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Europa cumple 50 años
Columna
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Alegato para políticos

Soledad Gallego-Díaz

Es imposible reflexionar sobre el futuro de España sin saber cómo va a evolucionar la Unión Europea en los próximos años. Igual que no se puede comprender nuestro pasado más reciente sin asociarlo al camino recorrido por la construcción europea en los últimos 20 años (¿qué nos habría pasado sin los fondos estructurales y de cohesión, sin el Acta Única o sin el euro?), no se puede plantear cómo nos irá dentro de otros 20 años sin saber qué senda toma la nueva UE.

Con la red europea podemos discutir sin temor de nacionalismos, de izquierda o de derecha, del papel del Estado o de nuestra incorporación al proceso de globalización. Sin ella, sin ese encuadre, esos debates, en España quizás más que en otros países de la Unión, estarían teñidos de una peligrosa inestabilidad y desequilibrio. España es un país mucho más consistente de lo que era gracias a su incorporación a la UE y lo será todavía más si el proceso de construcción europea, ahora casi congelado, consigue arrancar de nuevo, sin olvidar que se trata de un proyecto político y no técnico.

No se puede idear el futuro de España sin saber cómo evolucionará la UE
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Para qué sirve Europa

Es precisamente por eso por lo que resulta tan sorprendente comprobar la progresiva falta de interés que exhiben los ciudadanos de este país y, sobre todo, la falta de impulso y de implicación que demuestran sus políticos. Es desconcertante: ¡Es Europa, estúpidos!, podría gritarles cualquier político de hace 20 años, de derecha o de izquierda, con toda razón. Es Europa, el éxito de la UE a 27, la existencia de una Unión que siga construyendo, lo que realmente nos importa a los españoles, lo que garantizará nuestro futuro y nuestros intereses, por encima de cualquier otra opción.

Si Europa va mal, si la Unión Europea no es capaz de desenvolverse con su propia personalidad y con su propio proyecto ante los nuevos retos, si Europa, simplemente, se queda como está, los españoles saldremos perdiendo, quizás incluso un poco más que los otros europeos porque somos un país de tamaño intermedio que no puede imponer criterios pero tampoco someterse tranquilamente a los de otros.

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En los años sesenta, la entente franco-alemana fue la demostración palpable del éxito de la Comunidad Europea. Varios siglos de luchas y, sobre todo, dos guerras terribles fueron superadas a una increíble velocidad, gracias al empeño de un grupo de políticos que tenían, por encima de todo, una voluntad férrea de asegurar el futuro pacífico de sus hijos y nietos. En los años ochenta, fueron España (e Irlanda) quienes tomaron el relevo para convertirse en la demostración palpable de que esos mismos mecanismos europeos eran lo suficientemente solidarios y eficaces como para llevar en volandas a dos países con graves problemas de desarrollo a la parrilla de salida de los fórmula uno. Europa estaba tan orgullosa de su éxito y los nuevos miembros tan satisfechos de su empuje que fue posible dar nuevos pasos: Maastricht y la creación de una moneda única. Ahora, en la primera década de los 2000, han tomado el relevo países como Polonia, Chequia o Eslovaquia. Parten de circunstancias muy diferentes porque son, como afirma Lluís Bassets, auténticos eurocínicos. Pero de su éxito depende de nuevo todo el tinglado. Si prosperan, si Polonia, Chequia o Bulgaria llegan como llegaron España o Irlanda a la parrilla de salida, la Unión será casi indestructible.

Las fórmulas del éxito habrán sido todo lo extrañas que se quiera, pero ese raro proceso, en permanente tensión, habrá sido el camino más extraordinario de la historia de la humanidad para garantizar el bienestar y el desarrollo pacífico y solidario de 495 millones de habitantes, 495 millones de individuos divididos en multitud de lenguas, razas, creencias, culturas y costumbres. Incluidos varios millones de inmigrantes. Ese proceso de pequeños pasos y empujones habrá definido un way of life propio, una manera de vivir "a la europea" basada en el "heroísmo de la razón" y en la fuerza transformadora del derecho, como querían sus fundadores.

Si la Europa de los 27 continua unida será porque se terminan imponiendo férreos criterios políticos por encima de las opiniones de los expertos. Igual que proponía Jean Monnet en los años cuarenta. "Dejemos de lado a los técnicos, que complican más las cosas y se resisten a los cambios". Acudamos a los políticos. Ahora quizás habría que pedirles, como reclama el eurodiputado Íñigo Méndez de Vigo, que promuevan un Alegato por Europa, "la única respuesta posible frente a lo que va a ocurrir en el siglo XXI".

De izquierda a derecha: Jacques Chirac, Angela Merkel y el primer ministro polaco Lech Kaczynski.
De izquierda a derecha: Jacques Chirac, Angela Merkel y el primer ministro polaco Lech Kaczynski.ASSOCIATED PRESS

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