que tener cuidado, porque mirar es juzgar, y el que juzga desde la intuición y el desconocimiento puede cometer injusticias irreparables.

Juan Urbano no sólo comprende el problema de los vecinos y los comerciantes de la calle de la Montera, que se quejan de los mil y un conflictos que les causa la prostitución callejera que convierte sus esquinas en un triste mercado de seres humanos que a él siempre lo ha deprimido, sino que siempre ha sido partidario de que ese oficio esté regulado por la ley, sea controlado por las autoridades sanitarias y se practique en locales cerrados, nunca, desde luego, en la vía pública.

De hecho, jamás ha llegado a comprender que defender lo contrario sea más progresista: ¿No sabe todo el mundo en qué condiciones de esclavitud se encuentran la mayoría de las mujeres que ofrecen sus servicios en los parques y las calles de cualquier ciudad? ¿No han oído hablar de las mafias que las extorsionan?

Pero un ojo es una red, se repitió Juan Urbano, y las redes sirven para cazar, para hacer prisioneros, no para establecer ningún tipo de justicia.

De forma que la decisión de poner cámaras de vigilancia en las ventanas de la calle de la Montera le pareció un auténtico disparate.

Para empezar, porque ése sería, en cualquier caso, un trabajo para la policía, y no es lógico que los ciudadanos creen brigadas que ocupen el lugar de las fuerzas de seguridad, porque eso sería abrir un camino muy peligroso: mañana, otros vecinos de otra calle en la que el tráfico es caótico, pueden ponerse a regularlo con un pito y una porra; y otros de algún lugar en el que haya inseguridad pensarán en reclutar un ejército de voluntarios que patrulle la zona y tome medidas contra los delincuentes. Imagínense, si todo eso ocurriera.

En segundo lugar, en España la prostitución no es un delito, y quienes van a buscar los servicios de una prostituta no tienen por qué ser castigados, filmados y expuestas sus imágenes para que las vea quien quiera a través de Internet, de modo que hacer eso sería vulnerar de manera gravísima sus derechos. Juan Urbano apuntó esas conclusiones en otra libreta, la que dedica a los asuntos de la actualidad relacionados con Madrid, y se quedó mirando una vez más a su chica maravillosa.

Le preparaba el desayuno con todo el amor del mundo, como él hacía otras veces, y se preguntó de nuevo si alguien que en ese momento, al ver la escena en la que ella trabajaba en la cocina y él leía el periódico, podría sacar otras conclusiones, ver sumisión en lugar de amor, por ejemplo, y cambiar lo que estaba pasando allí por otra historia, incluso podría ser que justo por la historia opuesta. Todo puede mirarse, pero lo que se ve no tiene por qué ser la verdad.

Por si acaso, Juan miró a su espalda, igual que si se sintiera espiado, y fue a ayudar a Ana. Cuanto más la miraba, más admiración sentía hacia Shelley, que había logrado definirlos con tanto tiempo de antelación.

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