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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El monstruo está reunido

¿Quién no ha trabajado alguna vez en una empresa donde la elusiva figura del jefe es convenientemente instrumentalizada por los cargos intermedios como monstruo útil? La mecánica del poder necesita fabricar su propia mitología de supervivencia: la amenaza fuera de cuadro que permite mantener un orden jerárquico injusto mediante la gestión interna del miedo. Así pues, la metáfora de la oficina siniestra sirve para explicar muchas cosas, desde el diseño de nuevos órdenes mundiales hasta la amable restricción cotidiana de libertades propuesta porque él suele ser, sin que jamás lo sepamos del todo, "el jefe de todo esto", y que, comúnmente, suele adoptar el disfraz de nuestro benefactor, nuestro colega, el que asumirá el difícil papel de interlocutor del monstruo para salvarnos y/o protegernos. El jefe de todo esto, perfecta comedia de los errores para la era del simulacro, también quiere parecer lo que no es: una comedia inofensiva (según subraya el propio cineasta, para engañarnos), una obra menor en la trayectoria de Lars von Trier, un pequeño remanso de intrascendencia tras las grandes palabras de Dogville (2003) y Manderlay (2005)... No hay que dejarse engañar: El jefe de todo esto es una obra mayor, una carga de profundidad dirigida a la médula de nuestra época y, como toda gran comedia, un caramelo envenenado.

EL JEFE DE TODO ESTO

Dirección: Lars von Trier. Intérpretes: Jens Albinus, Peter Gantzler, Fridrik Thor Fridriksson, Benedeikt Erlingsson. Género: comedia. Dinamarca, 2006. Duración: 99 minutos.

En otro golpe de efecto que sigue confirmándole como el William Castle del cine de arte y ensayo, el danés propone aquí un nuevo método -la automavisión- diseñado para seguir astillando el árbol caído del lenguaje cinematográfico convencional. El concepto, en esta ocasión, se basa en delegar en la máquina las decisiones de puesta en escena (sobre iluminación, encuadre y sonido) que antes correspondían al director. Pero es una nueva pista falsa: aquí, Lars von Trier es más demiurgo que nunca y la gramática fracturada de su poscomedia no hace sino servir al mensaje, recordándonos cada pocos segundos que estamos ante una representación. Una representación sobre representaciones, donde el jefe de una empresa, que toda su vida había simulado ser un simple empleado, necesita recurrir a un actor para que encarne al falso jefe que formalizará la venta de la firma a unos islandeses.

El jefe de todo esto demuestra, una vez más, que la saludable insolencia creativa de Lars von Trier alcanza sus logros más radicales en sus proyectos menos (por así llamarlos) sinfónicos: Los idiotas (1998) y Las cinco condiciones (2003) frente a Bailar en la oscuridad (2000) y su inconclusa trilogía americana. Hay aquí mucho que rascar, pero el resultado final funciona a la perfección como comedia ligera. Sus maneras están cercanas a las de la soberbia serie británica The office -que el cineasta dice no haber visto- y su moral se sitúa en un territorio de la crueldad brutalmente alejado del humanismo del gran Preston Sturges. No obstante, su elenco de actores transmite la misma complicidad y entrega que la compañía estable del director de Navidades en julio (1940). Parte del juego propuesto en la película culminaría si este crítico les dijera que lo último de Lars von Trier es simpático, refrescante y leve, pero siento frustrar la estrategia: El jefe de todo esto es uno de los títulos relevantes de la temporada, aunque preferiría no parecerlo.

Fotograma de <i>El jefe de todo esto,</i> de Lars von Trier.
Fotograma de El jefe de todo esto, de Lars von Trier.

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