_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fiscal fiscalizado

Pese al apoyo firme que le renovó ayer George W. Bush, su jefe, el fiscal general de Estados Unidos, Alberto Gonzales, debería dimitir antes de que el Congreso de mayoría demócrata haga más insostenible su situación tras las nuevas revelaciones sobre la destitución de ocho fiscales federales por el Departamento de Justicia, a finales del pasado año. El caso de Gonzales, nada excepcional en el entorno del declinante presidente de EE UU, es el de alguien que no sabe distinguir entre su lealtad a quien le ha nombrado, convertida ésta en pura apología presidencial, y sus obligaciones como ministro de Justicia de EE UU al servicio de todos los ciudadanos.

Los fiscales federales representan al Gobierno en los tribunales de distrito y son de nombramento presidencial. Como tales, pueden ser destituidos en cualquier momento, y así lo hicieron masivamente en su día Reagan, Clinton y el propio Bush. Pero lo que tiene una razonable explicación en términos de confianza política -un fiscal, por ejemplo, no puede sabotear las líneas maestras del Gobierno que le designa- se pervierte si el argumento utilizado para prescindir de sus servicios es puramente partidista, como es el caso. Gonzales se deshizo de los ocho fiscales no porque torpedeasen la política de la Casa Blanca o porque fueran incompetentes -que era justamente lo contrario, aunque ésa fuera la excusa oficial-, sino por su tibieza en el seguimiento de sus inadmisibles consignas y para sustituirlos por otros tantos acólitos.

El fiscal general ha demostrado desde que llegó al cargo en 2005 un manifiesto desprecio por la ley. A Gonzales se le deben, entre otras aportaciones, teorías surrealistas sobre el derecho de tortura a los detenidos acusados de terrorismo; o justificaciones de la anticonstitucional vigilancia masiva de los ciudadanos estadounidenses a través de la interceptación de sus llamadas telefónicas y sus comunicaciones por Internet. Al escándalo de los fiscales despedidos se suman violaciones por parte del FBI de las libertades civiles. El conjunto de su actuación más reciente ha hecho de Gonzales un pasto fácil de la oposición demócrata, que planea para él un vía crucis en el Congreso si no se marcha antes.

Es difícil superar a Gonzales a la hora de actuar como la voz de su amo Bush, que le nombró y del que fue abogado de cabecera cuando era gobernador de Tejas. De ahí que no sea nada rara ni inesperada la reafirmación ayer de su respaldo. Pero el presidente de EE UU debería ser el primero en valorar que no es mejor fiscal general quien más ciegamente se pliega a los deseos de quien le ha elegido, sino justamente aquel que más alto coloca la causa de la justicia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_