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Columna
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Todos a Berlín

El próximo domingo está fijada la cita en Berlín para conmemorar el 50 aniversario de los Tratados de Roma que, suscritos por Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, dieron origen a lo que ahora llamamos la Unión Europea. La canciller de Alemania, Angela Merkel, presidenta de turno de la UE, prepara una declaración a suscribir ese día por todos los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 países miembros. Su propósito es iniciar el rescate sustantivo de la Constitución, ahora varada por el voto negativo de franceses y holandeses, para romper el actual bloqueo institucional de la Unión que resulta improrrogable.

A los españoles del Gobierno, de la oposición, de la empresa, de los sindicatos, de las universidades, de la investigación básica o aplicada, del periodismo, de la siderurgia, de la construcción, de la banca o de las nuevas tecnologías nos convendría apostar por Berlín con todo conocimiento y determinación. Pero corremos el riesgo de que la convocatoria berlinesa pase inadvertida y quede anegada hasta su completa invisibilidad, inundados como estamos por otros asuntos, esos que con periodicidad sabatina nos arrastran por las calles para mejorar nuestro entrenamiento en el antagonismo y el odio. Una cizaña a cuya siembra se aplican con tan admirable denuedo los obispos de nuestra Conferencia, una vez acordadas sus mejoras de financiación, empezando por los cardenales de Toledo y Madrid y terminando ahora mismo por el ordinario de la diócesis de Huesca-Jaca.

Estos 50 años que para nosotros son 20, los que se han cumplido desde nuestra adhesión el 1 de enero de 1986. Entonces, España y Portugal fueron recibidos con muchos recelos. Mucho antes habíamos cumplido nuestros deberes políticos, recuperado las libertades civiles, establecido las instituciones democráticas y normalizado los procesos electorales. La senda de la transición fue convulsa para quienes la vivieron porque ni el espíritu de reconciliación ni la ausencia de cualquier asomo de revancha ahorraron los embates terroristas y golpistas. Pero enseguida fue adoptada como inspiración y modelo en muchos otros países que andaban empeñados en salir de regímenes dictatoriales para instalarse en la democracia.

Como ha escrito un buen amigo periodista, el caso es que los españoles se implicaron enseguida en las tareas europeas con un fervor inesperado por los veteranos euroescépticos. Frente al cheque por cheque de la primera ministra británica, Margarita Thatcher, obsesionada con recuperar el suyo, el presidente del Gobierno español, Felipe González, prefería hacer planteamientos europeos en los que encontraran soluciones favorables los problemas de nuestro país. Ese esquema permitía en Edimburgo en 1992 la puesta en marcha de los fondos de cohesión, que tanto nos han beneficiado, lanzaba el nuevo capítulo de la ciudadanía europea y nos permitía encontrar un ámbito de cooperación de máxima relevancia para la lucha contra la banda terrorista ETA mediante la comunitarización de las políticas de Justicia e Interior.

Mientras, se internacionalizaban las empresas, atraíamos la inversión extranjera, nos lanzábamos a invertir fuera sin limitarnos a Iberoamérica, nos embarcábamos en los proyectos más ambiciosos en el área de la Política Exterior y de la Defensa y nos sumábamos a la Fuerza de Intervención Rápida o al Eurocuerpo o a las empresas aeronáuticas para competir en la aviación comercial con el Airbus o en la militar con el Eurofighter o el Eurocopter. Eramos fundadores del euro -el 1 de enero de 2001-, que nos obligaba a una cesión de soberanía que recuperábamos incrementada, como se demostró con nuestra capacidad para retirar las tropas de Irak.

Ahora en Berlín se trata de reafirmar los valores y objetivos que son la base de la UE y de hacer frente a los tres desafíos pendientes: acercar a los ciudadanos a los propósitos e instituciones de la Unión; organizar la Europa política y desarrollar la UE como un factor de estabilidad en un nuevo mundo multipolar. La solución que se busca pasa por confirmar que el Tratado Constitucional en fase de reexamen contiene los ingredientes esenciales para la reforma necesaria: el voto por doble mayoría de países y de electores, la coordinación y el refuerzo del liderazgo, como subraya la declaración suscrita por Friends of Europe que han preparado Keith Richardson y Robert Cox. Atentos.

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