Volver a la Ilustración
La defensa del individuo y de su autonomía moral constituye un desiderátum de civilización que debe ser el objetivo de la pedagogía de la libertad en el ámbito educativo y también en el social y político. Desde la asignatura de Educación para la Ciudadanía, hasta el comportamiento de los profesores, de los líderes sociales y de los políticos, en sus respectivos campos, éste es el fin exigido y debido más universal. Frente a los falsos ídolos, al interés tribal y al fanatismo colectivo como barbarie manipulada, el respeto a la dignidad del individuo, la bandera del iluminismo, que es medida del progreso en la sociedad actual, representa el núcleo esencial de las tareas del porvenir en la enseñanza, en la acción colectiva y en la política para una sociedad bien ordenada. Por eso la vuelta a la Ilustración es una exigencia moral para nuestro tiempo y especialmente para nuestro país. Es la forma de medir el progreso de la humanidad según se produzca el desarrollo de las condiciones morales y de la capacidad de autodeterminación, y es también el máximo deber de la ciudadanía ilustrada, de los profesores y de los políticos responsables.
El diagnóstico de las raíces, esas prédicas radicales del odio y del desprecio del otro, del adversario, de esos comportamientos hostiles oscuros y desaforados y de esas descalificaciones totales y sin remisión, son el primer paso para su condena, su rechazo y para la búsqueda de caminos alternativos marcados por la tolerancia, la amistad cívica y el juego limpio. Su origen está en la falta de respeto, en la no consideración de los demás, en la dialéctica amigo-enemigo, en el oscurantismo, en la pobreza, en la explotación, en las técnicas de envilecimiento que practican medios de comunicación -afortunadamente no todos-.
La Ilustración supuso la conquista de la autonomía moral de las personas y la superación del paternalismo de la teología como gran controladora del pensamiento y de la acción humana. La persona supo caminar por sí misma y toda la cultura de las luces produjo un gigantesco esfuerzo para salir de la minoría de edad y para aprender y saber. Las grandes instituciones políticas y jurídicas del XIX y del XX son deudoras del XVIII. Incluso las corrientes intelectuales aparentemente enfrentadas con el racionalismo iluminista, como el romanticismo, generan líneas liberales y sociales en autores como Victor Hugo o Lamartine, que contribuyen al fortalecimiento de las ideas heredadas del siglo anterior.
Los enemigos de las luces comprenderán el peligro de su difusión y desde posiciones eclesiásticas y contrarrevolucionarias por un lado y fascistas, leninistas y anarquistas por otro, harán todo lo posible para contrarrestar sus efectos, y para luchar contra alguna de sus grandes conquistas como el constitucionalismo o los derechos humanos. Rechazan la idea del hombre abstracto e incluso, como De Maistre, la propia noción de hombre. Afirma éste que ha conocido a franceses, ingleses y alemanes e incluso a persas por medio de Montesquieu, pero que nunca ha conocido a un "hombre". Creen en la constitución natural de cada pueblo, que marca sus instituciones, y no al revés, con constituciones normativas que marquen a la realidad social. Los antimodernos creen que la realidad natural es la que condiciona a las normas y no al revés, sueñan con volver a la sociedad estamental y al corporativismo y rechazan el protagonismo del individuo. Ese enfrentamiento se produce ya en el siglo XX, con los totalitarismos nazi, fascista y estalinista, con el Estado y el partido de clase como nuevos salvadores, con construcciones ilusorias y llenas de peligros que deshumanizan y arrinconan a la persona. Desde esas premisas organizan el más formidable ataque contra la dignidad humana y contra el liberalismo social e ilustrado.
La salida de esa tremenda crisis de humanidad después de la II Guerra Mundial fue muy traumática e incluso ayudó al renacimiento del Derecho natural, el atribuir al pensamiento positivista la responsabilidad por los trágicos efectos del conflicto, cuando en realidad fueran positivistas como Kelsen, Hermann Heller o Fernando de los Ríos quienes más se enfrentaron y sufrieron las agresiones de los defensores del "nuevo orden". En el levantamiento militar contra la República española, los fundamentos intelectuales originarios los plantearon casi exclusivamente los iusnaturalistas y las coberturas posteriores también, mientras que positivistas acreditados como González Vicén y más tarde Elías Díaz fueron represaliados y perjudicados en sus carreras académicas; también el autor de estas líneas y otros profesores. Además, el tipo de iusnaturalismo que defendieron era el más clásico y reaccionario de todos los posibles y siguió apoyando a un régimen corporativo, orgánico y perseguidor de las libertades.
Tras la reinstauración de la democracia, se disiparon esos peligros con la Constitución, que ha permitido un régimen político libre durante casi treinta años, aunque no ha estado exento del peligro de recaídas en los viejos modos. Quizás el momento más visible fuera el golpe de Estado de febrero de 1981, aunque no el único. Momentos delicados fueron el uso ilegal de acciones policiales para combatir el terrorismo, en varias etapas y con diversos Gobiernos, aunque el más conocido, con los GAL, ha sido ya resuelto, con serias condenas a los considerados responsables.
También desde otra perspectiva muy diferente resulta muy preocupante el sistemático comportamiento del Partido Popular de oposición radical al Gobierno desde que perdió las elecciones en 2004. Está creando una tensión constante que ha trascendido a la sociedad, faltando al juego limpio y a la lealtad hasta ahora mantenidos en materia de terrorismo. Algunas de las formas utilizadas en esa política recuerdan a tácticas schmittianas por la consideración del adversario como enemigo y por la siembra del rechazo radical y del odio contra el presidente del Gobierno y otros dirigentes socialistas, además de una descalificación general de las instituciones. En todo caso, esa forma de proceder no ayuda al fortalecimiento del sistema y puede contribuir seriamente a deteriorar el clima de convivencia y a la necesaria cooperación política entre unos y otros, mayoría y oposición en cuestiones de Estado.
No sé si será predicar en el desierto pero hay que restablecer el clima de la cultura política ilustrada y abierta y superar la insoportable tensión que genera principalmente el Partido Popular. Quizás sólo con los resultados de las elecciones autonómicas y municipales primero, y generales después, se podría volver a la normalidad. En todo caso sería deseable cambiar cuanto antes el clima, pero de verdad, no con fingimientos ni mentiras, ni con un comportamiento real destructivo y con unas palabras contradictorias que pretenden simular moderación. Sería deseable que todos pensasen en ello y, sobre todo, que pudieran actuar desde las buenas reglas del juego limpio.
Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.
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