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Columna
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La ciudad pintada

No estuve en la manifestación de las víctimas del metro, pero periodistas ya con cierto grado de veteranía venían de ella estremeciéndose ante tanto dolor. Ese día alguien nos hacía llegar la foto de un cartel electoral colocado en la estación de Ángel Guimerá. Es un plano medio del president de la Generalitat, sonriente pero herido porque en su ancha frente alguien ha picado un boquete y garabateado un insulto. El remitente disculpa la injuria al comentar que ese es el peligro de poner la cara al alcance de tanta gente, y añade que ha oído decir a algún transeúnte que "ya era hora de que Camps bajara al metro".

Se nos acaba de ofrecer un balance de legislatura: quienes mandan aseguran haberlo hecho todo bien y quienes esperan gobernar que confían en que ésta sea una campaña limpia. Pero es sabido que ambas cuestiones entran en el terreno de la utopía y la ensoñación.

Desde el principio de los tiempos democráticos los reclamos de voto parecen haber nacido para ser arrancados, censurados, mancillados con toda clase de epítetos, y adornados los candidatos con adminículos como cuernos, colmillos de vampiro, barbas y bigotes...

Pero entre campaña y campaña a veces encontramos paredes con expresión humana: herederas directas de aquellas inscripciones que brotaron en París en mayo del 68, suelen ser el aspecto más visible del acto de tomar la palabra por parte de los jóvenes y los excluidos.

No obstante, la modalidad que más prolifera son los grafitti continuadores del fenómeno de las "firmas" en el Metro de Nueva York. Últimamente incluso adoptados por la Universidad (Poliniza) o mercantilizados, hechos por encargo de comerciantes o enamorados: Carmen, te amo, grita uno desde el nuevo cauce del Turia. Más decorativos y menos protestones que la pintada sociopolítica, en estilo pompa, o salvaje, o bloque, componen una jungla gráfica de arabescos ininteligibles en la que incluso simpatizantes como Petrucci registran degradación y ausencia de ingenio. Los estudiosos ya analizan lo que Italo Calvino llama invasión de la escritura "desde abajo", caracterizada por una voluntad antiestética. En general, el escritor no comparte el amor a este tipo de "ciudad escrita" y atribuye a gran parte de tanto estrépito garabateado "una informe y fatigada arrogancia". Porque "estas palabras te son impuestas sin escapatoria posible... y todo se pierde en el estruendo del bombardeo neuro-ideológico a que son sometidos nuestros cerebros de la mañana a la noche". El rechazo, matiza, no vale para las inscripciones de protesta en régimen de opresión, porque en él domina la ausencia de la palabra libre. También acepta al escribiente clandestino de una frase ingeniosa (que inspire reflexión) o con valor intelectual o artístico.

Pero qué pensaría el autor de El barón rampante si paseara ahora por nuestras urbes, por nuestros degradados centros históricos, a los que sólo se aplica la brocha para censurar una crítica, una caricatura de la autoridad que quizá no alcanza en atrevimiento a falla más benévola. Creo que le habría gustado el corazón del barrio del Cabanyal atravesado por la espada de la especulación. O la sencilla línea que representa un caco cargando con el saco del dinero. O las que protestan porque los mensajes sean sepultados bajo una capa de color rata: "Vuestros sueños sí que son grises" o Teniu l'enteniment gris. Pintem Junts es una experiencia que ha llevado al barrio del Carmen de Valencia trazos y poemas, pronto hechos desaparecer. "Tenemos las razones, tenemos los colores", "¡Corre Momo, los hombres grises vienen a buscarnos!".

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Así, los poderes constituidos se vengan de los pintadores espontáneos haciendo tabla rasa de sus creaciones, más o menos artísticas. "Santa Rita Rita, lo que se pinta no se quita", le reprochan a la alcaldesa.

"Las paredes mudas como en la dictadura", dice otra pintada. Pero no estamos en dictadura, sino en democracia. O al menos eso dice esta convocatoria a las urnas que ha llenado calles y estaciones de un Metro defectuoso de caretos, proclamas y promesas. Pero además de votar, ¿dónde pueden decir la suya los disidentes? ¿En Canal 9, tal vez?

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