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La provincia pierde peso económico en Canadá

La ruptura del eje federalismo-soberanismo, sobre el que ha pivotado la política de Quebec durante las cuatro últimas décadas, abre el campo ideológico y político a un nuevo espacio y libera a la sociedad de la permanente necesidad de definirse por exclusión. La división a tres bandas en el terreno identitario siempre será menos acusada que la fractura en dos mitades convenidas; de la misma manera que los colores de las hasta ahora únicas grandes formaciones, el azul, del Partido Liberal (PLQ), y el verde, del Partido Quebequés (PQ), van a perder intensidad y omnipresencia, a favor de un color distinto, el de Acción Democrática de Quebec (ADQ), mezcla resultante de los anteriores.

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Es como si los electores hubieran dictado que la bipolarización política había alcanzado el grado de saturación y esterilidad permisible, como si buena parte de la población se declarara harta del juego de las dos opciones. Han tergiversado tanto el destino de la nación que parecen haberse olvidado de nosotros, de la nación existente, han dicho los votantes. El mensaje en el terreno de la identidad política es que la gran desgracia no sería la ruptura con Canadá, sino la ruptura misma de la sociedad.

El éxito de Mario Dumont no se explica sin esa voluntad de castigar la sempiterna dicotomía del oui y el non referendario recreada por los partidos que se han alternado en el poder. No se explica sin la intención de deshacerse del corsé de la eterna discusión que ha malgastado demasiadas energías y producido efectos paralizantes a la hora de abordar otros problemas. Porque la realidad es que la Bella Provincia, que cuenta con Bombardier, el tercer fabricante aeronáutico, grupos del prestigio del Cirque du Soleil y figuras de la canción como Céline Dion, ha ido perdiendo peso económico, brillo e influencia en el conjunto de Canadá.

Encuestas recientes ya indicaban que el 35% de los quebequeses rechazaba autodefinirse en los términos soberanista-federalista. Son ellos los que han abandonado el redil de las pertenencias grupales y se han dado un poco de oxígeno con que renovar una atmósfera política y social densa y viciada.

Animados por este propósito, han hecho oídos sordos a aquellos que, como el propio primer ministro Jean Charest y el líder independentista André Boisclair, les han salido al paso, camino ya de las urnas, agitando el espantajo de que un Gobierno de minoría debilitaría la posición de Quebec ante el Gobierno federal canadiense.

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