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Tribuna:DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Tribuna
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El vecino de escalera como enemigo

Una pasión inútil

Gracias a los predicadores de la crispación va a ser imposible cambiar algunas palabras con el quiosquero o con la panadera, y menos mal que las cajeras del supermercado no están para esas bromas zaplanescas

Viviendo en un sexto es difícil no mantener algún conato de conversación inane con los vecinos de ascensor, que ahora no giran sobre las interminables reformas de las terrazas o las colas en el súper sino sobre De Juana Chaos. Cómo ese sujeto malcarado se ha colado en la rutina doméstica es uno de los misterios de la contaminación mediática, así que la abuela que acompaña a su nieta después de jugar en la terraza se convierte de pronto en una de esas arpías de la transición que perdían la vez en la cola del mercado para llevarse a casa un puñadito de acentos en lugar de la compra cuando la batalla de Valencia, pero ahora por un tema de apariencia zapateril que no veo cómo afecta a la nieta, a la abuela, al ascensor, a mí mismo cuando regreso por fin a casa y mi hija de ocho años me pregunta quién es De Juana Chaos. Nadie que te interese por ahora, cariño.

El poder y la gloria

Los conquistadores de la edad clásica construían ciudades singulares a la mayor gloria de sus hazañas por ver de perpetuar su nombre, pero entonces no había ecologistas dispuestos a constatar el presente ni a augurar males irremediables para el futuro. La Alejandría de nueva planta era más bien un sumidero en sus ramificaciones periféricas, aunque Córdoba contaba con iluminación callejera desde el siglo noveno de nuestra era. La novedad es que ahora se construyen ciudades en secarrales para celebrar el glorioso advenimiento del ladrillo y que los promotores, generosos ellos, advierten de que no conviene frenar esa exasperada explosión de creatividad porque de lo contrario aumentaría el paro, algo que no conviene a ningún político en vísperas electorales. La verdad es que no le conviene nunca.

Cuatro años

Las tropas de ocupación no han resuelto nunca nada a lo largo de la historiada historia de sus ocupaciones, salvo ser odiados por los ocupados, concitar el temor de todo el mundo decente y contribuir a esa clase de pesadilla cotidiana que acaba por volverse contra los ocupantes. La intervención en Irak estaba clara como el agua: se toma Bagdad, se ahorca a Sadam Husein, y aquí paz y después gloria, la gloria que proporciona el negocio de la guerra. Un negocio que ha costado ya más medio millón de muertos en cuatro años, y de motivaciones tan oscuras que la comunidad internacional, si todavía existe eso, debería llamar a capítulo a George Bush, Tony Blair y José María Aznar a fin de exigirles cumplida cuenta de sus certezas para iniciar una masacre a la que no se le ve el final. Siendo incontestable que la situación actual es bastante peor que la anterior, alguien debería rendir cuentas por esa inconmensurable chapuza. A fin de cuentas, tampoco Aznar, con su risa fracasada, se ha arrepentido de su colaboración en el crimen. Y sigue en libertad.

Medicina católica

Se supone que no hay una medicina católica y otra laica, o eso creía yo hasta que leí las declaraciones del arzobispo García-Gasco sobre su proyecto de facultad de Medicina en su Universidad Católica. Seguramente lo que quiere decir es que en esa facultad tratarán de enseñar a los futuros médicos una convicción católica en el ejercicio de su profesión, lo que basta para alarmar a los enfermos. No es que no me dejaría tratar por un médico católico, ya que no acostumbro a interesarme por la religión que profesan los doctores que me atienden, pero me mosquearía que antepusiera su creencia a cualquier otra consideración. Que el arzobispo se explaye con sus propios fantasmas asegurando que se trata de que sus médicos "sólo piensen en curar, nunca en matar" podría tomarse como una ofensa próxima a la injuria hacia el colectivo médico, y en cuanto a lo de la "auténtica dignidad de la medicina", ¿está seguro de que ningún médico de sus creencias se ha comportado nunca de manera indigna?

Barbaridad de Fallas

Lo peor de las Fallas no son los falleros, gentes por lo general apacible y festiva, sino la temible disposición de muchos miles de valencianos a pasárselo en grande (o así lo creen) a costa de lo que sea, aunque se trata de machacar al vecino de al lado al que, por lo demás, saludan cortésmente en cuanto concluye el periodo de abducción fallera. Ignoro por qué incordiar a los vecinos con petardos y otras alegrías tan peligrosas como molestas se convierten en índice de disfrute lúdico a fecha fija, y en ese contexto no es de extrañar que los jóvenes aprovechen para mostrar su destreza en el vandalismo público. Esa kale borroka a la valenciana carece de motivación política, pero sus consecuencias deberían merecer la atención de los políticos para que también en esos días reine la concordia.

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