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Columna
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Galicia, tierra de inmigración

Los saldos migratorios intercensales anotados aquí desde 1990 son positivos, es decir: desde entonces entran en Galicia más inmigrantes que emigrantes salen. Es cosa que no sucedía desde la década de los treinta y la primera mitad de la de los cuarenta del pasado siglo, cuando, a consecuencia de la Gran Depresión de 1929, primero, de la Guerra Civil española de 1936-1939, después, y del estallido de la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945, finalmente, o era difícil salir de España o no lo era menos encontrar adónde ir. Las dificultades del mundo le cerraban las puertas a los gallegos. Y las estadísticas daban cumplida noticia de la tan excepcional situación en que se contenía nuestra riada emigratoria.

Ahora, sin embargo, aunque el gráfico estadístico vuelve a trazarse por encima del cero, la realidad que reflejan las cifras es radicalmente diferente: siguen saliendo gallegos de Galicia, porque ya no hay puertas en el mundo que se le cierren ni aquí logran todos cubrir sus expectativas. Pero contra lo que antes no sucedía sino de manera harto limitada, llegan, en mayor cantidad que ellos, hombres y mujeres que, como nosotros otrora en Europa o América, vienen a buscarse los medios de vida que allá de donde vengan no encuentran.

El último dato disponible sobre esto es el que se registra a primero de enero de 2006, sobre lo que hubiese sucedido el año anterior. En 2005, pues, se fueron del país 22.590 gallegos, pero se compensó su salida con la entrada de otras 39.435 personas, procedentes de otras partes de España y del extranjero. El saldo ya lo ven: entran más de los que salen. Y como eso ya viene sucediendo desde hace por lo menos quince años, bien podemos aventurarnos a decir que en Galicia, por fin, se ha cancelado la condena del éxodo.

No somos un lugar de aluvión inmigratorio, porque tampoco de nuestra estructura productiva surgen voluminosas ofertas de empleo. Pero no estamos al margen de este fenómeno que, por otra parte, alimenta el hecho de que también somos ya un país con una renta por persona relativamente elevada. Y la riqueza social, ya saben, siempre abre márgenes para el arribo de los más necesitados. Y aquí están: decenas de miles de personas que cada año se anotan en nuestros padrones.

A ese nivel de los padrones municipales, quizá sorprenda a algunos el saber que absolutamente todos los municipios de Galicia, no sólo aquellos en donde hay grandes concentraciones urbanas, acogen a inmigrantes. Es obvio que más aquellos en que se localiza mayor número de empresas o industrias, como es el caso de Vigo, Coruña, Ourense, Compostela, Lugo, Pontevedra y Ferrol, por ese orden, que son el destino de casi el 40% del total de los inmigrantes que llegaron a Galicia en 2005.

Para sorprender algo más, si es que ello es así, les diré que desde el año 2000 los inmigrantes de origen extranjero llegados a Galicia son más que los que proceden de otros lugares de España. Y que también su presencia está territorialmente muy extendida: sólo trece municipios de los 315 en que nos organizamos no han recibido a ningún inmigrante extranjero en 2005, y sólo en uno -porque no los recibió ni ese año ni ningún otro- queda vacía en el padrón la casilla en que se anotan los residentes originarios de otros países: Ribeira de Piquín, en la montaña interior luguesa, 785 habitantes en 73 kilómetros cuadrados y una dinámica demográfica ciertamente negativa.

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En cualquier caso, la cantidad creciente de inmigrantes que llegan a Galicia, el hecho de que procedan mayoritariamente del extranjero y, por último, que, aun asentándose más concentradamente en la franja costera, como por lo demás ya hacemos los que estamos aquí, se dispersen por todo el territorio de Galicia, también en su interior rural, puede que sea una señal de que este país nuestro está empezando a experimentar un cambio profundo, en el que pasamos de ser tierra de huida a país de acogimiento, con lo que eso implica en todos los órdenes de la vida: económico, claro, pero también social y cultural.

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