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Columna
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Ya no tocan canciones de amor

Los reyes del palustre ya no tocan canciones de amor. Las palabras del concejal de Urbanismo de Granada, Luis Gerardo García Royo, afirmando que "no venda mí salida como algo pactado, a mí me han quitado de la lista", es el símbolo de la soledad del defenestrado en las listas electorales. En España, cuando a un dirigente lo expulsan de una candidatura se le aparecen en imágenes los cuatro años de mandato y por el subconsciente empiezan a desfilar las envidias que concitó y los sapos que se tragó. García Royo lo ha sido todo en la corporación granadina: edil de Urbanismo, portavoz del gobierno y hombre de confianza del alcalde, José Torres Hurtado. Pero este último, su valedor, lo ha dejado tirado a los pies de los promotores. Y también de la dirección provincial de su partido, el PP. "Así es la vida. Siempre se producen situaciones que no son agradables, pero son aceptables", han sido las únicas palabras de Torres Hurtado para despedir a su hombre de confianza. Menos mal que lo era.

La política es así de injusta. Los concejales de urbanismo de los ayuntamientos están de mapa caído. Han sido cuatro años muy difíciles y los supervivientes no se merecían este final. Tras un mandato con la soga al cuello y el cartabón bajo el brazo, se van sin una palabra de aliento. Ha sido un día sí y el otro también en la picota, por quítame esa grúa de ahí y pónmela aquí. Dando explicaciones a diario. De ese convenio que cambiaba el verde por el gris del cemento o ese otro que pasaba a residencial el terreno donde iba un colegio. Qué injustos algunos alcaldes con sus ediles de Urbanismo. Esta responsabilidad en un ayuntamiento no es un cargo, es una profesión de alto riesgo. Sólo hay que ir a los juzgados para comprobar que las salas de vistas están llenas de concejales de Urbanismo, o lo que es peor, acudir a algunas cárceles, donde también han estado de visita varios representantes del gremio. El mandato que está a punto de finalizar ha ido dejando en el camino un rosario de damnificados. Y, lo que es también peor, de imputados.

Y en Málaga. No se le podría reprochar al alcalde, Francisco de la Torre, que hubiera pensado colocar en el número 8 de la candidatura a su actual concejal de Urbanismo, uno de esos esforzados ediles de la paleta y la plomada. Han tenido que mediar desde Sevilla para subirlo de puesto. De la Torre lleva en su lista a una campeona de pádel. Vamos, que si se descuidan en el partido, la deportista de la raqueta termina por delante del campeón de la paleta. Y eso que hasta más de la mitad de la lista no hay un nombre nuevo. En la candidatura del PP para las municipales en Málaga hay menos cambios que en la lista de los reyes godos.

Antes era el Urbanismo la delegación estrella. Hasta en los matrimonios de conveniencia política, los partidos en vez de las trece arras se repartían el mando y el cartabón. ¿Por qué se caen estos ediles de las listas, por qué los bajan de las candidaturas o se separan de ellos antes de concluir el mandato? Ahí está Jerez, donde tras varios años como pareja de hecho, la socialista Pilar Sánchez destituyó al andalucista Pedro Pacheco como delegado de Urbanismo nada más vio aparecer las elecciones. Otro tanto de lo mismo ocurría en Rincón de la Victoria. Después de cuatro años de maridaje entre el PSOE y el PP rompieron su juramento político, ese en el que se habían comprometido a estar juntos en la prosperidad y en la adversidad, en los convenios y en las recalificaciones, en el sillón de la alcaldía y en el sofá de la delegación de Urbanismo hasta que la Ley del Suelo los separara.

Uno quisiera pensar que vivimos malos tiempos para el urbanismo rampante. Y que existe un deseo de dejar atrás lo que se ha hecho mal. Pero algunos de estos ejemplos nos hacen ser poco optimistas. En Granada, el edil de Urbanismo denuncia que se va por presiones de los promotores, y el presidente del PP, Sebastián Pérez, le replica diciendo que el urbanismo no será el protagonista del próximo mandato. Pero eso es una mala excusa. Aunque lo digan también en otros ayuntamientos. La verdadera razón es otra: el control de lo poco que queda por urbanizar.

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