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La entrevista ciudadana a Rajoy
Columna
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Empeñado en un único propósito

Soledad Gallego-Díaz

La sombra de Irak y del 11-M persiguió a Mariano Rajoy durante prácticamente todo el programa de TVE Tengo una pregunta para usted. El presidente del Partido Popular pareció supeditar todas sus intervenciones a un único objetivo: contrarrestar la imagen de dureza e intransigencia que ha cosechado en los últimos tiempos, según todos los sondeos de que dispone su partido. Para ello, renunció a lo que suele ser el principal objetivo de un candidato a presidente del Gobierno en un programa televisivo como el que dirige Lorenzo Milá: sorprender a los espectadores con dos o tres propuestas de calado. Rajoy mejoró muy probablemente su imagen personal pero no ofreció ninguna novedad o sorpresa que pudieran ayudarle a "marcar puntos". Pareció estar más a la defensiva que al ataque.

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Los expertos de su partido valoran muy satisfactoriamente la magnífica audiencia que alcanzó el programa y la imagen de moderación que el líder popular se esforzó en transmitir, aunque alguno piensa que desaprovechó la ocasión para presentar las bases de su alternativa ante la nada despreciable cifra de seis millones y medio de espectadores. "Ni tan siquiera concretó una bajada de impuestos", bromeaba ayer, aliviado, un dirigente socialista.

La insistencia de las preguntas sobre el mal clima político del país pareció indicar que la mayoría de los ciudadanos identifica a Rajoy y al PP como los responsables de la crispación política que sufre el país, cosa que no sucedió en el anterior programa con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Eso justificaría la prioridad absoluta que concedió Mariano Rajoy a demostrar que tiene más capacidad de diálogo de la que le atribuyen las encuestas.

De la importancia que debe conceder al problema de que siga viva la crítica respecto a la guerra de Irak y la idea de que la mentira forma parte de las prácticas políticas del PP, da fe el hecho de que no se dejó prácticamente margen para plantear ningún otro objetivo que pudiera "distraer" a los espectadores. La tarea tuvo algunos momentos complicados como cuando intentó hacer compatible su visible moderación con la defensa de Ángel Acebes ("Acebes ya no dice...) o cuando intentó dejar sin respuesta la pregunta sobre si volvería a enviar tropas a Irak, comparándolo a la situación actual en Afganistán. Incluso deslizó una mención a Sadam Hussein como "el Hitler del siglo XX". En cualquier caso, aprovechó discretamente para hablar sólo de "terrorismo islámico" en relación con el atentado del 11-M, distanciándose personalmente de la teoría de la conspiración que mantiene el PP.

Uno de los momentos más curiosos se produjo cuando se le preguntó sobre los problemas de la enseñanza bilingüe en Baleares. Rajoy renunció a defender lo que es uno de los puntos fuertes de su partido, la "custodia" del español. En su cautela por evitar enfrentamientos, el presidente del PP se lanzó a promover la enseñanza del inglés como si fuera su primer objetivo educativo, por encima, casi, del aprendizaje de las lenguas propias de España. El presidente del PP rehuyó también adoptar posiciones demasiado tajantes sobre cuestiones territoriales, otro de los elementos "duros" de su programa. Ni tan siquiera planteó, como algunos le habían sugerido desde sus propias filas, una defensa cerrada de la Constitución como un texto intocable. Todo lo más, intentó llamar la atención sobre el caso De Juana Chaos, al que aludió en varias ocasiones y con motivo de preguntas muy distintas.

Rajoy intentó también luchar contra la imagen de soledad que acompaña a su partido en esta legislatura y recuperar la idea de un PP capaz de pactar con Convergència i Unió, el PNV y Coalición Canaria, como en 1996. Las palabras pacto y acuerdo fueron muy repetidas e, incluso, de forma algo confusa, dejó abierta la posibilidad de negociar con CiU el texto del Estatuto de Autonomía de Cataluña, si ello fuera preciso para alcanzar una mayoría de gobierno.

Resultó obvio que Rajoy, como es lógico, había preparado bien el programa y que se esforzaba en corregir los errores cometidos en la primera tanda por Rodríguez Zapatero. Por ejemplo, no cometió la equivocación de tutear a sus interlocutores, como hizo el presidente del Gobierno, pero en su preocupación por recuperar un cierto "buen talante", insistió demasiadas veces en su agradecimiento por las preguntas o en el "gran interés" y "excelente criterio" de sus interlocutores, lo que introdujo un cierto grado de artificiosidad. Mejoró la sensación de cercanía, con alusiones personales, pero no pudo impedir un cierto balbuceo en algunas preguntas especialmente molestas. Logró, sin embargo, que los asistentes sonrieran en un par de ocasiones, lo que siempre se agradece en un programa de estas características y lo que fue celebrado por sus asesores y consejeros como uno de sus mejores aciertos.

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