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"La tribu de Goebbels"

"Los españoles de la derecha resultaron ser escandalosamente malos perdedores". Esta frase fue publicada en EE UU en 1954. No podía referirse, pues, a la conducta seguida por el PP desde el 14-M. La escribió el periodista Claude G. Bowers en su libro Misión en España. 1933-1939. Aludía a la reacción de los perdedores en las urnas de febrero de 1936. Tal misión fue de carácter diplomático. Bowers ejerció de embajador en Madrid del Gobierno de Estados Unidos, presidido en aquella época por Franklin D. Roosevelt. Abundaban en ese periodo de prolegómenos bélicos los demagogos pertenecientes a lo que el autor denomina con acierto "la tribu de Goebbels". Esa "tribu", por cierto, ha reaparecido desde hace años y se dedica a propagar -con resonante potencia- patrañas y falsedades de todo género.

Cataluña, una vez más, es el chivo expiatorio del nacionalismo español excluyente

Por desgracia, la derecha española ha vuelto a evidenciar su incapacidad -no se sabe si congénita- para asumir la derrota. La observación de Bowers ha resultado, siete décadas más tarde, profética. Sólo cabe interpretar el comportamiento general de los conservadores desde la desesperación de cuantos se consideran injustamente vencidos y se disponen a recuperar el poder a cualquier precio, aun con grave riesgo de la convivencia democrática. Cultivan con tesón el bosque de las catástrofes. Han hecho del catastrofismo su principal reclamo propagandístico. España se rompe, el Estado de Derecho se hunde, el Gobierno es débil y se halla rendido a los enemigos seculares de la Patria.

Asistimos a la provocación cotidiana por parte de ciertos "profetas de calamidades", como despectivamente calificó Roncalli, en su discurso de apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, a los sembradores de catástrofes frente al catálogo de reformas que, a juicio del inolvidable Juan XXII, necesitaba la Iglesia católica. Recrea ese histórico episodio el teólogo maldito Hans Küng en su libro Libertad conquistada (2003). Añade otras lúcidas reflexiones de Roncalli acerca de esa clase de profetas que "desde el pasado más reciente hasta el presente sólo saben ver inconvenientes y errores" y "no anuncian más que desgracias como si la desaparición del mundo estuviera al llegar".

Los intentos reformistas de José Luis Rodríguez Zapatero han chocado contra los infatigables propagadores de "inconvenientes y errores", reforzados por el anuncio reiterado de que si no el mundo, al menos sí España, estaba o está a un paso de su "desaparición". Nada más falso y, no obstante, más repetido. Cualquier pretexto imaginario ha sido utilizado por todos aquellos obsesionados con rescatar el Gobierno cuanto antes y como sea.

Cuando daba la impresión de que, tras la estruendosa tormenta del Estatuto catalán, había remitido tan exuberante y atronador aparato eléctrico y había vuelto, en este delicado asunto, la tranquilidad tanto a Cataluña como al resto de España -aunque algunos sectores fundamentalistas mantengan vivo el fuego sagrado del rencor-, los meteorólogos más solventes pronostican el posible retorno, aún sin fecha fija, de temibles tempestades. Los primeros síntomas de que se avecinan peligrosos fenómenos climatológicos se han registrado en la sede del Tribunal Constitucional, como es sabido. La maniobra de acoso y derribo del magistrado Pérez Tremps no fue inocente. Conseguido el objetivo, que cabe calificar de pucherazo, el PP puede alcanzar su propósito: liquidar de facto el Estatuto de 2006 gracias a turbias operaciones judiciales. Lo que no logró con los votos, esta derecha que no sabe perder, pretende conseguirlo con las togas. Con algunas togas.

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Sobran indicios que permiten vaticinar un final infausto para el Estatuto cuya tramitación tanto odio y tanta ira provocó. Precisamente en estos momentos en los que el cava catalán ha superado el boicot de los fanáticos y ha batido su récord de ventas en España -circunstancia no banal; metáfora muy ilustrativa-, se vislumbra el regreso a una "ciega política de inercia centralista", según el criterio de Josep Lluís Carod Rovira. "Corremos el peligro de que el pacto con España se rompa", añadió el líder de ERC. El problema radica en que se trata de una estrategia deliberada, puesta al servicio del asalto neocon made in Spain al Gobierno. Del mismo modo que los conservadores vienen instrumentalizando el terrorismo de ETA y lo emplean como arma arrojadiza contra Zapatero, confían también en el efecto Estatuto como otro eficaz desestabilizador. Se oirán, si eso ocurre, cosas como éstas: "¡Váyase, señor Zapatero. Teníamos razón. El Estatuto era inconstitucional y pretendía de forma encubierta quebrar España. Usted ha encendido la hoguera en Cataluña. Es usted un irresponsable. Váyase!".

Cataluña, una vez más, chivo expiatorio del nacionalismo español excluyente. "Como sea verdad eso de que Cataluña se ha declarado independiente, tengo ya formado el propósito: en cuanto termine mi misión en Sevilla, pediré al Gobierno que se forme que me nombre jefe de la fuerza que vaya a Cataluña para someterla. "¡Qué satisfacción voy a tener poniéndole a la calle principal de Barcelona, la de las Cortes, el nombre del general Espartero", vociferaba el general Queipo de Llano en sus estremecedoras charlas del verano de 1936, tal como narra el libro de Ian Gibson, dedicado al sanguinario virrey de Sevilla. Adviértase que el liberal general Espartero fue quien ordenó en 1842 bombardear Barcelona.

"El sector ha vuelto a la normalidad", ha dicho con satisfacción lógica Gustau García-Guillamet, presidente del Consejo Regulador del Cava. Exactamente lo mismo cabe decir del nuevo Gobierno tripartito que preside José Montilla. Cataluña parece haber restaurado el seny como referente en el ámbito de su gestión. Pero el recurso de súplica presentado por la Generalitat ante el Constitucional contra el veto a Pérez Tremps no sólo no ha prosperado, sino que todos los magistrados -incluidos los cinco que se opusieron en su momento a la recusación- han cerrado filas. ¿Prefieren algunos que Cataluña regrese a la rauxa que condujo al 6 de octubre de 1934 y que tan perjudicial fue para todos?

Entonces, el Gobierno Lerroux/Gil-Robles, con el apoyo de la derecha catalana encabezada por Francesc Cambó, había denunciado ante el Tribunal de Garantías Constitucionales la ley de Contractes de Conreu -norma no identitaria, sino contraria a los intereses de los terratenientes catalanes-, que fue derogada tras haber sido aprobada en el Parlamento autonómico. Un "político tan ponderado" como Lluís Nicolau d'Olwer -subraya el historiador Borja de Riquer en El último Cambó. 1936-1947- no dudó en resaltar la existencia en ese tiempo de "una campaña insensata y anticatalana", de la que la Lliga fue cómplice. ¿Hasta dónde quieren llegar los profesionales de la insensatez, jaleados y hasta dirigidos por "la tribu de Goebbels"?

Enric Sopena es director del diario digital elplural.com.

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