Auténticos héroes

Qué envidia. Es lo primero que uno siente cuando empieza a leer el volumen Cine mexicano, gloriosamente editado con profusas fotografías y pequeños textos amenos. El libro vio por primera vez la luz en 1992, y fue revisado en otoño del año pasado, cuando se inauguró en el Museo de Arte de Contemporáneo de Monterrey una muestra sobre la cinematografía charra. En casi trescientas páginas la obra de Jorge Alberto Lozoya, más fotográfico que de lectura, repasa la historia, en orden temático y no cronológico, picoteando en los gustos de los autores de los diferentes artículos que componen esta obra, de una industria que ha cumplido sobradamente el siglo: siete años después de la primera proyección en París de los hermanos Lumière, ya hubo una sesión privada para el presidente de México. Era el 6 de agosto de 1896; un lustro después, México contaba con 300 salas fijas y cerca de mil proyectores ambulantes.

Para bien o para mal, México está al sur de Estados Unidos y muy cerca de Hollywood. Así, Pancho Villa se convirtió en 1914 en gran estrella de las pantallas cuando al norte de Río Grande buscaban héroes auténticos que lideraran revoluciones democráticas (otro gallo cantó tras las primeras nacionalizaciones decretadas por el ya presidente Villa). Y las visitas extranjeras, como Sergéi Eisenstein o Luis Buñuel, se sucedieron en una industria permeable a las influencias: la obra del camarógrafo Gabriel Figueroa, el rey del claroscuro y la mano derecha de Emilio Indio Fernández, es un buen ejemplo.

Sin embargo, la magia de Cine mexicano se esconde en algo intangible: el libro antepone la curiosidad, los gustos -defendibles o no- de cada uno de sus articulistas (desde Carlos Fuentes, Terenci Moix u Octavio Paz, que llegó a escribir una canción para un filme de Jorge Negrete, a Guillermo del Toro, que defiende la necesidad de seguir rodando filmes de género, una serie Z que creó estrellas tan propias, extrañas e incluso sicalípticas como el luchador El Santo) al mero repaso formal y clásico. Se detiene en reproducir fotogramas de, por ejemplo, El automóvil gris, un filme de 1919 que recreaba las fechorías reales de una banda de forajidos y que incluye en su metraje las imágenes auténticas de los fusilamientos de los ladrones. Se deleita en imágenes de sus gigantes: Dolores del Río, María Félix, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Silvia Pinal o María Rojo. Repasa algunos de sus mejores carteles de películas. En definitiva, se aleja de la instrucción para regodearse en la amenidad. Desgraciadamente, la última generación, la que se ha merendado a sus vecinos gringos en los últimos oscars, los del poderío azteca, entra sólo por los pelos en este repaso. Que tiemble Hollywood.