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El futuro de Batasuna
Columna
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Volver a empezar

Josep Ramoneda

Decía John Gray en Barcelona que a finales del siglo XX el impulso utópico que tradicionalmente había estado en manos de la izquierda se trasladó a la derecha. Los resultados, añadía, han sido igual de catastróficos: por ejemplo, la guerra de Irak. Una de las características del utopismo es la simplificación tanto en el análisis de la realidad como en las propuestas de acción política. El mundo es un juego de buenos y malos y la gran promesa sólo se alcanza el día que los buenos han acabado con los malos. En el sofisticado siglo XXI -tecnológicamente hablando- este discurso sigue más vigente que nunca. Con lo cual es perfectamente justificado interrogarse sobre el sentido de la idea de progreso.

El utopismo está hoy instalado en la Administración de Bush. Y una de sus simplificaciones ha sido el análisis y diseño de la lucha antiterrorista. Toda ella está fundada sobre una idea infantil: todos los terrorismos son iguales y todo lo que se resiste a la revolución conservadora tiene que ver con el terrorismo. A esta simplificación corresponde la actitud de Aznar, inasequible al desaliento, que, cuatro años después de la ocupación, parece no haberse enterado de que Irak ha derivado hacia la guerra civil y sigue defendiendo la intervención anglo-americana en clave de lucha contra el terrorismo. A esta simplificación se agarra el PP para mantener vivo el último hilo de la creencia en la teoría de la conspiración con relación al 11-M: si todos los terrorismos son iguales es imposible que en un país -en este caso España- se pueda cometer un atentado terrorista de envergadura sin la intervención, en un momento u otro del proceso, del grupo terrorista hegemónico en la zona, ETA, por supuesto.

El cuarto aniversario de la guerra de Irak ha vuelto a poner sobre la mesa el tema maldito de la derecha: la decisión de Aznar, al servicio de Bush, de meter a España en una guerra absurda e innecesaria. El PSOE lo vive con alivio, porque sabe que es el pozo negro del PP y porque le ha ayudado a romper la monotonía de una agenda dominada por la cuestión vasca. "Irak nunca nos dará ningún beneficio, luego deberíamos evitarlo"; con esta consigna -que dice mucho del sentido de la responsabilidad de un partido- el PP ha tratado de pasar la página de la guerra como si fuera algo del pasado. Cuatro años después, los efectos de aquella intervención han convertido a Irak en el principal problema mundial. No hay maquinaria de comunicación, por buena que sea, que pueda impedir que se hable de ello. Aznar lo sabía. Y ha apretado un poco más la soga en el cuello de Rajoy. Puesto que hablar de Irak era inevitable, Aznar ha aprovechado la oportunidad para recordar quién manda en la derecha española y cuáles son los tabúes que no se pueden tocar. Justo en el momento en que se empezaba a oír alguna disonancia sobre la guerra en el PP -hay que ser muy cínico, muy cegado por la fe, o muy sumiso para negar un fracaso tan evidente-, llegó el comandante y mandó a parar.

Si toda la estrategia del PP pasaba por olvidar la guerra, el jefe Aznar ha dejado claro que la guerra no se olvida. Se la defiende. Un gesto inoportuno, dicen algunos. Más bien creo que es una maniobra perfectamente oportuna: Aznar deja claro con ella que la dirección del PP no tiene licencia para moverse, al tiempo que da motivos a los que quieren entender que el equipo Rajoy está amortizado y que Aznar ya piensa en otra dirección.

Después de dos años de confrontación y manifestaciones permanentes, no hay una sola encuesta que demuestre que el PP ha roto los equilibrios electorales a su favor. ¿Es ésta una buena estrategia? Sin embargo, ya están pensando en la nueva manifestación: esta vez contra la presencia de Batasuna en las elecciones. Después de la guerra preventiva, la política preventiva. El momento de máximo goce callejero del PP ha coincidido con el retorno a las portadas de la guerra de Irak, como si volviéramos al callejón de salida de la carrera. El retorno de Aznar es una metáfora de la situación del PP. Después de tanto dispendio de energía contestataria, está donde estaba cuando perdió el poder. O sea, a punto de volver a empezar. Eso ocurre cuando los árboles del doctrinarismo utópico no dejan ver la complejidad del bosque de la realidad social.

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