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Reportaje:APROXIMACIONES

Otro 14 de abril: por un Estado cultural

José-Carlos Mainer

Un día como hoy de hace 76 años se proclamó la Segunda República. El nuevo régimen político hizo suya la conciencia cívica y laica de la tradición liberal y la prolongó en la creación de escuelas rurales y en iniciativas como las Misiones Pedagógicas. Aunque la insurrección franquista abortó las reformas, su espíritu sobrevive en un puñado de instituciones.

La literatura de la República no mejoró la que ya había, pero aquella siembra de pedagogía y laicismo prometía un mejor futuro
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Lecturas republicanas

El artículo se titulaba A buena política, mejor literatura y lo escribió Esteban Salazar Chapela en el diario El Sol, hace ahora 76 años. El lector puede hallarlo en una preciosa antología de su autor que ha cuidado Francisca Montiel y ha publicado la Fundación Santander-Central-Hispano en su ya imprescindible colección Biblioteca Fundamental. Se trata de un alborozado saludo al nuevo régimen republicano en el que el escritor hizo suya la esperanza de muchos jóvenes más. No era seguramente muy justo al decir que la literatura de los diez últimos años había sido la que correspondía a "un país políticamente deprimido", pero algo de cierto había en pensar que "lo que no ha vivido la literatura es vida nacional". Y lo advertía al comparar "nuestros últimos diez años de producción con esos diez años en Rusia, Alemania y Estados Unidos, países éstos en actividad ascensional, en marcha o en ebullición. No se nacionaliza una literatura por voluntad colectiva, ni siquiera por voluntad de los propios escritores. Se nacionaliza la literatura cuando la vida nacional gana a los escritores".

Los ejemplos estaban a la vista, tentadores en los escaparates de las librerías: digamos que el articulista pensaba en las novelas recién traducidas de Sinclair Lewis y John Dos Passos, las de Fedor Gladkov o Isaak Babel, y en Sin novedad en el frente, de Remarque, que acababa de ser el éxito mayor de 1930 (la adaptación cinematográfica de Lewis Milestone se estrenó en España en abril de 1931). En cierto modo, la historia se repetía, como suele... Casi cien años antes, en 1836, el soñado horizonte europeo de un español era Francia. Y las letras francesas eran entonces Victor Hugo y Balzac. Y un joven de menos de treinta años, Mariano José de Larra, sabía también que si la nueva literatura alemana e inglesa era hija lejana del triunfo de la Reforma y la libertad religiosa, en Francia lo era de "un siglo de escritores filósofos, propagadores del germen de una revolución en las ideas que debía ser sangrienta, porque no la hacía allí la predicación sino la violencia". Mientras que en España, tras un siglo renovador pero pacato, como fue nuestro XVIII, seguíamos "sin saber si tendríamos una literatura por fin nuestra", y esto "en momentos en que el progreso intelectual, rompiendo en todas partes antiguas cadenas, desgastando tradiciones caducas y derribando ídolos, proclama en el mundo la libertad moral, al par de la física, porque una no puede existir sin la otra". ¿Clasicismo o romanticismo? Ante la pregunta del día, la respuesta de Larra quiso superar el dilema: queremos "una literatura hija de la experiencia y de la historia y faro, por tanto, del porvenir, estudiosa, analizadora, filosófica, profunda, diciéndolo todo en prosa, en verso, al alcance de la multitud, ignorante aún". Y "sin más regla que la verdad misma, sin más maestro que la naturaleza, joven, en fin, como la España que constituimos" ('Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra', El Español, enero de 1836).

El empeño de Larra tardó en tener efectos. Por supuesto, la poesía legendaria, las novelas a lo Walter Scott, los dramas históricos campanudos, no constituyeron la esperada nacionalización de la literatura y, a partir de 1843, destilaron moralina y cursilería. La literatura nacional llegó sólo después de 1868 -como dijo Clarín- y Benito Pérez Galdós, que leyó muy bien a Larra, fue su adalid principal. El sueño y la exigencia de Salazar Chapela sí tuvieron, en cambio, una respuesta inmediata porque, si algo significó la República Española, fue un vigoroso movimiento de Cultura de Estado. Que venía de impulsos cercanos, por cierto... La República hizo suya la conciencia pedagógica que había traído la Institución Libre de Enseñanza y que se había desplegado a favor de los contados momentos de sincera política liberal en la España de Alfonso XIII: la benemérita Junta para Ampliación de Estudios cumple este año su centenario, la Residencia de Estudiantes y la paralela Residencia de Señoritas lo harán pronto, en 2010; el Instituto-Escuela llegó en 1918... Y en su primer bienio legislativo el nuevo gobierno acertó a poner en decretos de la Gaceta de Madrid algunas cosas que faltaban: creó las Misiones Pedagógicas en mayo de 1931, al poco de llegar a la cartera de Instrucción Pública Fernando de los Ríos, y la Universidad Internacional de Santander, un año después, en agosto de 1932. Y un montón de escuelas rurales y de institutos de Segunda Enseñanza donde no los había, en aquellos lugares y lugarejos que había recorrido la excelente prosa de Luis Bello en los tomitos de su memorable Viaje por las escuelas de España.

Si me dan a elegir, con esa ejecutoria me quedo. La literatura de la República no mejoró la que ya había, pero aquella siembra de entusiasmo, pedagogía y laicismo prometía un mejor futuro. Y lo supieron muy bien sus enemigos. Frente al nacionalismo estatalista republicano había otro, tenaz y vetusto, que precedió a la República y la sobrevivió, tras derrotarla y perseguirla, y que todavía alienta en nuestra nuca... La España constantiniana, creación de los reaccionarios españoles del XIX (siempre a imitación de fuentes francesas, por cierto), se enfrentó pronto a la España nueva: lo escenificó muy bien el estreno de la adaptación de A. M. D. G., de Ramón Pérez de Ayala, en el Teatro Beatriz, silbada ferozmente por los ex alumnos del colegio jesuita de Areneros en mayo de 1931, y justo dos años después, la première de El divino impaciente, de José María Pemán, abucheada por las izquierdas en el mismo coliseo. Ése fue el clima en que surgieron las feroces caricaturas de los prohombres republicanos: el monstruo Azaña, feo, rencoroso y homosexual; Indalecio Prieto, inculto, tragaldabas y blasfemo; Fernando de los Ríos, judío e ignorante... Y todos, masones y enchufistas. Y de ese clima vino el odio a las instituciones que desaparecerían como víctimas de la gran venganza de 1939.

Las tenían ya señaladas... El in

ventor del fascismo español, Ernesto Giménez Caballero, en un artículo del diario Informaciones, en 1935, había hablado de "el barrio laico" de Madrid para referirse a lo que consideraba el "Alcázar de la segunda República Española" y la cifra de su espíritu reformador: en el espacio de unas hectáreas, al norte de la capital, se agrupaban la veterana sede de la Institución Libre de Enseñanza y, casi enfrente, la Casa-Museo de Sorolla, inaugurada por la República en 1932; en las calles de Miguel Ángel y Fortuny, la Residencia de Señoritas y el Colegio Internacional (sede además del feminista Lyceum Club); al otro lado de la Castellana, en los altos del Hipódromo, se alzaba la Residencia de Estudiantes, el nuevo instituto-escuela y el Museo de Ciencias Naturales. Y poco más allá, se comenzaban a erigir -en un proyecto que se debe a Indalecio Prieto- las moles de los Nuevos Ministerios.

Giménez Caballero sabía muy bien dónde estaba el enemigo... Setenta y seis años después, esos mismos edificios, todavía indemnes, siguen siendo un motivo de reflexión para quienes crean en un país limpio, abierto, despejado de leyendas sombrías que invitan a seguir matando y muriendo por quimeras. La faz risueña de la pedagogía y la faz meditativa de una España laica nos invitan a una peregrinación -secular, por supuesto...- a nuestras fuentes. Abril es buen momento.

María Zambrano (centro) y Luis Cernuda (a su izquierda), en Alcolea del Tajo (Toledo), en una iniciativa de las Misiones Pedagógicas de la II República.
María Zambrano (centro) y Luis Cernuda (a su izquierda), en Alcolea del Tajo (Toledo), en una iniciativa de las Misiones Pedagógicas de la II República.IMAGEN CEDIDA POR LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

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