_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La derechización del mundo / 4

Más allá de las sorpresas que pueda aportarnos la votación francesa de mañana cabe ya afirmar que la tendencia dominante del proceso electoral que ha vivido Francia durante estos últimos meses confirman la ola derechizadora de la que me estoy ocupando en esta columna. La primera prueba la encontramos en la evolución del voto global de la izquierda en las elecciones presidenciales desde los años setenta que perdió 10 puntos entre 1974 (47,2%) y 2002 (37,15%) por obra de un descenso continuo que nada logró detener (46,8%, en 1981; 45,4, en 1988; 40,5, en 1995, y 37,15, en 2002). La perplejidad de un impresionante porcentaje del electorado, casi un tercio de los eventuales votantes que seis días antes de las elecciones no sabían todavía a quien votar y la suicida fragmentación de las opciones de la extrema izquierda cuyos seis variantes se traducirán en una reductora agregación final, hacen augurar que proseguirá la expansión de la derecha, por encima del 50% de quienes voten aunque Ségolène Royal pase a la segunda vuelta. Pero más reveladores aún que las cifras son los temas y su polarización en torno de dos ejes: seguridad y nacionalismo. Lo que han sido cotos de caza reservados a la ultraderecha lepenista se han convertido en el pan cotidiano de las intervenciones electorales: en vivo y en los medios. La violencia, la inmigración, la delincuencia, la exclusión, la pérdida del futuro, el declinismo -el seguro declinar de Francia-, temas de predilección de la derecha y la inevitable reacción frente a ello han ocupado en permanencia el espacio de los Medios, imponiendo un tono defensivo y socialmente pesimista, que es el soporte que mejor le va al reaccionarismo político.

El nacionalismo, sus símbolos y sus modos, su bandera y su música han acompañado con su panoplia argumental y sus recursos emotivos, esta retirada al monte conservador. Retirada que donde es más patente es en el campo de las propuestas de la izquierda institucional que no logra salir del convencionalismo centrista y del perímetro socialdemócrata. La recomendación de Michel Rocard y de Bernard Kouchner de llegar a un acuerdo antes de la primera vuelta entre Royal y Bayrou, con independencia del viejo ajuste de cuentas que ambos tienen pendiente con el Partido Socialista francés responde a esa doble querencia que comparten por lo demás con el establishment intelectual del socialismo tradicional francés en el que están el Nouvel Obs, con sus cabezas pensantes Jean Daniel y Jacques Juillard y una nutrida constelación de centros e institutos entre los que destaca la República de las Ideas, fundada y presidida por Pierre Rosanvallon. Todos coinciden y los tres nombres que acabo de citar nos lo han reiterado esta semana, que la única solución que cabe es aferrarse a la socialdemocracia. Consejo difícilmente compatible con la escasa presencia del mundo sindical en la escena política -en esta campaña ha sido nula- y de modo más dramático con la reducción en todos los países europeos de la importancia colectiva del mundo del trabajo y sobre todo de su deserción de las filas de la izquierda. Precisamente, en este mes de abril, hemos visto agravarse el retroceso de la socialdemocracia escandinava con la decisión en Suecia por parte del Gobierno de Anders Borg, que sigue sin garantizar un salario mínimo, de reducir las medidas sociales para asegurar el empleo y ayudar a los parados o la alianza en Finlandia del primer ministro Matti Vanhanen con los conservadores después de la derrota de los socialdemócratas el pasado día 18, lo que hará posible bajar los impuestos y disminuir los niveles de seguridad social, a pesar de los excelentes resultados económicos.

Lo que ha puesto de relieve la campaña electoral que acaba de cerrarse es la imposibilidad para la izquierda de romper la argolla ideológica que la sujeta, de salir de la pobreza de su discurso, de superar su incapacidad propositiva. Olivier Besancenot, pretende que la impotencia de la izquierda deriva de su aceptación sin restricciones del capitalismo global como una realidad inmodificable. En cualquier caso y olvidándonos de anécdotas y peripecias people, cada vez más el periodismo es un inventariado de obviedades y de chismes, se impone la imparable implosión de la izquierda convencional si no se decide a repensar con radicalidad sus núcleos doctrinales y sus propuestas de acción.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_