Desde dentro
En los últimos años cincuenta se desató entre los pintores una repulsa hacia aquel expresionismo abstracto que tenía en Jackson Pollock su más elaborado representante, aquella contestación dio origen a movimientos como el minimal art y el pop art, caracterizados ambos por su carga de frío control mental tanto sobre la abstracción irreferencial como sobre las imágenes icónicas. En este ambiente efervescente de ideas y teorías, trufado de polémicas en revistas como Artforum, llega Darío Villalba (San Sebastián, 1939) a Nueva York, interesándose por el pop art pero sin renunciar a los aspectos expresivos y gestualistas del lenguaje abstracto. Surge así, desde los primeros años de su trabajo, a finales de los años sesenta, una tensión que el artista ha sabido mantener viva y renovada hasta ahora mismo, sin sucumbir a la repetición de sus propios hallazgos y sin dejarse adormecer por los éxitos tempranamente obtenidos.
DARÍO VILLALBA
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Santa Isabel, 52. Madrid
Hasta el 14 de mayo
Si bien es cierto que la utilización de imágenes de origen fotográfico, el carácter icónico de estas imágenes y el gran formato de las obras son tópicamente pop, no me parece que la obra de Darío Villalba deba ser interpretada ni reducida a esa tendencia, de la misma manera que el gestualismo de las pinceladas que salpican las imágenes o que las masas de pintura bituminosa que inundan y desbordan algunos de sus lienzos pueden ser despachados como abstracciones expresionistas. Aquellas cómodas categorías, elaboradas por historiadores y críticos positivistas, que permiten encasillar las obras en estilos, proporcionando tranquilidad al espectador, no caben aquí, no porque Darío Villalba sea un artista extraño o porque su obra recorra caminos extraviados, sino por todo lo contrario, porque se trata de un artista de su época y porque su obra responde a una lógica existencial.
La enorme inquietud y cu
riosidad que caracteriza a Darío Villalba le ha conducido a conciliar sincréticamente diferentes procedimientos plásticos, introduciendo tanto imágenes fotográficas como fragmentos de materiales reales en el ámbito de la pintura, dotando de tridimensionalidad y movilidad a ésta por medio de sus "encapsulados", deteniéndose en lo anecdótico para superarlo por medio de la repetición analítica, elevando a la categoría de iconos y de estructuras visuales imágenes incidentales. Estos hallazgos y logros muestran la capacidad ecléctica de un artista que elude el discurso localista para introducirse directamente en las prácticas y los usos de la posmodernidad.
Si podemos situar a Darío Villalba entre los pocos artistas españoles que han sabido beber en las fuentes de su época no es menos cierto que es, tal vez, el que lo ha hecho de una forma más introspectiva, logrando situar sus fantasmas personales en ese contexto estético. Obsesionado por la sexualidad, la religión y la enfermedad convierte estos asuntos en la materia de su trabajo y a la figura humana en el tema de sus cuadros. El cuerpo se hace omnipresente, como figura paralizada o en movimiento, como fragmento lacerado o como sujeto enajenado. Es precisamente esta presencia del cuerpo, que posee una potencia como la que adquiere en las obras de Ana Mendieta, la que sitúa a Villalba en el centro de la posmodernidad.
Cuando ahora se contempla
su obra, en una presentación retrospectiva pero no historicista, ésta aparece como un conjunto sólido y coherente. La proximidad de los cuadros en las salas del museo hace que el tiempo se aplane y se pueda revisar su trabajo sin distancias, como una unidad. Esta sensación de coherente unidad no emana ni de los temas ni de las técnicas empleadas para desarrollarlos sino de la obsesión del artista, de una especie de paranoia obsesiva que le ha conducido a perseguir sus fantasmas personales con la cámara fotográfica y fijarlos como magma plástico en una obra que reclama otros criterios y categorías para su enjuiciamiento y clasificación. Ya que para poder analizar la obra de Darío Villalba de manera desprejuiciada es necesario establecer una distancia con respecto a sus obsesiones y fijarse en las cualidades de lo plástico, tales como la carnosidad y viscosidad de las figuras, la fluidez de las formas, el sentido sinestésico de las texturas. Al detenerse en esas cualidades es cuando las obras se elevan sobre las miserias cotidianas y las obsesiones particulares para convertirse en paradigmas de lo artístico.
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