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Columna
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Second Life

Bueno, hay muchos juegos de ordenador que permiten adoptar personalidades generalmente distintas a las que uno tiene porque a) no es fácil que yazgan dentro de uno rasgos de carácter tan depredadores como los que exigen todos los juegos de combate y b) porque, inmersos en un mundo pacífico, siempre resulta más atractivo experimentar nuevas formas de ser. Nada más plano que el ordenador: en él somos lo que parecemos, de ahí que desde los chats hasta los juegos uno quiera tener mejor prestancia y limar cuantos más defectos mejor. Excepto el de mentir, porque, en el fondo, a eso es a lo que equivale ocultar defectos de carácter. A menos que se le pueda llamar soñar. Lo más gracioso es que cuando uno se reinventa se parece a todo lo que han reinventado los demás: cuerpo cachas, belleza y una apariencia ganada a golpe de talonario. Second Life se convierte así en el paraíso sobre la tierra (virtual) donde han desaparecido las desigualdades, la fealdad, la pobreza y la violencia. E incluso la política, porque, por mucho que haya partidos que se han apresurado a abrir sedes en el mundo virtual, difícilmente se comprende que puedan desarrollar un mensaje político cuando la sociedad sobre la que quieren operar es perfecta. A menos que se degrade la cosa política y se organicen mítines, campañas y elecciones para gestionar nimiedades. Otra cosa es que el universo de la segunda vida se utilice como escaparate de unos políticos que quieren mostrarse guais y enrollados simplemente para que los ciudadanos les voten en la primera vida, es decir, en el mundo de acá.

Por no hablar de la monotonía. Quiero decir que Second Life se plantea como una carrera imparable por el tener, que es lo mejor que saben hacer esas proyecciones nuestras que llaman avatares. En realidad, poco, muy poco han avanzado los juegos de ordenador desde aquel famoso y primigenio Comecocos, como no sea en sofisticación y realismo, porque en el fondo se trata de tragar (conseguir, destruir) acumulando ganancias con ello. En Second Life se puede comprar de todo menos sexo; claro que esto viene sobreañadido, porque no puede haber cosa más natural entre personas iguales, perfectas y políticamente correctísimas, que no han de cargar, además, con las consecuencias de sus actos, puesto que los muñequitos que nos representan carecen no sólo de moral (excepto la impuesta por unas reglas del juego que tiene como regla mayor ser expulsado del paraíso en cuanto se contravenga alguna, de ahí que los avatares sean seres unidimensionales), sino de psicología, porque no basta con dotarlos de cierta personalidad, ya que deberían -y no pueden- ser capaces de reaccionar emotivamente entre sí, no como fantasmas interpuestos. Y al no haber conflicto no hay vida.

Second Life realiza el sueño de Platón para su República: de ella están excluidos los poetas, porque carece de sentido introducir universos textuales en uno que les contradice, por no decir que les supera en poder de mímesis, es decir, de presentarnos la realidad. Resultaría muy extraño, en el caso de que fuera admisible, que un avatar abriera un libro y se sumergiera en un relato al que puede acceder desde la primera vida y con mayor comodidad, pero, sobre todo, quebrando las reglas del juego de representación en el que se halla inmerso. Al contrario del peligro que Platón veía en los poetas, y por eso los expulsaba de su sociedad perfecta, en Second Life los poetas y demás ralea sólo suponen insignificancia, y por eso no caben. Pero, quién sabe, a lo mejor se trata sólo de un ejercicio de realismo, porque en la primera vida no lee nadie y, sin embargo, fingimos dar alguna importancia a esas cosas.

Aunque lo más extraño es la Ertzaintza. De buenas a primeras se produjo una invasión de ertzainas en Second Life, pero no porque hubieran de solucionar algún conflicto de esos que no hay, sino porque la consejería de Interior del Gobierno vasco les mandó allí con sus datos personales, de vivienda y demás. Qué hay de malo en ello si ETA no existe.

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