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Una ciudad de 'sostre baix'

Es gratificante y esperanzador ver que, por fin, un buen sector de nuestra sociedad -entidades económicas y culturales, directivos de grandes empresas, personajes muy influyentes, el bo i millor de nuestra estabilidad económica- se ha pronunciado colectivamente y a puertas abiertas sobre un problema que afecta muy a fondo al tejido social y económico de toda la nación: el aeropuerto de El Prat. Es un hecho tan poco frecuente que el escenario de la manifestación se tuvo que organizar sin modelos precedentes, distinto de las concentraciones populares a las que estábamos acostumbrados.

La reunión en IESE tuvo un empaque académico, muy distinto de lo que recordamos de las reuniones sindicales, las manifestaciones políticas callejeras, sean de derecha o de izquierda, las protestas estudiantiles, las exigencias vecinales. El suntuoso local con toda su historia de docencia elitista y el tono de los insignes ponentes ya marcaban un escenario apto para un público conservador y consciente de su relevancia cívica. Pero lo más determinante de la escena fue su despolitización, requerida previamente por las mismas entidades convocantes. No había ninguna representación de los partidos ni nadie hizo la menor alusión al fondo político del problema. Fue, seguramente, un acierto -un acto de buen seny sin atisbos de rauxa- para facilitar así el consenso que el acto requería. Quizá, pues, ese apoliticismo ha sido una buena táctica para conseguir influencias, presión y diálogo con menos interferencias partidistas. Pero sólo es una buena táctica si no se convierte en una mala estrategia: actuar como si ese tema -y muchos otros tan importantes pero, así mismo, concretos- se pudiesen resolver a medio plazo sin la participación esencial y definitiva de la política.

Últimamente, después de tantas frustraciones, parece que los catalanes nos tenemos que contentar reclamando sólo temas concretos e intentar resolverlos alejándonos de los que no los resolvieron con una acción política general, es decir, con el logro de un Estatuto más eficiente. Hay que recordar que el aeropuerto de El Prat fue uno de los temas más debatidos en las últimas discusiones sobre los recortes del Estatut. Y salió mal. Y se nos justificó la mala gestión diciendo que era un tema que ya se resolvería después por sí solo, cuando amainaran los rencores de grupo y las reclamaciones identitarias. Y en el referéndum sólo un partido reclamó el voto en contra, por considerar el Estatuto insuficiente y, en definitiva, una barrera a la solución de temas tan importantes como el aeropuerto, las cercanías ferroviarias, la financiación autonómica, la defensa de la lengua, etcétera. Y me temo que entre la conspicua asistencia al acto de IESE había muy pocos que hubiesen votado negativamente por considerar el Estatuto insuficiente y, seguramente, bastantes más que lo hicieron por considerarlo excesivo y antiespañol. Por lo tanto, la despolitización en estos temas puede llevarnos a un callejón sin salida.

Una buena parte de nuestros problemas económicos, sociales y culturales sólo tienen solución a través de enfoques más generales, es decir, con la consecución de otro grado de autogobierno, tan condicionado como se quiera, pero más real que esa resquebrajada autonomía, siempre en proceso de recortes, cada vez que visita Madrid. Y eso sólo se alcanzará con una acción política unitaria en la que no sólo se tendrán que argumentar temas concretos como el aeropuerto, sino todo el aparato de las realidades nacionales -históricas, morales, identitarias- sin las cuales las decisiones concretas tendrían escaso soporte. Ya es muy buena noticia la creación de una comisión de seguimiento de esa reclamación ciudadana y la incorporación directa o indirecta del presidente de la Generalitat.

Es evidente, pues, que para que la política arranque y sea eficaz, es indispensable el apoyo de la sociedad, un apoyo como el que está ofreciendo el grupo que se reunió en IESE. Hay que recoger esa iniciativa como un síntoma de renovación de la conciencia nacional o, por lo menos, de la conciencia de una Barcelona que reclama derechos de capitalidad. Como dijo Mas Colell -en el único discurso que, por lo menos, sobreentendía alguna referencia política de reivindicación nacional- esta ciudad no quiere ser una ciudad de sostre baix. Y eso lo reclama la sociedad o, por lo menos, un sector que es muy potente y que tiene capacidad de influir, pero que, a pesar de ello, debe apoyarse en la política real. Y ese apoyo político se decide democráticamente en las elecciones, Para defender el aeropuerto hay que conseguir gobiernos que reclamen soberanías.

Después de la reunión de IESE, llegan las urnas. Y las posibles contradicciones entre clamor ciudadano y elección política son las que mantienen cierto pesimismo en términos generales y, especialmente, en el tema del aeropuerto. A pesar de eso, hay que expresar un afectuoso reconocimiento a la ciudadanía que ha salido en defensa de unos principios de justicia distributiva que sólo se pueden sustentar en una deseable justicia política.

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Oriol Bohigas es arquitecto.

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