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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Espejismos con los gases

Con gran complacencia se ha recibido la información de que las emisiones españolas de CO2 en 2006 fueron el 48,05% superiores a las de 1990, año de referencia para medir el grado de cumplimiento del Protocolo de Kioto. Como en 2005 las emisiones fueron el 52,16% superiores a las de 1990, según el inventario de Comisiones Obreras y la organización World Watch, la conclusión es que quizá se esté produciendo un cambio de tendencia y las emisiones españolas empiecen a reducirse hasta llegar al máximo del 15% de aumento sobre 1990. Es muy de temer que esta presunción de mejora, implícita en muchas opiniones vertidas al conocer la noticia, sea un simple espejismo. Por dos razones.

La primera es que la desaceleración de las emisiones se explica por razones coyunturales. Las condiciones climáticas favorecieron, por ejemplo, la utilización de más energía hidroeléctrica, la subida de los precios de los combustibles o la entrada en las redes de suministro de una mayor proporción de energías renovables. Estas razones aparecen anotadas en el estudio. Pero la razón principal es que no hay normas de aplicación efectiva que vayan a reducir en el futuro las emisiones de CO2. No hay medidas efectivas, por ejemplo, para transporte por carretera, responsable de casi el 22% de las emisiones. Existe, en general, la percepción de que no se establecen seguimientos de las emisiones comprometidas y de que no hay instrumentos eficaces para imponer las limitaciones necesarias cuando se comprueba que hay una gran diferencia entre las previsiones y la realidad. La triste realidad es que España carece de control sobre los humos y gases que se lanzan a la atmósfera. Todo son objetivos ideales y buenas intenciones para cumplirlos.

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