Falta de médicos
El Ministerio de Sanidad ha cifrado en 3.000 el déficit de médicos especialistas en España. Sólo en Madrid, y según fuentes de la Dirección General de Recursos Humanos, se estima en 1.000. Teniendo en cuenta que la formación de un médico dura como mínimo 10 años (para trabajar en la sanidad pública no sólo hay que ser médico, sino también especialista), la cascada de jubilaciones que se avecinan, las medidas previstas para favorecer la conciliación de vida familiar y laboral, que también afectan a los médicos y de forma especial en una profesión cada vez más feminizada, y el previsible aumento de la población, probablemente estas cifras aumentarán en un futuro inmediato.
Esta verdadera descapitalización de profesionales es, sin duda, uno de los mayores peligros que amenazan actualmente a la sanidad pública, que, a pesar de sus deficiencias, es un servicio público que globalmente se presta en condiciones de alta calidad y que es mayoritariamente apreciado y reconocido por los ciudadanos, como lo demuestran las encuestas de opinión entre los usuarios y, a título más anecdótico, las cartas que a menudo llegan a la prensa reconociendo la labor de los profesionales que suplen en bastantes ocasiones con su esfuerzo carencias que son responsabilidad de las administraciones.
En las facultades de Medicina españolas se mantienen desde hace una década restricciones incomprensibles al acceso de alumnos, de forma que excelentes estudiantes con puntuaciones medias, incluso superiores a 8, no pueden acceder a estos estudios, a la par que las malas condiciones laborales de la sanidad pública han provocado el éxodo de profesionales a países del extranjero o a la sanidad privada. Una de las soluciones propuestas para paliar esta falta de especialistas es la homologación de profesionales de otros países, que si bien se hará con los requisitos previstos para ello, habrá de ser complementada, sin duda, con una formación específica que adecue la práctica de estos profesionales a la forma de trabajar y a las necesidades concretas de nuestro país.
Querría llamar la atención sobre la paradoja que representa que el mismo sistema que provoca la salida de profesionales excelentemente cualificados y rechaza en sus facultades formar como médicos a alumnos muchas veces brillantes, abrirá sus puertas a profesionales formados en otros países, a los que, desde luego, no se habrá exigido para acceder a sus estudios un nivel semejante al exigido a nuestros alumnos, y cuya formación habrá que completar probablemente con fondos públicos.
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