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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Suicida en Casablanca

Marruecos ha vuelto a tener dramática constancia de la existencia de células yihadistas en su territorio. En un confuso incidente, un joven de Casablanca hizo estallar la carga explosiva que llevaba adherida al cuerpo. Murió en el acto y provocó heridas a un segundo terrorista y a otras tres personas, entre ellas el hijo del dueño del cibercafé donde ocurrieron los hechos. Al parecer, éste había entablado una discusión con el suicida tras impedirle que accediera a unas páginas web de contenido yihadista.

El joven muerto residía en Sidi Mumen, el mismo barrio de donde procedían los integrantes del comando terrorista que atacó la Casa de España en mayo de 2003. Según la policía marroquí, el explosivo es similar al que se utilizó en aquella ocasión. Varios indicios apuntan, pues, a que los grupos próximos a Al Qaeda siguen tejiendo sus redes en Marruecos, pese a los esfuerzos realizados por las autoridades de Rabat.

Lo último que necesita en estos momentos una región como el Magreb, cuya situación económica ofrece muy escaso futuro a los jóvenes, son factores de desestabilización como el que representa la presencia del terrorismo yihadista. No es un problema que afecte en exclusiva al Gobierno de Marruecos sino a la totalidad de la región y, por extensión, a los países miembros de la Unión Europea. Los servicios de inteligencia deberían estrechar su cooperación con Rabat, al tiempo que habría que profundizar los acuerdos preferenciales que contribuyan a que Marruecos y el Magreb salgan del marasmo social y económico en el que están sumidos. Pero hay algo que corresponde en exclusiva al régimen de Mohamed VI: avanzar sin dilaciones en el proceso de democratización.

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