Y Maruan se dejó barba
Uno de los 'kamikazes' de Argel fue drogadicto hasta 2005
A principios de este mes, Maruan Budina, de 28 años, llamó a su hermano Nuredin, de 30, y le pidió perdón. Nuredin no comprendió el sentido de esa llamada de la oveja negra de la familia. Cuando, días después de los atentados del 11 de abril que ensangrentaron Argel, vio en la televisión la fotografía de un terrorista apodado Muadd Benjabal (Hijo de la Montaña), extraída de una página web vinculada a Al Qaeda, lo entendió todo. Su hermano Maruan era el kamikaze que había volado un ala del Palacio de Gobierno de la capital. El mismo que aparece en la primera página de esta revista sin ocultar el rostro.
En ése y en otro atentado, perpetrado también con un coche-bomba, contra una comisaría hubo 30 muertos, la mayoría policías, y más de 200 heridos. Las acciones terroristas fueron reivindicadas por los salafistas argelinos que, a principios de año, cambiaron su nombre por el de Al Qaeda del Magreb Islámico.
Hace un año empezó a rezar a todas horas, y se reunía con unos amigos para salmodiar el Corán
Nuredin no guarda un recuerdo tan pacífico de su hermano. "A su lado, la vida era un infierno", dijo en la TV
Budina se corresponde con el retrato robot que las policías del mundo entero suelen hacer del terrorista integrista: un chaval paupérrimo, desnortado y aficionado a la droga que cree encontrar su salvación en el islam.
La casa familiar de Maruan consiste en cuatro paredes de ladrillo rematadas por un techo de planchas de uralita, sujetadas con piedras, que el viento primaveral hacen chasquear. Está en la barriada El Makaria, compuesta por unas 300 chabolas que forman parte del distrito de Bachedjará, en la periferia de Argel.
Sometido a incesantes redadas en los noventa, durante la guerra civil larvada que vivió Argelia, el barrio, con sus calles embarradas tras varios días de lluvia, tiene fama de seguir siendo uno de los baluartes del islamismo radical.
Nadie contesta en la chabola de los Budina. No está claro si se han ido o han optado por dejar de atender a la prensa. "Ya han hablado más de la cuenta", afirma un vecino que pasa de largo. En El Kahf, otra área cercana del arrabal, los jóvenes ponen menos reparos al forastero. La mayoría está en paro, y no tienen nada mejor que hacer que narrar sus recuerdos.
"Maruan colocaba su mercancía a mi lado en el mercado", cuenta Karim. "Éramos vendedores ambulantes. Él ofrecía tomates, pero a veces también vendía eucaliptos y sardinas, que traía nada menos que de Zemmuri [a 50 kilómetros de la capital]". "¿Que qué hacía con el dinero que ganaba?". "No da para mucho, pero creo que ayudaba algo a su familia".
A Karim se suman pronto otros chavales deseosos de ser, por un día, protagonistas en la prensa. "Bueno, fue un chico peleón, pero ahora se había tranquilizado y no daba guerra", asegura Yunes. "No sé muy bien, pero sospecho que ese cambio tiene mucho que ver con su súbita religiosidad", prosigue. "Hace un año empezó a rezar a todas horas, iba a diario a la mezquita y se reunía con unos amigos en una casucha abandonada para salmodiar el Corán. Pero nunca le escuché proferir amenazas".
De repente, los jóvenes bajan la voz y señalan de reojo a un barbudo ataviado con una gandura, túnica que suelen llevar los integristas. "Era amigo de Maruan", cuchichea Ahmed. "Como la policía ha hecho un par de redadas, ahora son discretos", añade. "Alguno hasta se ha afeitado la barba", comenta entre risas.
Otros no renuncian tan fácilmente a lo que consideran los símbolos de su fe. La pandilla que charla con el periodista es de pronto increpada por un fortachón con el gorrito blanco de los integristas. "¡Basta ya de cotillear con los extranjeros!, ¡sólo traen desgracias!", les grita.
Nuredin, ayudante de fontanero, no guarda un recuerdo tan pacífico de su hermano Maruan. A su lado, la vida era un infierno, según declaró en una entrevista a la ENTV, la televisión pública argelina. "Hasta llegó a amenazar a mi madre con matarla", aseguró indignado.
"Le tuve que echar de casa y le denuncié en una comisaría porque agredía constantemente a nuestra hermana", continuó Nuredin. "(...) le robó sus joyas para comprar droga". Tanta vehemencia contra el hermano kamikaze sólo se explica por el deseo de eximir a la familia de las consecuencias de su acción terrorista. Maruan era, desde luego, un pequeño delincuente que fue detenido una decena de veces y hasta cumplió una breve condena en la cárcel de El Harrach. "(...) no tenía ningún lazo con la religión, no conocía un solo versículo" del Corán, según Nuredin, que se preguntaba sin cesar: "¿Cómo pudo ser adoctrinado de tal manera?". Pero Nuredin confirma, como los amigos de Maruan, su transformación en Ramadán de 2005. "Cambió, se dejó barba y un día vino a pegar a nuestra hermana"; no para robarla, sino "porque estaba en contra de que la mujer trabajase", dice Nuredin. De paso "destruyó algunas de mis casetes de rai".
La investigación ha determinado que el coche que estalló ante el Palacio de Gobierno, un Mercedes matriculado en Argel en 1998, fue vendido por un dentista a un amigo de Maruan. Aun así, Nuredin se resiste a creer que su hermano haya podido ser el conductor suicida. "Si lo hizo fue porque había sido drogado", afirma.
Curiosamente, Nuredin Zerhuni, el titular de Interior argelino, ha dado algo de crédito a esta tesis. "La hipótesis más verosímil es que las bombas fueron activadas por terceras personas que estaban lejos del lugar del siniestro", señaló el ministro ante la prensa.
Sus declaraciones se basan en que "en el vehículo que estalló cerca del Palacio de Gobierno se encontró un dispositivo de mando a distancia" que permitía detonar la carga explosiva desde lejos. Si se confirma este dato, Al Qaeda habrá puesto una de sus garras en Argelia, pero no hasta el punto de llegar a convertir a los argelinos en kamikazes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.